sábado, 27 de septiembre de 2008

Cuatro frescas (XIV)

… Y todo esto, señores, ocurrió el día de anoche. (Corresponsal de Canal N de Trujillo).

Con mi rabieta, allí me gané mi calefacción, y aquí no se me escapará el aire… acondicionado. (Baily).

No me da la gana de abrir la cartera para que vean mis cuentas… de rosario. (Lourdes Alcuenta).

En el GEIN apresábamos a los terroristas vivos… pero también caían algunos sonsos. (Sheriff).

viernes, 26 de septiembre de 2008

No quiero ser millonario… otra vez



Los millonarios buscaban
desperdicios para llenar la olla


Vista la actual coyuntura económica –como dicen los que saben de estas cosas– y con el recuerdo no tan fresco de una época en que muchos de los pobres de este país fuimos millonarios, me atrevo a traer a la memoria colectiva que la hay, algunos episodios de entonces porque, la verdad, la verdad, no quisiera volver a ser millonario, señor presidente.






Los funcionarios de la burocracia de siempre, que entonces pertenecían como ahora al partido de la estrella, que lo llaman, y los congresistas, se aumentaban el sueldo cuando lo consideraban conveniente, porque se trataba de una “inflación controlada” y luego se la llamó “inflación correctiva” nombres con que bautizó un Saberbein a la inflación indomeñable que gobernaba el país.
Ahora el mago Valdivieso ya no frena, sino “modula” la economía. ¿No estaremos frente a otras mentiras como las de hace 20 años?


La quincena en bolsa negra
Trabajaba entonces en la agencia norteamericana de noticias The Associated Press, como redactor en español y recibía un salario de cerca de 800 dólares, a los que sumadas horas extras, horas nocturnas y días domingos y feriados, la suma podía muy redondearse en unos mil billetes verdes, traducidos a soles, porque de acuerdo con las regulaciones salariales de entonces no podíamos recibir pago en dólares sino en moneda nacional o eso, por lo menos era lo que nos hacían creer, porque sabíamos de otros cientos y miles de personas que recibían sus sueldos en moneda extranjera y no les pasaba nada.
Los pagos eran quincenales, de modo que dos veces por mes, a mediados y finales, a veces en un trío con Teófilo Caso y Pedro Torres y a veces solo, me dirigía a la carrera –sí, señores, a la carrera– hasta el Banco Continental de San Isidro, avenida Panamá, para cobrar los soles.
Recuerdo que casi siempre iba acompañado por mi hijo Gonzalo, provistos de una o dos bolsas plásticas negras. Cuando los empleados de ventanilla vieron la cantidad que debían pagar, me dijeron tiene que cobrar en el sótano. Y allá fuimos, hacia ese misterioso sector en cuyas puertas había celosos vigilantes, que le preguntaban por todo su currícula, dónde trabajaba y por qué venía a cobrar aquí y a cuánto ascendía la suma y otras sandeces destinadas a hacerle perder el tiempo a uno.
Esa era también la sección donde cobraban los tagarotes dueños de grandes empresas, rodeados de guardaespaldas con grandes maletines.
Tal agitación y concentración de gente se producía justamente los mediados y fines de mes como he recordado y se me imaginaba que por esas fechas también los empresarios buscaban la liquidez necesaria para pagar a sus empleados, por lo que el sótano estaba que reventaba la mayoría de las veces que me tocó ir a cobrar mi quincena.
Cuando al fin llegaba a la ventanilla, el empleado miraba con desconfianza a Gonzalo, decía solo atenderé a una persona, le explicaba es mi hijo que me acompaña, se cerraba en su negativa, luego examinaba el cheque por todos sus costados, lo ponía bajo una máquina identificadora de las firmas, volvía a mirarlo, chequeaba mi firma, me pedía mi documento de identidad, me preguntaba si vivía en la dirección que figuraba en el documento, que era diferente a la del cheque.
Le respondía que no, que la dirección del cheque pertenecía a mi actual domicilio en el distrito del Rímac y que la de la libreta electoral era mi domicilio de Arequipa, que no había cambiado ni iba a cambiar.


Los “ladrillos”
A veces el empleado se ponía a consultar. Cuando toda esa serie de precauciones terminaba al final de una sesión tediosa que se repetía quincena a quincena, sacaba paquetes de billetes nacionales a los cuales nosotros llamábamos “ladrillos” y los iba poniendo delante de la ventanilla.
–¿Tiene algo en que llevarlos? – preguntaba no pocas veces, algunas de ellas tratándose de hacerse el gracioso.
–Sí, he traído esta bolsa –le mostraba el plástico negro.
–Esa está bien –aprobaba.
Luego contaba uno, dos, tres cuatro, cinco millones, a veces seis o siete millones, y cuando el cheque incluía gratificaciones de fiestas patria o navidad, se solazaba ocho, nueve, diez, once, doce millones.
Así, con once o doce o simplemente con cuatro o cinco paquetes, ladrillos, salíamos del sótano, caminábamos rápidamente hasta la calle y allí mismo levantábamos el brazo en busca de un taxi. Los taxistas, que veían y sabían lo que uno llevaba en la bolsa negra también se querían pasar de vivos.
–Solo vamos aquí a la avenida Las Begonias, a la vuelta –le decía para hacerle ver que conocía la zona y no podía alargarme el viaje para cobrar más.
Pero siempre nos cobraban como una carrera larga, como si en lugar de ir a ese cercano lugar de San Isidro, el viaje fuera a ser hasta el Rímac.
Teníamos que resignarnos. Cuando llegábamos a Las Begobias, ya estaban los cambistas de dólares. Cambiábamos nuestros ladrillos de soles o intis por relucientes billetes verdes. Allí mismo, cinco o diez minutos después del engorroso trámite ante la ventanilla del banco, el dinero adquiría su verdadera dimensión. Seis o siete billetes de cien dólares.
Siempre reservábamos un ladrillo para entregarlo a la ama de casa y que sirviera para los primeros gastos de la quincena, pagar algunas cuentas de colegios, compra de útiles, si es que alcanzaba y tratar de estirar la plata hasta donde se pudiera hoy día, porque mañana se compraría la mitad. De modo que era preferible tener la refrigeradora llena que los ladrillos sin tocar.
Después íbamos sacando los dólares. Cambiábamos en el mismo barrio veinte o cincuenta para los gastos de la casa. Y le decía a mi esposa Delia que comprara todo lo que pudiera. De ese modo, siempre teníamos queso y mantequilla que no se malogra en el refrigerador, carne para unos dos o tres días, fruta, algunos paquetes de embutidos, té y café en lata, leche también enlatada y víveres no perecibles.

Como en la postguerra
Me recordaba la época de Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando los héroes de Erich María Remarque, en Sin novedad en el frente y De regreso, sobre todo, llevaban el dinero que podían ganar en carretillas para comprar una hogaza de pan o un kilo de salchichas. Y advertía a mi familia que podían venir tiempos peores.
-¿Peores que éstos? –me reprochaba mi esposa.
Y luego de un silencio.
-¡Y eso que tú no ganas tan mal. Imagínate qué harán las personas que ganan quinientos mil soles mensuales!
Eso era cierto.
La gente que algunos noticieros mostraban en la televisión ya no compraba carne, sino cabezas de pollo para hacerse un aguadito. Buscaba lo más barato y a veces, el horror llegaba al espanto, cuando mostraban a un anciano o anciana con su canasta vacía bajo el brazo, tratando de ocultarse pudorosamente a las miradas ajenas, mientras se inclinaba para buscar las tripas de aves evisceradas que los comerciantes arrojaban en un cilindro con los desperdicios.
Los trabajadores, muchos de los que ganaban solo un millón al mes, señor presidente, se acostumbró a comer uno de los cuatro panes que comía. Se acostumbró a medir la cantidad de fruta que podía distribuir entre los suyos, porque era un producto aún al alcance de la gente.






Las empresas subían sus precios, aumentaban los salarios de la gente en la medida que creían que los nivelaban con la inflación, pero era imposible alcanzarla ni con la mejor buena voluntad ni la más grande de las generosidades.
¡Cómo alcanzar una inflación de siete mil por ciento!

Por esas y otras causas, señor presidente, ya no queremos ser millonarios como en su primer gobierno. Y le rogamos encarecidamente que tenga en la cabecera de su cama, algún libro que le recuerde cómo fue aquel tiempo que usted bautizó como el futuro diferente.
Efectivamente lo fue. Pero por favor, no queremos uno nuevo…

(Ilustraciones tomadas de medios de comunicación limeños)


domingo, 14 de septiembre de 2008

Una mano amiga para chicos en problemas


Egresados del Centro Juvenil
de Pucallpa, instalarán granjas
y centros de trabajo en sus casas


Cuando los muchachos del Centro Juvenil de Rehabilitación de Pucallpa egresen de ese establecimiento, tras haber cumplido su obligatoria permanencia, encontrarán afuera, en su propio entorno hogareño, la mano amiga de una empresa privada extendida para tenderles un puente hacia una vida de dignidad y tranquilidad en el seno de la sociedad.
Los jóvenes encontrarán en sus casas la posibilidad de organizar granjas avícolas, criaderos de ganado menor y aplicar lo que aprendieron en el Centro Juvenil en disciplinas tan diversas como avicultura, apicultura, piscicultura, producción de humus y otros trabajos que abarcan también la carpintería y otros oficios.
El Centro Juvenil ofrece a los internos, además de educación primaria y secundaria, el aprendizaje de oficios a través de su Centro de Educacional Ocupacional.

Apoyo privado
Tras escuchar un pedido de Livardo Alvarado, director del Centro Juvenil, el gerente Jorge Frohlich Aguilar, gerente de Relaciones Públicas y Comunitarias de Maple Gas Corporation, compañía norteamericana de exploración de hidrocarburos asentada en la región, coordinó un programa de apoyo para los egresados.

Livardo Alvarado, director del Centro Juvenil y Jorge Frolich, gerente de Relaciones Comunitarias de Maple Gas Corporation de Pucallpa



“Conocemos las dificultades que los internos atraviesan para lograr una ocupación y reintegrarse plenamente a la sociedad en que vivimos”, dijo Frohlich en una reciente entrevista.
El proyecto es parte de la política de la empresa, dijo Frohlich: “Estamos definitivamente dedicados a establecer relaciones adecuadas con todos nuestros grupos de interés, pues nosotros desarrollamos operaciones en Huánuco y Loreto y en la ciudad de Pucallpa tenemos una refinería”.
La Maple Gas, además, tiene campos de explotación de petróleo y lotes en proceso de exploración sísmica.
El programa consiste en apoyar económicamente lo que las autoridades judiciales llaman “seguimiento” de los internos egresados, para comprobar que efectivamente se encuentran rehabilitados y y en capacidad de reintegrarse a la sociedad.
“Maple Gas va a correr con los gastos de instalación de las granjas que los egresados manejarán para beneficio propio y de sus familiares”, dijo Livardo Alvarado, director del Centro Juvenil y quien, con mística, comprensión y voluntad, ha promovido un cambio radical en la conducta de los jóvenes, antes díscolos y resentidos y cuya población de 52 se ha elevado a 64 en los últimos tres meses.
Frohlich dijo que se convirtió en “una preocupación de la empresa evaluar y conocer la situación de los jóvenes del Centro Juvenil y nos pareció importante contactarnos con los funcionarios del establecimiento, para conocer su realidad y saber qué tipo de trabajo estaban desarrollando y de qué manera podíamos ayudar”.
“Yo quisiera resaltar”, añadió, “la receptividad que tuvimos y el esfuerzo que comprobamos en el personal y los educadores y la respuesta positiva de los jóvenes, todo lo cual mereció el absoluto reconocimiento de nuestro sector, el de hidrocarburos”.

Un letrero muestra parte de lo que aprenden los chicos del Centro Juvenil




Precisó seguidamente que “cuando hemos recibido visitantes del extranjero, los hemos llevado al Centro Juvenil y han sentido una calidez y amistad muy sinceras, han sentido que los niños y jóvenes realizan su trabajo con entusiasmo, tanto que los recién llegados se sintieron en un ambiente completamente diferente al que podrían imaginar, y eso, para todos los que estamos involucrados en el proyecto, fue muy reconfortante: se ve a los jóvenes con una actitud completamente diferente a lo que uno pudiera pensar de lo que es y lo que ocurre dentro de un centro penitenciario”.

Las casas de la selva
El director Livardo Alvarado, por su parte, apuntó que se ha tenido en cuenta que en una localidad de selva como Pucallpa, las casas familiares tienen terrenos adyacentes lo suficientemente amplios como para instalar granjas u otros centros de trabajo, como lo requiere el primer programa diseñado por Maple y el Centro Juvenil.
Los promotores del programa, que concluirá en cada caso, cuando el joven egresado haya desarrollado el proyecto y se haya completado el término del seguimiento, de acuerdo con las normas del Poder Judicial, anuncian que los planes se diversificarán en orden a las especialidades de la capacitación que los internos reciben en la actualidad.

Laguna "patera", donde como es natural los patos están a sus anchas




Agregó: “Nosotros vamos a aprovechar dos cosas: el apoyo de esta empresa y lo que manda la ley, es decir que tenemos que hacer un seguimiento a un chico (egresado) durante un año. Ese seguimiento nos va a permitir hacer la evaluación del proyecto que esta empresa va a solventar. Algo importante es que vamos a involucrar a los padres y a la familia, vamos a aprovechar la Escuela para Padres para que sean participes y que esto sea sostenible. La escuela de padres es permanente y organizada por el Poder Judicial como parte del sistema y el complemento de la educación que se les da a los jóvenes. Vamos a comenzar con uno o dos chicos, con una granja avícola, y si funciona bien resultará de un efecto multiplicador para los demás”.

Claro que va a funcionar
El gerente Frolich Maple Gas, por su lado, está seguro de que el proyecto marchará.
“Una cosa que hay que tener en cuenta”, subrayó, “es que al egresar, los jóvenes encuentran muchas dificultades para que la sociedad los acepte, pero si se involucra a los padres, si los jóvenes aplican lo aprendido en el Centro Juvenil, definitivamente se les va a viabilizar la tarea de reincorporarse a su comunidad”.

"Astronautasa" cuidan las colmenas y se cuidan a sí mismos




Dijo, además, que Maple Corporation, que asumirá los costos que demande la implementación del proyecto productivo en los lugares de origen de estos jóvenes, contará con el apoyo del personal del Poder Judicial que harán el seguimiento a fin de comprobar que jóvenes egresados beneficiarios den un uso adecuado a los bienes que se les entreguen”.

El reincidente que volvió
El Centro Juvenil de Diagnóstico y Rehabilitación de Pucallpa está considerado como un modelo entre sus similares del país por el éxito que ha logrado en los últimos cinco años en la rehabilitación de niños y jóvenes que cometieron faltas y delitos por lo que fueron sentenciados a permanecer allí determinados periodos de tiempo.
Actualmente hay por lo menos tres egresados que siguen carreras superiores en universidades e institutos y visitan regularmente a sus “hermanos” del instituto, para demostrarles consigo mismos, el buen camino del que no debieron apartarse.

En un próspero sembrío de maíz




Uno de los méritos que exhibe también el director Livardo Alvarado es que entre los egresados de los últimos cinco años solo hubo un reincidente y se trataba de un joven que, al retornar a su casa, no encontró la ternura ni la comprensión que esperaba, y arrancó una cadena de oro del cuello de una dama pero no se dio a la fuga.
“Se quedó en el mismo lugar del robo hasta que llegó la policía y lo devolvió al Centro, donde aparte de techo, comida y enseñanza tenía la comprensión y el cariño de sus condiscípulos y maestros”, recordó el director conmovido.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Guillermo Thorndike revive a don Raúl


Trabajaron juntos en la fundación
de una exitosa cadena
periodística que aún florece


La lectura en Caretas, de un corto texto que pertenece al periodista y escritor de éxito Guillermo Thorndike, sobre aquel genio del periodismo llamado Raúl Villarán Pasquel, me dan motivo a meter la cuchara en el asunto, porque como diría aquel viejo periodista de espectáculos y sociales Rafael “La sombra” Ruiz, ¡yo lo conocí!
Y no solo eso. Yo los conocí. A los dos, en la misma redacción, en las mismas horas nocturnas de cierre y de furor neurótico en aquello que comenzó como la primera cadena periodística del Perú y que se inició con los diarios Correo.


Guillermo Thorndike, autor de El rey de los tabloides





A Raúl Villarán yo le decía simplemente don Raúl y a Thorndike le decían “el gringo” por su ensortijado y despeinado cabello rubio que, me imagino, ya fue… para convertirse en las canas que no nos perdonan. Pero no lo sé a ciencia cierta porque hace fácilmente unos 40 años que no lo veo. Andamos en distintas cosas.Cuando me llamaron para trabajar en Correo de Arequipa y me pagaron el pasaje de ida y vuelta, viáticos, alojamiento en un hotel del centro, solo para una conversación con el genio, yo trabajaba en el diario El Pueblo, el decano de la prensa del sur.
Quien me pasó el dato diciéndome simplemente Raúl Villarán quiere hablar contigo… en Lima, fue Jorge Hani Legunda, también miembro de la redacción de El Pueblo quien ya había sucumbido a las tentaciones de Correo. Jorge es hoy profesor de periodismo en San Marcos.
Vine a Lima, el ascensor me llevó hasta el séptimo piso del edificio Internacional en La Colmena, donde se encontraban la dirección y la redacción de lo que entonces ya comenzaban a llamar “la cadena”.
Cuando me presenté y pregunté por don Raúl Villarán, me dijeron lo que escucharía mil veces después en otros lugares y por mil motivos diferentes: “Está en una reunión. Tome asiento. ¿A quién anuncio?”.
Se lo dije. No era ya hora de oficina. Era una sala muy amplia, con grandes ventanales que dejaban entrar chorros de aire fresco. Muchos escritorios alineados junto a las paredes exhibían máquinas de escribir flamantitas, no como los armatostes negros que teníamos en El Pueblo.

Don Raúl Villarán Pasquel, el periodista fundador de diarios (Foto Caretas)




Vi entrar y salir de lo que parecía el despacho del director a un gordo rubio y colorado, que antes de fumar acariciaba largamente el cigarrillo entre sus dedos. Así vi por primera vez al gringo Thorndike. Allí también conocí al “Chivo” Humberto Castillo, a Mario Castro Arenas, y a otros periodistas que ya trabajaban para la cadena.
Esperé hasta aburrirme. Un par de horas después, el gringo se me acercó y me preguntó “¿el señor Podestá?”. Le respondí afirmativamente y me dijo la frase que esperaba: “Don Raúl lo espera”.
Entré a una oficina, ni tan grande como me la imaginé ni tan pequeña que le quitara autoridad al gordo, en camisa, con rostro brillante por el calor, que se alzó de su asiento para darme la mano. Me invitó a sentarme frente a él. Así que este era, me decía interiormente, el ”gordo” Villarán, el fabuloso “gordo” Villarán Pasquel, fundador de revistas y periódicos, a quien mucha gente calificaba ya como el mejor periodista peruano. Meses más tarde, él diría que era bien fácil ser famoso en Lima.
-Solo tienes que tener un amigo a quien le digas “no se lo cuentes a nadie”, pero el ministro tal quiere que trabaje con él. Dice que ha leído unas informaciones mías y quiere tenerme en su plantel de prensa. Y lo que ocurre con el periodismo ocurre con lo demás, señor Podestá, con los pintores, los literatos…
En esa primera reunión conversamos de cosas sin importancia, como nos estuviéramos tanteando. Nada de propuestas salariales, condiciones de trabajo y esas cosas. De pronto, me alcanzó unas hojas de papel.
-Esta es la forma-, me dijo, -como vienen las informaciones de provincias. Así no podemos publicarlas. De ellas tenemos que hacer una noticia que el público lea con agrado, con sorpresa, que lo conquiste para que mañana vuelva a comprar nuestro periódico.
Coja una máquina de escribir y voltée esas informaciones como si fueran a ser publicadas mañana. Usted es periodista… Demás está decirle que la velocidad con que se entreguen las informaciones es vital en el cierre de un periódico.
Y me invitó a salir.
Me puse ante una máquina Olympia nuevecita. Puse un papel en el rodillo y ahora sí, comencé por leer los datos que Villarán me había dado para redactar una información. ¡Qué desastre!
No solo eran líneas llenas de contradicciones, sino párrafos incoherentes, con pecados gramaticales que saltaban solitos, con faltas de ortografía y de concordancia. Recuerdo que la primera noticia que tuve ante mí fue la de un campesino que al llegar a su casa fue confundido por su hermano con un ladrón y lo mató de un tiro de escopeta, en una época en que los asaltos y robos abundaban en la zona. Pero la nota estaba tan mal escrita que para entender parte de ella, había que leerla cien veces. No tenía ni quería consultar a nadie para que aclarara el sentido del escrito. Decidí interpretarla y hacer una nueva información, coherente, legible, aunque no se ajustara a lo que el autor original hubiera querido expresar o relatar.De la misma laya eran las otras dos informaciones, todas de carácter policial. Yo era entonces redactor de policiales, por lo que no fue muy difícil concluirlas en unos treinta minutos.
Como el gringo Thorndike pasaba frente a mi escritorio con frecuencia, lo llamé: “Esto ya está listo, señor”, le dije.
El miró su reloj, dio una ojeada a las carillas y se metió en la oficina de don Raúl.
Luego entraron a la misma oficina Mario Castro Arenas, quien sería después director de la cadena, Humberto Castillo y otro a quien no conocía.
Los minutos que pasaron luego, fueron de real expectativa lindante con la angustia. Un conserje llevó sánguches, un cartón de cigarrillos Winston, botellas de gaseosas.
Di varias vueltas por la sala, para calmar la impaciencia, el calor que me agobiaba porque como buen serrano recién bajado a Lima, estaba con terno y corbata.
Finalmente, dos horas más tarde y cuando yo estaba discutiendo conmigo mismo sobre la posibilidad de largarme a la frescura de la calle, salió el gordo Villarán. No me dio tiempo a ponerme de pie. Me puso una mano en el hombro y me dijo asintiendo repetidamente con la cabeza: “No hay caso, ah, no hay caso”.No supe qué quiso decir con esa frase, ni si ella significaba que estaba aprobado o desaprobado.
Se fue en dirección a los servicios higiénicos. Cuando regresó me miró nuevamente sonriente y asintió con la cabeza. Hizo una señal con los dedos como diciendo “espere unos minutos”.
Cuando me llamó a su despacho serían las once de la noche. La redacción estaba vacía y solo el chivo Castillo y Thorndike conversaban cerca de una ventana abierta.
Don Raúl me ofreció un cigarrillo, lo acepté. El también se puso a fumar. De pronto...
-Va usted a asumir el cargo de jefe de informaciones del diario Correo de Arequipa- me dijo de un tirón, y añadió: El sueldo inicial es de 5 000 soles, y conforme el periódico se vaya arriba, le iremos mejorando.
Me quedé mudo. Mi sueldo en el diario El Pueblo era de 1 200 soles y en la televisión, donde participaba en un noticioso de lunes a viernes, era también de 1 200 soles, con lo que redondeaba 2 400 soles, que no era mal ingreso para un recién casado, que esperaba a su primer hijo.
Me dijo que si lo prefería, podría seguir trabajando en la televisión, “porque ese medio no es competencia para nosotros, pero sí debe dejar El Pueblo”. Le respondí que iba a dejar los dos y me iba a dedicar enteramente a Correo. Me agradeció el gesto, me estrechó la mano, llamó a un conserje a quien encargó que hiciera venir al administrador.
-El señor Podestá es el jefe de informaciones de Arequipa, así que haga el papeleo necesario y cubra sus gastos de viaje. El debe estar mañana en Arequipa.

Con el gordo y el gringo
En Arequipa, era enero de 1963, comenzamos a dar forma a las ediciones cero, previas a la salida formal del periódico, en una casa ubicada en la quinta cuadra de la calle La Merced, a pocos pasos de la Cervecería Arequipeña, cuyo gerente, muy amigo de nosotros los periodistas, era don Ernesto Von Wedemeyer.
Cada día las exigencias de la redacción se tornaban más severas.
Villarán y Thordike eran una pareja especial. Ambos esperaban la gran noticia que podría abrir la primera edición sensacional y conquistar al público de Arequipa, cuyas características de lectura y gustos periodísticos, les había hecho conocer frecuentemente en nuestras conversaciones en la redacción.
Villarán respondía, apoyado por Thorndike, que todos los lectores del mundo son iguales, que reaccionan idénticamente ante una noticia y que las noticias ideales para abrir un periódico eran las policiales porque a todos les gusta la sangre y entre las informaciones locales, sus preferidas eran las que mostraran un ángulo interesante, no necesariamente importante.


Raúl Villarán y Luis Banchero Rossi examinan la primera edición de Correo. (Foto Caretas)



El 28 de enero de aquel año salió por fin el número 1 de Correo de Arequipa, precedido por una intensa campaña publicitaria que pintó desde semanas antes, con el color rojo del logotipo del diario, veredas, postes calles, muros, carteleras municipales de propaganda, radios y la única televisora existente en la Ciudad Blanca, el Canal 2.

La imagen de Villarán en la portada del libro de Thorndike (Foto Caretas)




El primer día, las camionetas de distribución del diario, regalaron 25 mil ejemplares en los lugares más concurridos de la ciudad. El segundo día el tiraje bajó a 10 000 porque ya era vendido, el tercer día a 4 000 y el quinto día Villarán salió de una siesta en la dirección del diario, se dirigió a mi escritorio, ubicado en el extremo de la amplia sala:
-Ahí les dejo su periódico. Hagan lo que quieran de él.
Esa misma noche se despidió de nosotros. Nunca volvió a Arequipa. Pero tampoco dijo ni aceptó que su teoría sobre las lectorías de periódicos había fallado en esa ciudad.

El gringo Thorndike duró una par de semanas más. En alguna ocasión nos gritamos por un problema de la redacción y me fui a mi casa con la idea de no volver. Eran las cuatro de la mañana y estaba trabajando desde las diez de la mañana anterior, de modo que me eché un poco la culpa, porque a esas alturas yo también estaba tan nervioso como él. Cuando ingresé a la redacción a las diez de la mañana siguiente el gringo no estaba. Tenía la costumbre de dormir todas las horas que podía y llegaba a la redacción a las cinco de la tarde.
Se consiguió un silbato de guardia de tránsito con el cual hacía un sonido de castañuela con las manos para exigirnos mayor velocidad en nuestro trabajo y cuando le venía la gana, se lo ponía en la boca y daba estridentes pitadas.
Contaba que como no tenía con quién se había puesto a beber una botella de whisky solo en su cuarto del Hotel de Turistas, frente a un espejo que le devolvía el ¡salud, Guillermo! con que animaba su tertulia solitaria.
Se fue un mediodía en un avión de itinerario. Le ofrecimos un almuerzo en un restaurante de lujo en la avenida Zamácola, a medio camino hacia el aeropuerto y él, con esa vena humorística que le era tan frecuente nos dijo:
-Ya sé por qué estamos almorzando aquí… Me quieren tener cerca del aeropuerto para que no me arrepienta y regrese a la ciudad.
Nos miró.
-No lo voy a hacer- dijo luego y levantó su vaso de cerveza para decirnos salud.
En esa ocasión me ungió como su sucesor. Haciéndose el ceremonioso me entregó el “pito del mando”, dijo cuando me puso en las manos el silbato de policía de tránsito, que desde entonces y hasta que me lo birlaron, utilicé en la redacción para agilizar el trabajo.
Por la prensa supe de las obras que escribió, comenzando por El año de la barbarie, al que siguieron otros muchos, entre ellos Grau, que me parece su obra maestra y ahora, entrega El rey de los tabloides, dedicado al diario Última Hora y a Raúl Villarán.
En un artículo que escribí en la Gaceta de la Ocma, en octubre de 2006, recordé a don Raúl Villarán y al gringo Thorndike.

Don Raúl, en una actitud característica. (Foto Caretas)




Entre otras cosas dije: “Guillermo Thorndike tenía un respeto reverente por Raúl Villarán Pasquel, aquel monstruo del periodismo peruano que creó numerosos diarios de éxito, algunos de los cuales, subsisten hasta la fecha”. Esa frase puede repetirse hoy y no perderá actualidad.
Agregué: “Le tocó (a Thorndike) ir a Arequipa, donde trabajamos juntos durante varios meses, antes, durante y después de la aparición de Correo de esa ciudad, ocurrida el 28 de enero de 1963. Lo veo ahora en aquella redacción de la calle La Merced, taconeando enérgico en el piso enmaderado, fumando incansable cigarrillos rubios, examinando las carillas que se le presentaban, mover negativamente la cabeza, sentarse ante una máquina de escribir y convertir una nota sin importancia en una información con todos los ingredientes que la convertirían en noticia de primera”.
Ahora no moldea noticias sin importancia. Ahora hunde sus manos en la arcilla de la historia para rescatar acontecimientos y personajes que no deben escaparse a la memoria colectiva.
¡Qué bien, Guillermo, que lo hayas hecho con don Raúl!


sábado, 6 de septiembre de 2008

Cuatro frescas (XIII)


“Beto me tiene envidia porque soy mujer”. (Gisela).

Voto de castidad: no desear lo mejor de tu prójima. (Ciriani).

Me renunciaron de ATV porque me puse faltoso con mi coleguita Laura Chaud, pero sé que dejaré un vacío difícil de llenar. (Gordonaire).

El colmo del relojero es tener las tres en punto y no tener un cuarto para las tres. (Marcelo Martínez en Mistinoticias).