lunes, 24 de diciembre de 2007

Noche de Paz cumple 189 años


No lo compuso un músico sino un artesano


El más famoso villancico del mundo, “Noche de Paz”, nacido también en Salzburgo, la ciudad natal de Wolfgang Amadeus Mozart, pero en el taller de un modesto artesano, cumple esta nochebuena, 189 años de ser cantado por el mundo en todos los idiomas.

Aunque no es tan famoso como Mozart, el otro orgullo musical de Salzburgo es “Noche de paz, noche de amor”, entonado en todos los idiomas e interpretado por miles de orquestas en otros tantos miles de arreglos.

Por supuesto, su autor Joseph Mohr (foto arriba), no fue tan famoso como su genial paisano Mozart, pero los sencillos versos y su tierna melodía, conquistaron el mundo y se convirtieron “Noche de paz” en la canción universal de la navidad.


El número 9 de Steingasse en Salzburgo, donde nació el villancico


Tan humilde como el pesebre en que nació Jesús, el villancico fue creado en el taller de Joseph Mohr, un artesano del cuero de Salzburgo, y compuesto en colaboración con un amigo, Franz Xaver Gruber, en el número 9 de la calle Steingasse que era y aún es la calle de los artesanos, al pie del monte de los Capuchinos en cuya cumbre se alzaba, hace cinco siglos, el convento de los capuchinos, en la llamada ciudad vieja del Este, a la orilla derecha del río Salzach, que divide en dos a la capital de Austria.

El nombre de ese casi desconocido artesano a quien el mundo debe la canción de navidad más famosa y tierna, no aparece en las enciclopedias ni diccionarios consultados. Una guía de Salzburgo lo consigna porque señala la calle de Steingasse como algo digno de una visita en la ciudad vieja del Este.

En la nochebuena de 1818 se escuchó por primera vez “Noche de paz, noche de amor” en la catedral de San Nicolás de Salzburgo. Y aunque el nombre de su autor permanezca casi desconocido, sus sencillos versos y música se han convertido en el himno mundial de la fiesta más tierna del año cuando todo el mundo se desea paz y concordia para una sociedad que las necesita con urgencia. ¿O no?

Hay que cantar una vez más “Noche de amor, noche de paz…”

domingo, 16 de diciembre de 2007

Acostumbrado a correr


Así es. Alberto Fujimori, el extraditado ex mandatario más japonés que peruano, que hoy se enfrenta a los jueces está acostumbrado a correr. Desde hace días está sentadito en lo que llaman el banquillo de los acusados. Pero tiene ciertos favores especiales, como escritorio, silla giratoria, vaso de agua. Esto lo diferencia de sus secuaces, que cuando fueron juzgados no tenían nada de esos elementos. Quiso una laptop, pero no se la dieron.

Recuerde: Primero corrió de los periodistas cuando le preguntaron sobre lo que gastaba en su campaña electoral. Su ex esposa dijo que le había hecho mal el bacalao que había comido.


Se exalta en el interrogatorio. Detrás del cristal, la "portátil" que lo apoya



Más tarde, ya en la presidencia, corrió a la embajada de Japón en cuanto se enteró de que un grupo de oficiales del ejército se había rebelado en defensa de la Constitución que él atropelló.

Después corrió de aquí allá, dándoselas de organizador de cacerías, detrás de Montesinos que ya estaba en viaje a Panamá, donde no lo aceptaron y debió irse de incógnito a Venezuela.

Luego, cuando el pueblo salió a las calles y se vio el primer video Kouri-Montesinos, corrió al Japón donde se autoexilió durante cinco años.

En la creencia de que el amnésico pueblo peruano había olvidado su fuga, corrió a los brazos de Chile para estar más cerca de lo que él calificó su proyecto político.

Quiso correr de la justicia peruana y armó todo un tinglado en Chile, pero…

Ahora está sentadito, con cara de susto para responder por crímenes de lesa humanidad cometidos en ejercicio de un poder soberano que prostituyó al convertir en dictadura.

Y como es su costumbre, se corre de los interrogatorios, se refugia en el no recuerdo, yo no estuve, yo no lo conocía, yo despachaba en los pueblos, mi asesor no era mi asesor, nunca usé la misma corbata, ya no es el que proclamaba “no soy un caído del palto”.

Reconoce que todo pasaba a su alrededor sin que él se enterara en lo que solo les ocurre a los bien, bien caiditos del palto, ¿no ingeniero?

Era el jefe supremo de las fuerzas armadas, pero según él- mandaba pero no tenía comando, daba directivas, pero no órdenes. Nuevo lenguaje críptico.

Él despachaba en los pueblos, no en palacio, ni en el Servicio de Inteligencia Nacional donde vivió varios años, ni en el Pentagonito, donde también estuvo alojado mucho tiempo.Ahora frente al fiscal, no solo tiene cara de susto. Tiene cara de responsable irresponsable que quiere ocultar todo en su habitual caparazón.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Ni con un pétalo de contaminación

Una reciente ordenanza municipal, que firma el alcalde Simón Balbuena Marroquín (izquierda foto), ha destinado las calles adyacentes a la Plaza de Armas de Arequipa, al exclusivo paso de peatones. Nunca más vehículos contaminantes. Con la sagacidad conejil que le es propia, el burgomaestre trata de aprovechar la enorme congestión de los días navideños, para introducir la medida.
De este modo, se convertirán en exclusivamente peatonales, las primeras cuadras de San Francisco y Mercaderes, las ídem de General Morán y Álvarez Thomas (antes Ejercicios), en la otra esquina, también las dos primeras de San Agustín y Santa Catalina, y el marco se cierra con las también primeras cuadras de Puente Bolognesi y La Merced. Claro que, estratégicamente, se han dispuesto, según datos fidedignos, diversas fechas para poner en práctica la ordenanza.
Quienes pensaron que la disposición solo iba a afectar a la comunidad durante los días de fiestas navideñas, se equivocaron. La prohibición del tránsito vehicular será para siempre y se ajusta, según señalan las autoridades ediles, a compromisos suscritos con la UNESCO, que reclama que una ciudad declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, como Arequipa, no solo lo parezca sino que lo sea.
Arequipa tiene ese título desde fines del año 2000, conseguido durante la administración municipal de Juan Manuel Guillén, hoy presidente regional.
Pero la historia viene de antes. Desde los años 70s, la comunidad arequipeña acariciaba un sueño. Quería que la ciudad fuera declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad y lo logró treinta años después, a finales del año 2000.

La imponente catedral


El entonces alcalde Juan Manuel Guillén y sus principales colaboradores no vacilaron en lanzarse a la pileta de la Plaza de Armas cuando les llegó –¡al fin!– la noticia de que la UNESCO había declarado el centro histórico de Arequipa Patrimonio Cultural por lo que debía conservarse como aquellos que aman la ciudad quieren que se conserve, a pesar de las ideas de modernidad que suelen aplicarles ese toque que solo significa uniformarla con otras ciudades del mundo.

Una calesa revive el pasado frente al Portal de San Agustín

El expediente que fue enviado a la UNESCO tiene el número cabalístico de 77 páginas, incluida la ampliación, que constituye el total del documento, cifra quizá nunca tan breve para solicitar, fundamentar y, sobre todo, conseguir un resultado tan importante como la declaratoria de una ciudad al rango de Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Otro siete, el de la década de los 70s está ligado a ese anhelo, porque fue entonces que comenzó a cobrar cuerpo la idea de que ese título le correspondía por derecho.

Algunos cronistas recuerdan con cierta sonrisa, que los burócratas del Instituto Nacional de Cultura (INC) que recibieron las 31 primeras páginas del expediente, lo pesaron, lo miraron, lo hojearon y se alzaron de hombros como si dijeran allá ellos, anuncio virtual de un fracaso más, de unos papeles destinados a dormir el sueño de los que tienen perdida la fe.

Eso ocurría a finales de mayo de 1999 y las modestas 31 páginas eran el resumen, quizá excesivamente breve, de treinta años de un deseo común, que se traducía en el terco empeño de que, siendo tan bonita, tan limpia, tan luminosa y tan hospitalaria, no era justo que quedara encerrada entre las cuatro paredes de sus volcanes y sus chacras. La humanidad entera tenía no sólo el derecho sino la obligación de venir a verla y conservarla.

El mismo alcalde Juan Manuel Guillén había dicho en cuanta oportunidad se le presentaba que Arequipa "es históricamente más monumental que otras ciudades con más nombre y promoción internacional".

El equipo dinámico

A las primeras 31 páginas, se sumaron otras 46 que la UNESCO, dependencia de las Naciones Unidas para la ciencia y la cultura, reclamó como ampliación del expediente.

El documento contiene la descripción del área de 20 mil metros cuadrados, donde se encuentran las principales y más antiguas construcciones de la ciudad.

Fueron registradas en el centro histórico doce iglesias, los monasterios de Santa Catalina, que contiene la famosa ciudadela medieval, Santa Teresa, que también fue abierto al público para que le haga pareja al de Santa Catalina, y Santa Rosa, los conventos de San Francisco, la Compañía de Jesús y Santo Domingo, dos viejos molinos en las orillas del Chili, uno de ellos llamado también Molino de Santa Catalina, dos capillas y unas quinientas casas, nada menos, construidas durante la colonia.

Las dos banderas, peruana y mistiana, en día de fiesta



Un mes le bastó al equipo presidido por Gonzalo Olivares Rey de Castro, para alistar el proyecto que en junio de 1999 fue presentado a la UNESCO. Junto a Olivares se alinearon Luis Maldonado Vals, Álvaro Pastor, Fernando Málaga, Franz Grupp, Jesús Carpio y Alonso Ruiz Rozas, quienes acumularon más de 200 transparencias, extensa bibliografía y no pocos videos sobre la Ciudad Blanca de diferentes épocas, y en los cuales se observaba el mismo rostro tradicional, limpio, bien cuidado que todos se preocuparon siempre en proteger.

El equipo fue organizado en enero de 1989, cuando se hizo cargo de la Municipalidad provincial, el alcalde Guillén Benavides.

Todos los miembros del grupo trabajaron sin cobrar y tuvieron la cooperación igualmente desinteresada de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de San Agustín. En mayo de 1999, se creó la Superintendencia del Centro Histórico, a la que se encargó de la realización de las gestiones encaminados a postular el valioso título.

El cierre al tránsito vehicular de todas las calles a cien metros de la Plaza de Armas, significará que tendrán una mayor protección contra las sustancias contaminantes provenientes de los combustible y el mal estado de los vehículos que constituyen un atentado contra una ciudad que aspira a tener su imagen propia, distinguida y blanca que busca recuperar su cielo azul, su puro sol.

lunes, 3 de diciembre de 2007

La salvación de los cocodrilos


Ir a Tumbes no solo es tentar la posibilidad de atravesar la frontera, comer un cebiche de conchas negras en el extranjero y regresar con la maleta llena de cosas baratas… si las hay y uno puede encontrarlas, sino de ver la forma en que una empresa estatal –¡milagro!– mantiene un criadero de cocodrilos.

Ir a Tumbes es visitar el malecón al borde de su caudaloso río y admirar la enorme boca del monstruo con que comienza su pintoresca estructura, escuchar música los fines de semana en la colorida concha acústica de su plaza de armas, admirar su arquitectura de techos salientes como si todo el mundo quisiera esquivarse de la lluvia…
Y algo más.
Ir a Tumbes significa fundamentalmente visitar el encantador Puerto Pizarro, abordar una lancha y recorrer los esteros, admirar los manglares y si hay suerte, ver a los pescadores de conchas negras en los bordes de la vegetación, meter las manos en el lodo para hurgar y extraer las conchas negras con las cuales, dicen, se prepara el cebiche más sabroso y revitalizante del mundo. Eso dicen.



Blancura en medio del agua verde



Recorrer los esteros cuando la marea está alta le brinda a uno el regalo de ver la Isla de los Pájaros, sobre todo en la época en que anidan, en que el cielo se oscurece con sus alas y parece mentira, sencillamente, que en medio de esa enorme congestión de picos y alas, no se produzca ninguna colisión ni incidente, y agrada saber que todos esos miles de aves comparten al mismo tiempo el mismo cielo.




La Isla de los pájaros


También puede uno disfrutar, si va con su pareja, de la soledad y las chozas de la Isla del Amor, donde todo es silencio de cuando en cuando interrumpido por el canto de algunas aves, el paso de las gaviotas, o la vista lejana y bulliciosa de un bote con turistas o pescadores.




Visitantes al otro lado de los cocodrilos


Pero ir a Tumbes es también tentar la posibilidad de visitar el Zoocriadero de cocodrilos, al norte de Puerto Pizarro, donde la empresa estatal Fondo Nacional de Desarrollo Pesquero (Fondepes) le está dando una mano a la naturaleza para no permitir que los saurios desaparezcan del mapa de este mundo.


Cocodrilos de vivero



Encontrará cocodrilos –a los que los lugareños a veces llaman lagartos– recién salidos del huevo y otros capaces de arrancarle el brazo a quien se atreviera a acercarse demasiado, todos a cargo de Mercedes Bereche, quien a pesar de su nombre y de su apodo –sus amigos le dicen “Mechita” – es un hombre bien hombre, que se las ve con cocodrilos de todos los tamaños día y noche.
–Aquí –me dijo “Mechita” Bereche–, hay unos 250 cocodrilos, grandes, chicos, chiquitos y chiquititos”.




Sale para la hora del almuerzo




El cuidador del criadero protege a los cocodrilos como una madre a sus hijos. Les trae una comida de peces vivos o muertos o raciones de insectos para los más pequeños, que consigue en los brazos del mar y la tropical vegetación que tiene a su alcance.
Y cuando los saurios tienen la edad y el tamaño suficientes, los devuelve al río que allí se une con el mar para que se las arreglen por sí mismos y hagan lo posible por repoblar los bordes de los manglares que a su vez, les servirán de protección frente a los depredadores, uno de los cuales, el peor, es el hombre.



Conversación al borde de la piscina



Bereche conoce las costumbres de sus cocodrilos y sabe que viven entre cinco y veinte años, si antes un depredador humano, no los caza para hacerse algunos pares de zapatos y carteras.
La mayoría de los cocodrilos del criadero, tienen entre cero y cinco años, pero hay algunos que según el testimonio de los ojos, ya han alcanzado la edad adulta y merecerían irse, pero Bereche los mantiene allí para que sirvan de reproductores y aumenten la población de esos reptiles en esta parte del continente.


Una vieja historia



Los cocodrilos aparecieron sobre la Tierra al mismo tiempo que los dinosaurios, de los que son parientes cercanos. Pero los cocodrilos se dieron maña para permanecer entre nosotros cuando en determinado momento de la prehistoria, el clima adverso –probablemente provocado por un gigantesco meteorito que cayó sobre el mundo y lo oscureció durante siglos– causó la desaparición de aquella parentela.


Los cocodrilos se han dado maña también para permanecer como fueron antes, sin que las leyes de la evolución los hayan obligado a cambiar su imagen.


A salvo de cualquier preocupación


Los expertos en cocodrilología –nuevo término ideado por este blog para que dentro de cien años lo incluya la Real Academia en su diccionario– señalan que existen por lo menos 22 especies de cocodrilos cuyos originales aparecieron sobre la faz de la Tierra hace unos 250 millones de años. Los de Tumbes están clasificados científicamente como crocodylos acutus y su color es cercano al amarillo que lo mimetiza con el barro. Está considerado como una especie en riesgo de desaparición. Porque el hombre descubrió que sus huevos le sirven como alimento, su piel para zapatos y carteras de lujo y sus glándulas de almizcle para hacer perfumes.
Uno de los secretos de su supervivencia es que se adaptan a cualquier lugar del mundo, y viven tan bien en la India, en Centroamérica, en Estados Unidos como en los manglares de Tumbes. Son buenos pobres y comen todo lo que se les ponen delante, vivo o muerto.
Otro factor es que su hábitat puede ser la tierra o el agua donde mantenerse inmóviles durante muchas horas en un letargo que recupera sus energías antes de entregarse a una nueva cacería que les dará una comida abundante con la que pueden vivir una semana.




Una siesta sobre la blanda tierra


Otro secreto de su larga vida es que los cocodrilos son padres preocupados por su familia. La mamá cuida a sus hijos desde que salen del cascarón y luego los lleva al wawawasi, un estanque de aguas tranquilas y tibias, donde los custodiará, a veces a costa de su vida, hasta cuando están en capacidad de ganarse la vida por sí mismos y los lanza a las aguas del río, o en el caso del criadero de Tumbes, salen en brazos de “Mechita” para ser arrojados a los esteros, esa amplia zona donde el río se mezcla con el mar a pocos metros de la frontera con Ecuador.
Los cocodrilólogos, cuentan que uno de los parientes lejanos, que vivió durante el cretáceo era el deinosuchus y medía nada menos que 45 metros. Pero hubo también en esos momentos otros que alcanzaban apenas 50 centímetros. Los que se alojan en el Zoocriadero de Puerto Pizarro cuando llegan al metro y medio son echados de la casa por mayoría de edad.


Cómo llegar



Al criadero se llega luego de recorrer los brazos de mar entre verdes y enrevesados manglares que hunden sus raíces en una arena blanca por fuera y negra por dentro, que succiona los zapatos y es tan resbaladiza como el fango.
Superado el obstáculo de la playita pegajosa, un caminito de arena reseca, entre vegetación tropical que suelta miles de mosquitos y zancudos, lo conduce al criadero, donde tras gritar y tocar la puerta, aparecerá para darle la bienvenida el mismísimo Mercedes Bereche.

Vivero perdido en la maraña de los manglares


En la puerta se lee un cartel que identifica el lugar como Zoocriadero de Fondepes Fondo Nacional de Desarrollo Pesquero, Puerto Pizarro, Tumbes, Crocodylos acutus americano.
Otros carteles le indican que la entrada cuesta tres soles y que los días de atención al público son jueves a martes con un descanso de los miércoles por motivos de mantenimiento, limpieza y cargado de agua para las pozas donde se crían los cocodrilitos.
El mismo Mercedes Bereche lo guiará luego, en un recorrido por los pozos donde uno puede asistir a la magnífica tarea que una empresa se ha impuesto, de remplazar a la naturaleza para impedir que en menos tiempo del calculado, nos quedemos sin cocodrilos en los manglares y el mundo se quede sin una especie más de las muchas que el hombre se da el lujo de matar a cada rato.

domingo, 2 de diciembre de 2007

El cañón blanco de Añashuaico



Lo primero que produce la visión de aquel solitario paisaje blanco cortado a cincel por treinta generaciones de artesanos, que le dieron a Arequipa su distintivo color blanco, es un temor reverente, estimulado por el enorme silencio, donde no se escuchan sino esporádicos golpes de buriles sobre el trozo de lava volcánica que se quiere tallar.
Eso y algo más es Añashuaico, la cantera que arranca de las faldas del nevado Chachani, al noreste de Arequipa, cruza el distrito de Cerro Colorado y sigue hacia el suroeste, en una sucesión de líneas sinuosas hasta el distrito de Uchumayo, quizá unos ochenta o cien kilómetros de largo.



Álvaro Podestá y su hijo Áxel, al pie de la pared norte

Estábamos allí, mi hijo Álvaro, mi nieto Axel y yo, sobre el camino recalentado por el sol del mediodía, en el borde de aquella herida en la gigantesca losa de lava que los picapedreros han tallado a mano durante cinco siglos y medio para arrancarle la piedra que con tonalidades del blanco al gris, pasando por el rosado suave, ha levantado la Ciudad Blanca, sus casonas, sus iglesias, sus puentes, hasta que la ola roja del ladrillo la redujo a las dimensiones de hoy, en que solo se utiliza sillar para ornamentaciones en la construcción y lo mantienen escasas edificaciones tradicionales.

Todos los tonos suaves


En alguna ocasión escribí que la cantera tiene sillares de todos los tonos: “… desde el soberbio blanco–blanco que daba su claridad eterna a la ciudad hasta el gris claro, desde el blanco–azulado hasta el blanco–rosa con que la naturaleza había pintado suavemente las vetas de la cantera, para dar tonalidades tenues y diferentes a las construcciones. Allí habían dejado la vida generaciones de desconocidos artistas de la escultura que tallaron soberbias fachadas y columnas de sillar para los templos, marcos de puertas y ventanas para las casonas de la ciudad, desde que fuera fundada, a mediados del segundo milenio de la civilización, cuyos pobladores amaban este material que provenía de una gigantesca losa de lava solidificada extendida a los pies del nevado Chachani como consecuencia de una apocalíptica explosión volcánica que abrió boquetes en la cumbre de las montañas y arrojó por ellos millones de toneladas de materiales incandescentes desde sus entrañas pétreas, convertidas en fuego líquido que el correr de los siglos congeló en piedra, sesenta millones de años atrás y dejó una herencia visible y milenaria de la formación de esas montañas trabajadas en sucesivos partos de fuego que construyeron los volcanes y que a su vez iban a moldear el carácter de quienes más tarde o más temprano poblarían las antes verdes laderas de esos cerros hasta donde trepaban hoy las casas de los hombres.


Espectacular vista de Añashuaico desde el borde sur

Y después, en esa historia dramática, los hombres habían descubierto quinientos años atrás el enorme yacimiento de suave piedra blanca y habían comenzado a cavar una profunda garganta con cinceles y barretas, que hoy se extendía kilómetros y kilómetros al suroeste en la misma dirección que había corrido cuando era un torrente de lava hirviente. Y era difícil anunciar si alguna vez aquella veta de blancas y ligeras piedras iría a terminarse, porque, así lo averiguamos alguna vez, la herida que los picapedreros habían construido son sus cinceles y barretas era solo un rasguño en la enorme losa que la explosión o las explosiones tectónicas de hace millones de años, habían dejado sobre este trozo de tierra”.
Los verdaderos constructores

Nosotros estábamos en medio de un camino “abierto en el borde de la cantera y que servía para el paso de los camiones que recogían el bello material de construcción que preparaban los picapedreros en su arduo trabajo de sol a sol, para tallar los sillares rectangulares, las columnas, los marcos de puertas y ventanas, las cornisas, y todo cuanto el capricho de arquitectos y dueños de mansiones reclamaban para construir sus residencias” y “esos trabajadores de la blanca cantera se prendían de las laderas cortadas a cincel donde hacían equilibrios y habían formado escalinatas irregulares para descubrir las vetas del sillar”.


La escabrosa pared norte de la cantera

Decía que los picapedreros eran los verdaderos constructores de Arequipa y que “habían tallado, a fuerza de cincel y con la sola ayuda de escuadras, cinceles y combas, desde no se sabe cuántas generaciones, a partir de las laderas del majestuoso Chachani, el cañón más profundo y hermoso del mundo de donde habían extraído con constancia de hormiga los bloques blancos, descubierto vetas de sillares rosados y grises, clasificado los trozos por su tamaño y color, y los habían entregado con generosidad para levantar la Ciudad Blanca y sus viejos y recientes monumentos, sus grandes casonas de antaño y las viviendas de los humildes barrios periféricos, y como un ejército anónimo, cubierto de polvo y con las armas del cincel y las barretas, habían avanzado año tras año, siglo tras siglo, hacia el oeste, para abrir en la ciclópea losa de lava esa enorme hendidura, alba herida en cuyas paredes cortadas a plomo, dibujaron sin saberlo o quizá sabiéndolo, los cuadros más espectaculares que pudieron haber imaginado Dalí, Picasso o Miró”.



De generación en generación

“Se habían pasado de generación en generación la sabiduría, la técnica y las herramientas y habían construido cornisas de un millón de formas, vértices de los más extraños ángulos que ascendían y descendían hasta encontrarse con una ventana rosada o con los ojos de roca negra aprisionados por el candente río de lava de hace sesenta millones de años, o con venas de sillar plateado que con el cambiante reflejo del sol parecían difundir silenciosos y lentos fantasmas de variantes rostros conforme avanzaba la luz de la tarde hacia el poniente” (...).

De lejos, el paisaje sombrío bajo las nubes

Las paredes del cañón blanco de Añashuaico no son muy altas. En algunos lugares podrían llegar a unos veinte metros, pero no por eso son escalables. Solo los picapedreros que buscan las vetas más adecuadas lo pueden hacer y es frecuente ver a los hombres trabajando en una plataforma a diez metros del suelo, en el corte de los sillares.
El atrio de la catedral de Arequipa, semidestruida por el terremoto de 2003 reunió casi de inmediato, por disposición del entonces Alcalde Juan Manuel Guillén, a una legión de artesanos que, bajo la dirección de expertos, numeraron y tallaron bloques de sillar de distinto tamaño, para convertirlos en las piezas que hacían falta para remplazar las que habían sido quebradas por el sismo.
Añashuaico puede incorporarse, con un poco de buena voluntad e imaginación, en un punto de los programas turísticos de Arequipa. Su cercanía a la ciudad facilita la llegada de visitantes propios y foráneos en pocos minutos, para abrir una nueva veta, esta vez de desarrollo de una industria como el turismo, para rescatar esa salvaje belleza, del riesgo de quedar para siempre relegada al silencio y al misterio.