70 años de inmortalidad
Esta es la cuarta y final entrega de la serie de cuatro artículos que les prometí como un homenaje al septuagésimo aniversario del tránsito de César Vallejo a la eternidad. Como se verá, el poeta periodista habla de la competencia que es la vida y recurre a ejemplos deportivos, con el lenguaje de su época. El artículo fue publicado en la revista Variedades.
París, agosto de 1927.
La vida como match
Quién vuela más lejos. Quién da mejores puñetazos. Quién nada más. Quién bate el record en tennis, en foot ball, en la duración, en la altura, en el peso, en la resistencia, en la intensidad. Quién hace más dinero. Quién danza más rápidamente. Record de ayuno, de fumador, de filatelista; record de canto, de risa, de piedad, de matrimonio, de divorcios, de asesinatos, de revoluciones...
El sentimiento o quizás sólo el prurito del record, cunde en todas las esferas de la vida. Ya nadie hace nada sin mirar al rival y sin tener en vista la meta que ha de sobrepasar a todas las metas alcanzadas hasta ahora. El aviador vuela, ya no por natural y libre vocación de vuelo, sino por hacer lo que los otros aviadores no han hecho todavía. El danzarín danza, no ya por gana libre y natural de moverse rítmicamente, sino por hacer lo que los demás danzarines no han hecho todavía. El asesino mata, no ya en un rato de violencia, de pasión o de mórbido instinto, sino por hacer lo que los otros asesinos no han hecho todavía. Así en los demás flancos de la existencia. El hombre se mueve por cotejo con el hombre. Es una justa, no ya de fuerzas que se oponen francamente, que sería más noble y humano, sino de fuerzas que se comparan y rivalizan, que es necio y artificioso. Hoy el hombre no puede ya vivir y avanzar por su propia cuenta, es decir, mirando de frente, como lo quiere el orden paralelo de las cosas, sino que vive y se desenvuelve teniendo en cuenta el avance y la vida de los demás, es decir, mirando oblícuamente el horizonte.
En esta sociedad de records y de colmos el criterio dominante es el criterio de cantidad. Se busca la cantidad, mayor o menor para todas las unidades de medida.
La calidad de los actos queda, de este modo, completamente fuera de la vida, o si ella entra para algo, es siempre para medirla por el sistema métrico decimal. En el box un recto es mejor que otro, en el sentido en que hizo inclinar un adarme, en favor del majador, la balanza de la pelea.
En el criterio de record, hasta la gracia, cuando la hay, es apreciada cuantitativamente.
El record como criterio de vida, nos viene del sport. El alma filosófica de este criterio, la cantidad, nos viene de los Estados Unidos, de aquella cultura de "standard", en que hasta las lágrimas se aprecian y valorizan porque ellas son o no pueden ser producidas en serie. En New York, una persona que llorase inmensamente, suministrando lágrimas al infinito, sería una gran fuente industrial, un gran foco de actividad y de vida.
El mundo, conjuntamente con la moda del sport, va adoptando el sentimiento del record para todas las actividades. La vida es un match estupendo, plural, multifacético, como antes fue tenida como una batalla terrible, sangrienta. (Hay quienes prefieren este último carácter de la vida). Las manifestaciones de este matchismo, son innumerables, regocijadas, cómicas, dramáticas, banales, trágicas, metafísicas, místicas, materialistas, científicas. Sus formas y variaciones no son menos diversas. Formas de match puras y típicas, ambiguas y disfrazadas.
En Cannes se prepara para estos días un extraño match de juego de damas, sobre un gran cuadrilátero trazado en una llanura del mediodía y en el que harán de "peones" blancos unas vírgenes campesinas y de "peones" negros otros tantos adolescentes. Dos grandes campeones jugarán esta partida y ella no tendrá nada que envidiar, en gracia fecunda ni en movimiento de eternidad, a las clásicas fiestas de los viñedos suizos de Vevey.
Es el sport, que nos aporta estos arduos valores a la vida. Debido a la boga del sport, el menor acto del hombre es un duelo, expreso o tácito, con el semejante de su prójimo. ¿Estáis de ello contentos? No.
La vida, como match, es una desvitalización de la vida, como diría Antenor Orrego. Pulpa moral del match es la esclavitud y el amujeramiento. Yo no vivo comparándome a nadie ni para vencer a nadie y ni siquiera para sobrepujar a nadie. Yo vivo solidarizándome y, a lo sumo, refiriéndome concéntricamente a los demás, pero no rivalizando con ellos.
No busco batir ningún record. Yo busco en mí el triunfo, libre y universal de la vida. No busco batir el record del hombre sobre el hombre, sino la superación, centrípeta y centrífuga, de la vida. Una cosa es el record de la vida y otra cosa es el triunfo de la vida. La vida no es guerra ni farsa de guerra. Apenas es estímulo y noble emulación. Pero el match reposa, necesariamente, sobre un estímulo y una emulación demasiado externos y estrechos. Este hombre se entrena más porque sabe que a su contendor está, a su vez, mejor entrenado. Dempsey se prepara y trabaja más para pelear con Tunney que para pelear con Wills. En la vida se vive y se avanza, no porque viven y se desenvuelven los otros, sino por el sentimiento, libre y solo de vivir. Si no hubiera más que un hombre en el mundo, ese hombre viviría solo, sin contendores, sin émulos y ni siquiera convivientes.
El match supone, pues, al vecino y al espejo. El match se hace, otras veces, por amor propio, por patriotismo, por ganar dinero, por tantos otros móviles estúpidos y egoístas, en que la malicia del hombre se mezcla al buen sudor del animal.
(Variedades, N. 1021, 24 de setiembre de 1927).