martes, 29 de enero de 2013

La muerte de un hombre feliz

Al poeta Vega ‘Veguita’
se le recordará por una
vida repleta de humor

Difícil será acostumbrarse a su ausencia aunque siempre estaba ausente y solo se aparecía de cuando en cuando con un deforme montón de libros bajo el brazo para decirle a uno: “Te he traído justo lo que te gusta” o “Aquí tengo justo lo que me pediste”.

Era feliz junto a las olas de la Herradura

Porque aparte de saberse de memoria el contenido de los libros que vendía ya que los leía previamente, Jorge Vega Escalante “Veguita”, muerto a los 77 años, hace dos días, conocía los gustos literarios de cada uno de clientes que tenía en las redacciones de diarios y revistas.

Siempre era inesperada pero grata la llegada de ese hombre feliz que no usaba camisa porque –por lo menos yo puedo dar testimonio de ello– casi siempre estaba en polo deportivo.

Y siempre, asimismo, estaba de camino a la playa –a la Herradura–, en verano y en invierno, cuando nos escondíamos en un bar del centro y él llegaba, se tomaba un trago y se escapaba porque tenía que llegar a tiempo a su cita con el mar… y siempre lo hacía a pie, desde cualquier lugar en que estuviera.

Entre sirenas playeras en años juveniles

Nos admirábamos de que con sus desordenados libros bajo el brazo pudiera llegar caminando no se sabe en cuánto tiempo, pero siempre a la hora adecuada para zambullirse en las olas y tomarse allí mismo un trago de pisco o anisado aunque tampoco le hacía ascos a la cerveza.

Lo recuerdo en la redacción del viejo Expreso del jirón Ica, cuando luego de saludarse con el “chino” Gerardo Calderón, este me señaló y le dijo “ahí tienes un lector que será tu cliente”.

Era un día de marzo de 1966 y me presentó a Ray Bradbury y “El país de octubre”. Más tarde me trajo libros de Isaac Asimov y cuanta fantasía científica pudo conseguir, entre ellas, una revista de ciencia ficción argentina que, ante la falta de material adecuado para mantener su calidad, dejó de publicarse en un gesto de honradez para con su público.

Extraordinario lector de buena memoria

Pero Veguita no solo traía eso. Tenía reliquias, unas de las cuales aún guardo en un estante, “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes”, una suerte de continuación del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que advierte con mucha honradez que se trata de un “Ensayo de imitación de un libro inimitable”, publicada por Montaner y Simón, Editores de Barcelona, nada menos que en 1898, nueve años después de la muerte de su autor, el ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889).

Veguita era asiduo visitante de las redacciones y también de ciertos bares del jirón Quilca, donde alguna noche de bohemia lo encontré con tres chicas alegres, muy alegres.

En la próxima vez que lo vi le hice una amistosa reconvención preguntándole entre broma y serio si no tenía temor de una “quemazón” de gonorrea u otro mal venéreo.

Pasó la edad promedio de vida

Me respondió que había pasado la edad promedio en que de acuerdo con la estadística mueren los peruanos.

Por eso quizá se burlaba de sus enfermedades, como aquella de las pocas veces que, según propia confesión, fue al médico. Contaba con la risa en los labios que le preguntó inocentemente si podía tomar una cerveza y que el médico le respondió “bueno, pero solo un par de vasos”.

Esa misma tarde, en un bar de la Herradura, se tomó solo dos vasos de cerveza pero ¡vasos gigantes! donde por lo menos, calculan sus amigos, cabía un par de botellas de cerveza.

Así bromeaba con su salud y era irreverente con políticos, religiosos, autoridades y consigo mismo, con su propia existencia, por lo que creo que jamás tuvo un día de tristeza en su vida, como la que nos embarga a sus amigos, ahora que sabemos que no volveremos a saborear su conversación, sus sátiras y su risa franca.
 
Aun a un paso de la ceguera continuaba leyendo

Por eso creo que les ha jugado también una mala pasada a los gusanos a pesar de sus promesas. Varios veces dijo que su epitafio diría “Los gusanos comerán de mí lo que hayan dejado las polillas”, con énfasis en el doble sentido criollo de “polillas”.

En esta hora, a dos días se su muerte, no habrá gusano que coma lo que las “polillas” dejaron del cuerpo de Veguita porque por decisión propia y familiar, sus restos convertidos en cenizas reposan en un cofre que sus hermanos guardarán a su lado para siempre.

Si los gusanos no alcanzaron a treparte en la vida porque los descubrías de inmediato, Veguita, menos lo harán ahora, ¿verdad?

Luis Eduardo Podestá

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