sábado, 31 de mayo de 2008

Vale la pena recordar

A propósito de Dos encuentros con el MRTA

El periodista Bernardino Rodríguez Carpio, a quien envié un correo para solicitarle un recuerdo acerca de aquel episodio que vivimos cuando un grupo de terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) incursionó en el local del Colegio de Periodistas del Perú (CPP) y que relaté en artículo anterior, ha tenido la gentileza de remitirme algunas precisiones que no aparecen en ese texto y que, en homenaje a la verdad merece entregarles. Así que, sin más trámite así lo hago.

El colega a quien mencioné como Miguel de los Ríos, es en realidad, Miguel de los Reyes, conocidísimo periodista de deportes que fue el brazo derecho del aún no olvidado Oscar Artacho, hombre de prensa argentino que invadió el Perú con sus comentarios sobre fútbol hace muchos años. Miguel de los Reyes, fallecido hace dos años, fue el primer periodista deportivo en transmitir desde la planta baja del Estadio Nacional, las incidencias de los encuentros de fútnol. Los demás colegas aún no abandonaban la cabina que se les asignaba entonces.
Miguelito de los Reyes era, cuando atacaron la sede del Colegio de Periodistas, Secretario del Consejo Ejecutivo del CPP.

Por su parte, Bernardino Rodríguez recuerda:
“Yo era en esos días Primer vicedecano encargado del Decanato porque el Decano Lucho Loli se encontraba delicado de salud. Tú, Enrique Paredes, el recordado Diógenes Puente de la Vega, redactor de la France Press, quien se fue apresurado porque debía regresar a su oficina, y no recuerdo quien más, integraban el Comité Electoral y se quedaron porque les ofrecí invitarlos a almorzar (con la caja del Colegio, en honor a la verdad).
Yo me demoraba en el Decanato atendiendo algunos asuntos con don Miguel de los Reyes. Tú me hacías señas para que mande a la mierda todo y vayamos al almuerzo, porque el tiempo te ganaba, debías ir luego a AP. Salió don Miguel y entró un huevón que me dijo ¡No se mueva!
Como en esos días habían ido periodistas a pedir información sobre el proceso, electoral creí que me iba a tomar una foto. Parecía que llevaba en alto una cámara fotográfica. No distinguí fácilmente el revólver porque apuntaba al techo. Fue ahí que tú, que me precedías le dijiste "baja, esa huevada, mierda".
Luego de tu salida, me arrodillaron y sentí el cañón en la cabeza, pero alguien dijo "déjalo, sácalo afuera" y salí del despacho con la orden de “no levantar la cabeza, mirada al suelo”.
Afuera en el hall me volvieron a arrodillar. Ahí estaban Paredes, tú, De los Reyes, y todo el personal administrativo.
Recuerdo la ecuanimidad de Enrique Paredes que, arrodillado, nos dijo sonriente a todos "tranquilos, no pasa nada; este es un acto político". Evidentemente estaba mandándoles un mensaje de paz a nuestros verdugos.
¿Me quisieron matar o alguien cambió la orden? Siempre me he preguntado lo mismo y solo hace unos meses me ha asaltado un recuerdo que había olvidado.
He recordado que una semana antes más o menos de ese incidente, pidió hablar conmigo un estudiante universitario no sé si de la Garcilaso o San Marcos. Me dijo que era un refugiado nicaragüense y que necesitaba ayuda. Yo estaba apurado y para evitarme conversaciones y demoras le di la razón cuando hablaba sobre sus luchas pero le dije que del Colegio no podía mover un centavo, imposible.
Me levanté y le dije que de mi bolsillo sí soy dueño absoluto. No sé cuanto le dí, pero recuerdo que fue un dinero elevado para mis posibilidades, que a él, sin embargo, le parecìó poco, según pude observar por su gesto de desagrado.
-Bueno, compañero –me dijo–, esto es solo una muestra de aprecio de su parte.
-Así es -le respondí- cada quien ayuda con lo que puede.
Había borrado esta visita de mi memoria por completo, pero hace poco –cosas prodigiosas que tiene la memoria- manejando mi carro dentro de la ciudad, como un campanazo se me apareció su rostro y el recuerdo de aquel hecho y la certeza de que él ordenó me pasen del decanato adonde estaban todos ustedes y de ahí a la Biblioteca donde nos encerraron.
Es la primera vez que cuento este hecho. Fíjate en la casualidad de tener que contarte esto a tu pedido en una fecha próxima al 20 de mayo, nuestros cumpleaños (*). ¡Y aquí estamos vivos para un nuevo onomástico!

(*) Bernardino y yo nacimos, en años diferentes, por supuesto, el 20 de mayo.

lunes, 26 de mayo de 2008

Dos encuentros con el MRTA

Experiencias que uno no quiere repetir

En la ya extensa vida periodística que llevo en mis hombros tuve dos encuentros ocasionales con el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) que felizmente no resultaron con víctimas sangrientas sino, como es natural, solo en sustos y miedos en determinadas escalas.
Confieso que en ambas situaciones, tuve un despliegue de sangre fría que no tengo, por ejemplo, cuando el avión en que viajo entra en una turbulencia. En aquellas situaciones, sabía, debía mantener la cabeza fría y así, gracias a la divina Providencia, fue así.
La primera en la AP

En el verano de 1984 trabaja en la agencia de noticias norteamericana Associated Press (AP), y aquel día me tocaba el turno de la mañana, es decir, entre 9 a.m. y 3 p.m. en que debía remplazarme Teófilo Caso Oré.
En aquel tiempo no habíamos entrado en la era de las computadoras y para las transmisiones a nuestra central de Nueva York, teníamos que utilizar un teletipo, una máquina en la que lo que escribíamos se convertía en cinta perforada, que luego, enviada por un sistema telegráfico, era rebotada a todos los lugares del mundo si lo ameritaba así la noticia, o simplemente reenviada a las agencias latinoamericanas cuando la noticia solo era de interés continental.
Aproximadamente a las 11.30 de la mañana, me encontraba frente a la máquina de escribir redactando una información que luego sería copiada en el teletipo para enviarse a la central, cuando sonó el timbre de la puerta. En un escritorio delante del mío, el reportero norteamericano Bob Seavey, examinaba los periódicos.
La AP de entonces estaba domiciliada en el crucero de los jirones Cailloma y Huancavelica, a cuatro cuadras de la Plaza de Armas y del palacio de Gobierno, y para ingresar era necesario que cualquiera de los miembros de la redacción hiciera uso de sus llaves para abrir una puerta de seguridad y una reja. Solo si eran conocidos, los visitantes podían ingresar a la redacción y si no, debían identificarse debidamente antes. De lo contrario el redactor o la persona buscada salía hasta la reja para conversar, recibir documentos o, en otro caso, hacer ingresar al visitante.
Pero como siempre hay una excepción en los acontecimientos humanos, esa mañana sonó el timbre y el reportero gráfico argentino Alejandro Balaguer que estaba cerca de la reja atendió a alguien que parecía un estudiante universitario quien dijo que tenía un documento que entregar. Quizá por el hecho de que el redactor en español de turno era yo, Balaguer solo dijo "Lucho, te buscan" y sin esperar que yo me levantara del asiento, abrió la reja.
El visitante entró. Era un joven con unos libros bajo el brazo con un polo claro que avanzó hacia nuestros escritorios. Cuando levanté los ojos vi que había traspuesto la reja otro joven que lucía una guayabera veraniega.
Intrusos con pistolas
El que avanzaba se detuvo frente a mi escritorio y cuando yo esperaba que me extendiera el documento que decía quería entregar, se levantó el polo y mostró una pistola, miré instintivamente hacia la puerta y el otro recién llegado también extraía su arma de debajo de su camisa. En ese momento ingresaron otros dos personajes y luego ordenaron cerrar la puerta de seguridad y la reja.
Escuché el grito del que me amenazaba: "Somos militantes del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. No va a pasar nada señores, si ustedes hacen lo que les vamos a indicar. No teman, levántense con calma y arrímense a la pared. Queremos hacer conocer al mundo la naturaleza de nuestro movimiento y nuestras demandas".
Boy Seavey se levantó con los brazos en alto. Su expresión denotaba el miedo que sentía y que yo justifiqué. Él solo había leído y escrito en inglés sobre las atrocidades que cometían los terroristas peruanos, que no vacilaban en matar a sangre fría a quienes no les obedecieran.
Alejandro Balaguer, que esa mañana había llevado a su esposa, hablaba de una entrevista que tuvo antes con el jefe de los terroristas Víctor Polay, quizá llevado por su propio temor: "Hace dos semanas he estado en Junín con el camarada Polay", repetía a cada instante.
Los terroristas nos hicieron colocar con los brazos frente a la pared, nos examinaron para saber si llevábamos armas. En la fila estábamos Einer Ángeles, laboratorista, Balaguer y señora, Fernando Torres, auxiliar de la oficina, Bob Seavey y yo.

Con la pistola en el cuello
Mientras nos hacían desfilar hacia el laboratorio, el que parecía dirigir el grupo, el que me había amenazado con la pistola, preguntó quién puede escribir un mensaje a la central y Pedro Torres me miró. Usted, dijo el terrorista, me separó del grupo y me hizo sentar ante uno de los dos teletipos. Llamó a uno de lo tres intrusos y le encargó que me leyera el documento que habría de enviar a Nueva York.
Si bien en los primeros momentos del asalto, yo había mantenido una increíble serenidad, pues estaba atento a todo lo que ocurriera y se hablara, en cuanto me senté ante el teletipo estuve a punto de perder la tranquilidad. Sentí el frío de la pistola del terrorista que leía el mensaje en el cuello. Veía que sus manos temblaban y que sus nervios lo hacían repetir una y otra vez la misma frase. Yo volví la cabeza instintivamente cuando sentía que la pistola casi me rozaba la oreja izquierda y él, repentinamente enérgico y colérico me recriminaba: ¡No me mire! ¡Agache la cabeza!
Yo le obedecía pero tenía la mente en dos asuntos. Uno era el escribir sin errores lo que me dictaba a fin de no hacer correcciones porque para hacerlas en el teletipo era necesario pulsar hacia adentro varias veces una palanquita y eso parecía poner nervioso al terrorista. El otro era vigilar las manos temblorosas del que me dictaba un texto preñado de arengas y demandas que sabía en cuanto llegaran a Nueva York se iba a saber que se trataba de un asalto terrorista y no iban a rebotar a ninguna parte del mundo como ellos creían que iba a suceder.
Por fin terminé el texto. Otro joven, hombre también armado con una pistola, se encontraba sentado sobre a una larga mesa ubicada frente a la puerta del laboratorio fotográfico donde habían sido encerrados todos mis compañeros de trabajo. Cuando me hicieron ingresar, vi a Bob echado en un segundo nivel de la mesa del laboratorio, Balaguer y señora estaban juntos en el rincón del laboratorio, Pedro Torres y Einer Ángeles estaban arrimados a las plataformas que sostenían las ampliadoras fotográficas.
No se muevan en 20 minutos

Después de que me empujaron hacia el interior y cerraron la puerta, la voz del cabecilla del grupo advirtió: "No se muevan durante 20 minutos. Nosotros vamos a avisar a la policía para que los venga a rescatar. No muevan la puerta porque dejamos conectado un explosivo".
Desoyendo las advertencias de mis colegas, cuando escuché que se cerraba la puerta de la oficina, comencé a mover la manija lentamente. Para tranquilizarlos les dije ubíquense al fondo y yo me puse detrás del trozo de pared que juzgaba me protegería de una explosión. Di la vuelta a la manija y muy, muy lentamente comencé a abrir la puerta, miré por la rendija y vi dos alambritos que colgaban por el lado exterior de la manija. Terminé de abrir la puerta… y no pasó nada.
Cuando recorrimos la oficina la encontramos pintarrajeada con lemas del MRTA con gruesas letras negras en las paredes y el suelo. Dije: Si hubieran tenido una escalera también hubieran pintado el techo.
Poco después llamaron de Nueva York. Por supuesto, se habían dado cuenta del asalto en cuanto leyeron la primeras líneas del mensaje y en el jamás de los jamases iba a ser rebotado ni como noticia ni como manifiesto a ninguna parte.
El segundo asalto

En setiembre de 1988, tuve mi segundo encuentro con un grupo, esta vez más numeroso, del MRTA.
Entonces presidía el Comité Electoral del Colegio de Periodistas del Perú ubicado en la avenida Canevaro del distrito de Lince, y esa mañana, me había reunido con los demás miembros del organismo, entre ellos Enrique Paredes y Miguel de los Ríos para adoptar determinados acuerdos de rutina con vistas a las elecciones de la institución.
El decano del Colegio, Bernardino Rodríguez Carpio, había visitado la oficina del Comité Electoral y había invitado a quienes nos encontrábamos allí, a almorzar en un restaurante cercano. Cuando concluimos nuestra tarea fui a la oficina del decanato para urgir a Bernardino salir lo más pronto porque avanzaba la hora de entrar a mis labores, siempre en la Associated Press, que desd hacía poco ocupaba el tercer piso de un edificio en la calle Los Laureles del distrito de San Isidro.
Asalto con metralletas
Repentinamente escuchamos algunos ruidos en al vestíbulo del local pero no les dimos importancia, y –lo recuerdo como si lo hubiera vivido ayer– cuando me dirigía a la puerta, alguien que parecía un periodista exaltado o bromista me enfrentó gritando algo que no entendí de primera intención y yo, que estaba de muy buen humor le dije casi gritando: ¡Baja esa huevada, mierda!
No tardaría en darme cuenta de que la huevada era una pistola que me apuntaba directamente a la cara.
¡Salgan, salgan, carajo!, dijo el visitante, quien vestía un polo azul oscuro y una gorra.
Salí con los brazos en alto y al lado izquierdo de la puerta, sentados en el suelo, encontré a los demás miembros del comité electoral y al personal del Colegio, una diez personas, entre ellas, el periodista Daniel Cumpa, que desempeñaba funciones de administrador, y diseminados por el vestíbulo cinco o seis hombres con el rostro cubierto que esgrimían metralletas.
Me senté al lado de Enrique Paredes.
Mientras tanto en el interior de la oficina del Decano se desarrollaba un drama de cuyos pormenores me enteré después por boca del mismísimo Bernardino Rodríguez:
–Después que tú saliste, (el agresor) me hizo arrodillar en el suelo. Me grito que mirara al suelo y que pusiera las manos en la cabeza. Luego pasaron larguísimos instantes en que yo esperaba que me pegara un tiro en la cabeza.
Pero luego Bernardino salió a hacernos compañía. El dirigente del grupo que ahora estaba rodeado por tres o cuatro sujetos que lucían amenazantes metralletas, blandía la pistola mientras lanzaba sus proclamas por la revolución tupacamarista que iba a derribar al gobierno corrupto que nos regía. Dijo que no nos ocurriría nada malo siempre y cuando obedeciéramos todas sus indicaciones y que nos encerrarían en un local seguro, donde debíamos permanecer hasta cuando viniera la policía, a la cual ellos mismos avisarían del asalto.
Nos alojaron en el local de la biblioteca, que era entonces una instalación provisional, con una ancha puerta de calaminas y con un tragaluz que en condiciones normales hubiera servido para que un hombre pudiera pasar por él.
Yo tenía la experiencia de la anterior visita, así que, después de algunos minutos y cuando ya no se escuchaba ningún ruido que acusara la presencia de los terroristas, les dije que intentáramos abrir la puerta. Todos se opusieron. Entones les propuse hacer una observación a través del tragaluz y arrastramos una mesa, para que alguien, de pie sobre ella, pudiera observar si aún estaban los asaltantes en el local.
Luego de unos diez minutos nos decidimos a abrir la puerta. Era la misma modalidad. Los alambres en la puerta. Pero en un pasadizo cercano a la biblioteca había una caja amenazadora, de donde salían cordones eléctricos.
Bernardino Rodríguez prefirió llamar a la policía y una media hora más tarde teníamos un grupo de la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDEX) mirando en todos los rincones posibles. Nos hicieron escondernos en las oficinas. Luego uno de ellos disparó un proyectil sobre la caja amenazadora y ¡mil papeles volaron por los aires!
Cuando los examinamos descubrimos que eran las papeletas de votación que preparábamos para las próximas elecciones del Colegio.
Esas fueron las dos veces que en un centro de trabajo y un local institucional, ambos periodísticos, sufrimos ataques terroristas que, felizmente, no derivaron en ninguna sangre derramada, lo que sí ocurrió en numerosos otros hechos que martirizaron y llenaron de zozobra al Perú durante 25 años.
Hubo, por supuesto ataques menos pacíficos en otras instalaciones que señalaron claramente del carácter terrorista de la organización que secuestró, mantuvo a civiles desarmados en ‘cárceles del pueblo’ con afán extorsionador y los asesinó.

jueves, 15 de mayo de 2008

El Quijote camina en los Andes


Nos habla en quechua desde 2005

“Huh Kiti Mancha Suqupi Chaypa sutinta mana yuyanyta Munanichu…”.
Esto quiere decir en español “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”, algo que todos recordamos sin dudas ni murmuraciones cuando hay ocasión.
Así comienza la edición en quechua de Don Quijote de la Mancha, que se titula Yachay Sapa, wiracocha Dun Quixote Manchamantan, del cual solo se editaron 300 ejemplares que circulan por el mundo, uno de los cuales tengo ante mí. En la parte inferior de la portada en grueso cartoné, como llamaban a los empastes de los libros serios los libreros de antes, está el nombre del autor: Miguel de Cervantes Saavedra Qilqan, en el marco de un arte que firma Sarhua “Adaps” Perú.



Portada de la edición de El Ingenioso Hidalgo en quechua




La portada tiene un grueso marco de hojas y flores en los lados laterales y coloridos rombos y medios rombos en la parte superior e inferior.
Algo que llama a la curiosidad es la falsa portada en lo que sería la página 3 del volumen pero que en realidad figura como página 1, es que aparte del título en grande de la parte superior a continuación del nombre del autor, Miguel de Cervantes Saavedra Qilqan, hay una aparente dedicatoria al Duque de Bejarpah Kamarispa; Gibraleonmanta Marques, Conde de Benalcaç
ar, Peñaresmantapuwan, Alcocer Ilahtamantapis Vizconde, Capilla villasmantapis, Wirquchan, Curiel, Burguillosmanta ima.



Falsa portada de la edición en la página 1




La falsa portada está ilustrada por la carátula de la primera edición del Quijote, que lleva como leyenda a un lado el año 1605 y al otro la palabra watapi (año).
Por lo que aparece allí se puede deducir que la edición está “dirigida al Duque de Béjar, Marqués de Gribaleon, Conde de Barcelona, y Bañares, Vizconde de la Puebla de Alcocer, Señor de las villas de Capilla, Coriel, y Burgillos”.
Finalmente, se cierra la falsa portada con Manchay Sapanchaska Madridpi, Juan de la Cuesta.

No es novedad
Por supuesto, esto no es una novedad, porque en el momento en que apareció la edición quechua, en noviembre de 2005, fue objeto de una amplia difusión en los medios del Perú y de España donde se presentó en la Casa América de Madrid. Pero a manera de refresco literario les paso estos datos que podrían contribuir a que se publique una versión popular del Quijote en quechua, esta vez sí, para que muchos de nuestros lectores puedan disfrutar de su lectura.
En la contraportada del libro aparece la explicación del trabajo. “A los 400 años de la aparición de Don Quijote”. Gracias a este apéndice sabemos que fue “para el diario El Comercio, un honor y un privilegio” la publicación de este volumen en lengua quechua. Dice, asimismo, que el libro es un homenaje a los quechuahablantes peruanos “que ahora podrán sumarse a los millones de personas leen y disfrutan en su lengua materna, las aventuras y desventuras del Caballero de la Triste Figura”.
La explicación para ubicar al Quijote en los Andes, dice: “Es precisamente esta universalidad de la obra cervantina la que hizo posible graficar y recrear las aventuras quijotescas en nuestros Andes, esta vez con el reconocido estilo de los artesanos de Sarhua, Ayacucho. Llega así, a sus manos, este libro, una verdadera joya que contribuirá a enaltecer y perpetuar el legado del Quijote”.
¡Aplausos!



Los artistas de la comunidad de Sarhua hicieron las ilustraciones




En efecto, según se lee en las notas que anteceden a la novela, el periodista vasco Miguel de la Cuadra-Salcedo, dice que don Aurelio Miró Quesada, reconocido periodista y escritor, recordó en uno de sus libros que a fines de 1607, en la localidad de Pausa, Ayacucho, el corregidor Pedro Salamanca, quiso deslumbrar y agradecer su visita al marqués de Montesclaros, y presentó a la pareja de héroes más conocida del idioma castellano, don Quijote y Sancho Panza, montados en sus tradicionales, un Rocinante serrano y un borrico. Luego salieron a su encuentro un inca seguido por un conjunto de ñustas que cantaban en homenaje al visitante. Desde entonces, la imagen de Don Quijote y su escudero fueron personajes conocidos entre nosotros, de acuerdo con las palabras de Bernardo Roca Rey, uno de los impulsores de la obra.
El autor de la tarea de traducción es el periodista Demetrio Túpac Yupanqui, quien afirma ser descendiente directo de Topa Inca Yupanqui, el octavo inca del imperio, que gobernó entre 1438 y 1471. Demetrio es además de un inca de nuestros tiempos, miembro de la Academia Peruana de la Lengua Quechua, quien tiene en su haber la traducción de la Constitución peruana.

Un libro gigante
A diferencia de las últimas ediciones del Don Quijote hechas en España y en el mundo, el tamaño de la edición quechua es impresionante. Mide 24 por 34 centímetros, es decir lo que casi podríamos llamar un tamaño tabloide reducido, por cuatro centímetros de lomo. Tiene, además 380 páginas y está ilustrada con numerosos dibujos elaborados sobre bocetos de Claudia Burga-Cisneros, por los campesinos de la comunidad de San Juan de Sarhua, según cuya imaginación, los campos y pueblos de La Mancha se parecían a los pueblos andinos y los habitantes de aquella comarca iban vestidos como nuestros campesinos quechuas.



Los autores de las ilustraciones dibujaron personajes andinos




Los artesanos pintores de Sarhua, quienes escucharon y festejaron las aventuras del Quijote, tardaron diez semanas en completar los dibujos que adornan la edición, hecha, por lo demás, en papel cuché mate de 150 gramos.
De este modo, el Quijote que había sido antes traducido a más de 70 idiomas, no podía quedar más tiempo sin una traducción al quechua, idioma del que estuvo y está enamorado Miguel de la Cuadra-Salcedo, quien encontró en la minera Castrovirreyna el apoyo necesario para encargar la traducción a Demetrio Túpac Yupanqui, quien, a la velocidad que la situación lo ameritaba, entregó el trabajo en cinco meses.
Luego fue el diario El Comercio quien asumió la tarea de edición, y el proyecto se materializó en el libro que espera, según mi modesta opinión, una nueva edición que llegue más allá de los 300 lectores que, seguramente, lo tienen hoy como un ejemplar de colección.



Portada de la primera edición de Don Quijote de 1605



Sería un homenaje y un llamado a leerlo, para los alrededor de 20 millones de quechuahablantes que van por los caminos de los Andes por donde, según los artistas de Sarhua, ya caminaron Don Quijote y su fiel Sancho.

domingo, 11 de mayo de 2008

Cuatro Frescas (V)

Dejen todo como está y ocupémonos solo del vientre de Tula. (Castañuelas).

Hay que atrapar a un gerente aunque sea casado. (Chicas del 17).

Vamos a dar una ley que nos permita dormir con el japonés. (Mapache).

A Castañeda habría que condenarlo por bloquear más calles que construcción civil. (Ciudadano Cain).

domingo, 4 de mayo de 2008

Un Taller que se desbordó


Cómo actúa la prensa en el juicio a Fujimori

Aunque el tema era “El Caso Fujimori”, los participantes se salieron de las fronteras y preguntaron a los siete periodistas del panel, cuanto se les vino a la mente en cuanto a política empresarial periodística, libertad de prensa y empresa, ética, movimientos terroristas y cómo debe transformarse la percepción del público frente al creciente amarillismo de la prensa.


Fue tema de Taller de Comunicaciones en Tacna




La cita se denominó Taller de Comunicaciones y fue convocado por el rector de la Universidad Nacional Jorge Basadre de Tacna, doctor Juan Guillermo Bornaz Acosta, quien al final condecoró a los periodistas participantes y los nombró profesores honorarios de ese claustro.
Según la convocatoria, el taller consistiría en informar de una parte y preguntar desde la otra sobre las condiciones en que se estaba llevando el juicio, también llamado megajuicio y el juicio más importante del siglo, entre otras denominaciones igualmente calificadoras. Pero la inquietud del público, la mayoría estudiantes de comunicaciones de la universidad tacneña, desbordó el tema.
Los siete periodistas del panel, quienes laboran en diversos medios de la capital, concurrieron el 26 de abril al Taller de Comunicaciones que se desarrolló a lleno completo en el flamante auditorio del Centro Cultural Peruano Norteamericano, para beneplácito de Hernán Eyzaguirre Valdez, director de ese instituto.



Cecilia Valenzuela fue condecorada por el rector Bornaz Acosta



En la cita estuvieron presentes Cecilia Valenzuela, directora de PerúTV.com y La ventana indiscreta, Gilberto Hume, productor de televisión, Luis Eduardo Podestá Núñez, asesor de prensa de la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia y editor del boletín del Poder Judicial Reforma en marcha, y los periodistas judiciales César Romero de La República, Raúl Sánchez, de Perú.21 y Andrés Zúñiga, de Canal 5 de Televisión.
Entre los asistentes, en su mayoría estudiantes de comunicaciones de la Jorge Basadre, estuvieron también abogados, profesores y curiosos atraídos por la amplia difusión periodística con que Radio Uno de Tacna, anunció la reunión.

Cada uno en lo suyo
Cada uno de los periodistas abordó el tema de su especialidad pero las preguntas de los asistentes, a veces relacionadas con los asuntos en discusión o simplemente fuera de ellos, convirtieron el Taller en un ágora de debate abierto en que ningún asunto de interés nacional, internacional o doméstico fue ignorado.



A Luis Podestá también le ligó la gran medalla



Luis Podestá explicó en su primera intervención la forma como la Oficina de Imagen y Prensa del Poder Judicial organizó la cobertura del juicio y describió la amplia difusión que se le da, con el fin de cumplir el principio de publicidad y transparencia que debe rodear al debido proceso, para que la sociedad se entere de los pormenores del suceso, algo que se había logrado y que había motivado los elogios del escritor Mario Vargas Llosa, quien calificó de “impecable” la forma en que se desarrollaba, y de otros observadores internacionales como Roberto Garretón y Juan Méndez.


César Romero y Hernán Eyzaguirre - Andrés Zegarra y el rector Bornaz




Los presentes se mostraron interesados en conocer cuál era la diferencia entre guerrillero y terrorista, inquietud que fue absuelta por Cecilia Valenzuela, al señalar que terrorista es quien ataca de incógnito, y mata indiscriminadamente a beligerantes y a seres inocentes o destruye propiedades estatales y privadas y guerrillero quien forma parte de un grupo uniformado que se enfrenta a fuerzas regulares gubernamentales en batallas abiertas y francas.

Obligados a responder
Los estudiantes hicieron preguntas cruciales como si es posible llegar a que los medios de comunicación alcancen la credibilidad del público, si Fujimori debe ser condenado, en qué forma trabaja el periodismo de investigación y cuál fue el resultado de su actividad, lo que fue explicado por Gilberto Hume, sobre el compromiso de los medios de comunicación con las corrientes políticas, y hasta sobre la forma de encarar las noticias policiales de manera que no ofendan la sensibilidad del lectores y espectadores que fue absuelta por los panelistas César Romero, Raúl Sánchez y Andrés Zúñiga.
Al término de la reunión, Luis Podestá entregó al rector, como donación a la biblioteca de la universidad, cinco volúmenes de su libro Algo que llamamos periodismo.
El éxito de la reunión ha estimulado al rector de la universidad a organizar nuevos talleres con la intervención de personajes de la profesión que les entreguen una cuota de actualización, y elementos de formación ética para que puedan desenvolverse en el oficio con dignidad y solvencia profesional.

La voz de Agencia Justiciahora
Por su parte, la Agencia de prensa Justiciahora, que dirige Óscar Vargas Romero publicó:
Cecilia Valenzuela y Luis Eduardo Podestá recibieron el PREMIO BASADRE EN TACNA
Destacados periodistas también fueron distinguidos por su defensa a la democracia y la peruanidad


El Premio Basadre, inspirado en el lema del célebre historiador tacneño “El Perú es más grande que sus problemas”, fue entregado a la periodista Cecilia Valenzuela, quien dirige el sintonizado programa semanal “La Ventana indiscreta” (Frecuencia Latina Canal 2), y a don Luis Eduardo Podestá, Asesor de Prensa de la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia, en el marco del Primer Taller de Comunicación y Cultura (TCC) que organizó la Universidad Nacional Jorge Basadre Grohmnann, el sábado 26 de abril en la ciudad de Tacna con el auspicio de importantes instituciones regionales
“Es una noticia que llevaré siempre en la primera plana de mi corazón”, dijo la periodista Cecilia Valenzuela al conocer la decisión de la universidad tacneña que organizó el taller “El Caso Fujirmori”, cuyo objetivo era exponer, desde la óptica de la prensa, con la participación de los más destacados periodistas de la prensa nacional, cómo es la cobertura del llamado juicio del siglo.


Los periodistas participantes en el Taller, fueron invitados al anuncio del VII Congreso Nacional del Pisco 2008 que tendrá lugar en Tacna. ¡Hay que ir!..




El galardón que premió a los periodistas que contribuyen al fortalecimiento de la democracia y defienden la peruanidad, también fue concedido a César Romero de La República, Raúl Sánchez de Perú 21 y Andrés Zúñiga de Panamericana TV Canal 5 y a Gilberto Hume, ex editor de Canal N y actual productor de La Ventana Indiscreta.
“No sólo vamos a premiar a los periodistas que luchan contra la corrupción y defienden nuestra identidad nacional, sino a las personalidades y empresas que trabajan con alto nivel de excelencia y responsabilidad social corporativa”, expresó Juan Guillermo Bornaz Acosta, rector del Universidad Nacional Jorge Basadre al revelar que el Premio Basadre será entregado nuevamente en agosto, mes aniversario de la Heroica Ciudad del sur del país.

jueves, 1 de mayo de 2008

Las palmeras eternas de Yungay

Desde lejos, y mejor aún, desde lo alto de la colina donde se encuentra el cementerio en cuya cumbre un enorme Cristo blanco abre sus brazos protectores, se pueden ver las cuatro palmeras emblemáticas cuya estatura de edad desconocida sobresale sobre la exuberante vegetación que 38 años atrás fuera barrida por el más catastrófico alud que haya sufrido el Perú.
Cristo blanco que custodia la ciudad sepultada
Allí están las cuatro palmeras que muestran el lugar donde estuvo hasta las 3.27 de la tarde del domingo 31 de mayo de 1970, la plaza de armas de la ciudad de Yungay, ahora rodeadas de un extenso parque fúnebre, en que florecen rosas de todos los colores y donde el silencio de 50 mil muertos se mantiene bajo los reverdecidos jardines.

Cuatro palmeras que persisten el recuerdo
Desde arriba, al oeste, el Cristo blanco extiende su mirada al final de una extensa escalera de piedra, en cuyos tramos han sido instaladas galerías de nichos donde solo reposa el recuerdo de los seres amados, porque sus cuerpos se encuentran abajo, sepultados desde hace 38 años, por una gruesa capa de tierra que hoy la naturaleza ha vuelto a convertir en un jardín.



La vida ha vuelo a florecer
Las cuatro palmeras de la plaza de armas de la desaparecida Yungay no se encuentran solas.


Alrededor de ellas han florecido otras palmeras que no tienen su historia ni su estatura y ha crecido una vegetación tan agresiva como la misma violencia que enterró la ciudad aquella tarde de la más grande catástrofe que haya sufrido el continente.
Tres de las viejas palmeras se resisten a morir y muestran tallos ennegrecidos por el tiempo. Solo una de ellas exhibe orgullosa un penacho de hojas verdes que agitadas con el viento parece que intentan contagiar con ese aliento vital a sus vecinas.

La nueva Yungay


La ciudad debió ser trasladada a unos dos kilómetros al norte de donde se levanta el actual monumento. La nueva Yungay se encuentra protegida de un posible derrumbe del cercano nevado Huascarán por contrafuertes andinos.

La ciudad es el punto inicial de los visitantes que quieren pasar algunos ratos a las orillas de la laguna de Llanganuco o navegar por sus tranquilas aguas en pequeños botes. También es el punto inicial de los turistas de aventura que desean intentar una ascensión al Huascarán, cuya cumbre se alza a 6,768 metros sobre el nivel del mar.


Cerca de esta ciudad se halla el cerro Pan de Azúcar donde el 20 de enero de 1839 se libró la batalla de Yungay junto al río Áncash, que puso fin al intento unificador denominado Confederación Peruano-Boliviana. El general boliviano Andrés de Santa Cruz fue derrotado por el llamado ejército restaurador comandado por el general chileno Manuel Bulnes y los generales peruanos Ramón Castilla, Juan Crisóstomo Torrico, Juan Bautista Eléspuru y Juan Francisco Vidal. Luego de este suceso, el departamento que se llamaba Huaylas, cambió de nombre y se denominó Áncash.

Desde el Huascarán
De ese mismo Huascarán que enseñorea la región y es el atractivo de miles de visitantes y andinistas, se desprendió una enorme cornisa que cayó con fuerza descomunal sobre la cercana, idílica laguna de Llanganuco, la tarde del 31 de mayo de 1970, a consecuencia de un terremoto de grado 8 Richter, y originó el torrente que arrasó varias ciudades a su paso, entre ellas la sepultada Yungay que visité hace dos semanas.
Los materiales del alud, alrededor de 10 mil metros cúbicos de hielo y rocas del Huascarán, convertidos en un torrente de un kilómetro de ancho y kilómetro y medio de largo, corrieron montaña abajo a una velocidad de unos 200 kilómetros por hora, se dividieron en dos direcciones y arrasaron las ciudades de Yungay y Ranrahirca.
Fue el mayor desastre ocurrido en Sudamérica que dejó solo 3 000 sobrevivientes que aquella tarde de domingo, tras el terremoto se dirigieron en busca de sus hijos y familiares al circo que daba una función en un promontorio, al otro lado del cementerio.

El cementerio en cuya cima se encuentra Cristo fue un refugio
El camposanto también se convirtió en un refugio, cuando numerosos pobladores corrieron a sus alturas, luego de escuchar el ruido atronador del aluvión, “como el de cien aviones juntos”, unos diez minutos antes de que llegara a la ciudad.

Desde allí fueron testigos de la avalancha que como un río de fuego se dirigía hacia el río, arrasando cuanto hallaba en su camino.

Fue el tercer desastre
No fue el único desastre de que la región ha sobrevivido.
El día de los reyes magos, 6 de enero de 1725, recuerda la historia, se celebraba el cumpleaños del alcalde Melchor Puyán, cuando cerca del mediodía ocurrió un violento terremoto que produjo un deslizamiento de nieve del Huandoy. Desapareció el pueblo de Áncash a cuatro kilómetros de Yungay y murieron 1 500 personas.
Más cerca de nuestro recuerdo, el 12 de enero de 1962 a las 6.30 de la mañana se produjo un desprendimiento de hielo y rocas en la pared norte del Huascarán. Desaparecieron los pueblos de Ranrahirca, Armapampa, Sashcash y Uchucoto bajo unos seis millones de toneladas de materiales que sepultaron a unas 3 000 personas.
El de 1970 fue el tercer desastre que recuerda la historia. Desde aquel año quedan los testimonios mudos de grandes peñascos que hasta el 31 de mayo de 1970 estuvieron en las cumbres de la cordillera Blanca, pocas huellas en la tierra, pero muchas en la mente de la gente.
La vida ha reverdecido en lo que fue un manto de lodo endurecido y muestra la generosidad de sus colores en rosales, palmeras nuevas y macizos de hierba sobre la memoria colectiva de una enorme tumba silenciosa.

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