domingo, 31 de agosto de 2008

Nos dejó la dama rebelde del periodismo



Doris Gibson, fundadora de Caretas,
murió a los 98 años de edad


Quienes hemos practicado el periodismo a través de las vicisitudes que el Perú ha atravesado en la última mitad del siglo XX, y somos convictos, confesos y militantes de la democracia, no podemos menos que sentir un vacío espiritual con la desaparición, este 24 de agosto, de esa dama de coraje a toda prueba, llamada Doris Gibson Parra (derecha, con el Presidente Fernando Belaunde el día que la condecoró con la Orden del Sol), que se jugó entera, incluidos los riesgos familiares y de empresa, por el Perú democrático.
Cuando trabajaba en el diario El Pueblo de Arequipa a finales de los años 50, nuestro director, el doctor Luis Durand Flores, me llamó a su despacho un día cualquiera y me dijo:
-Luis Eduardo, ha llegado Doris Gibson. Hay que hacerle una entrevista. Se alojará en el hotel de Turistas.
Y me fui a Selva Alegre a preguntar por ella, a quien iba a conocer. Los únicos antecedentes que tenía de Doris Gibson señalaban que era hija del poeta Percy Gibson, y directora de Caretas, la revista que entonces salía en un formato más grande que el actual –nosotros lo llamábamos semitabloide– y que había luchado con todas las fuerzas que esa publicación y el ser arequipeña le daban, contra la dictadura militar de Odría, contra la misma que luchaba la mayor parte de la ciudadanía de Arequipa.

Daphne y Enrique Zileri, preceden el cortejo funebre en la Plaza de Armas, junto al Presidente Alan García y el Canciller José Antonio García Belaunde




Me identifiqué, me preguntó por Lucho Durand, me invitó a salir al jardín, hay que disfrutar del sol de Arequipa, dijo, y nos sentamos en una mesa, delante del edificio del hotel.
Hablamos brevemente porque vinieron dos, tres, cinco visitantes, que la saludaban, le decían te espero, y crearon un alrededor de nosotros un ambiente de intranquilidad y con tan frecuentes interrupciones que dimos por terminada la entrevista, según me pareció, cuando no había escuchado todas las respuestas que quería escuchar.
No volví a verla, sino a través de su revista y de sus actividades periodísticas, muchas de ellas azarosas como cuando Velasco atropelló medios de comunicación y obligó a Enrique Zileri a una huelga de hambre que se cumplió en el salón de ceremonias de la Federación de Periodistas del Perú.
Los pocos minutos de conversación, sin embargo, dejaron en claro su absoluta convicción democrática, criticó la dictadura de Odría, refirió lo que Caretas y ella misma habían sufrido a causa del autoritarismo militar del ochenio y se confesó dispuesta a luchar contra todas las dictaduras. Así lo hicieron ella frente a Velasco y Caretas, bajo la dirección de su hijo Enrique, frente al japonés Fujimori.

Obligada a la rebeldía
Doris Gibson tenía la obligación de ser rebelde. Fue hija del poeta Percy Gibson, nacido en 1885 en Arequipa y muerto en Bieleffeld, Alemania en 1960, en cuya casa se reunían los más conspícuos espíritus de Arequipa, no para conspirar, sino para hablar de las corrientes literarias y las ideas de principios de siglo.
Y es posible que el inmortal vals arequipeño Melgar, cuyo autor fue Percy Gibson, haya sido interpretado mil veces en su hogar al pie del Misti y hecho impacto en su alma: “Sonó el clarín, voy hacia ti…”, mezcla de llamado a la guerra por la independencia y al amor del poeta mártir de Umachiri por su esquiva Silvia.
Ahora Doris Gibson ha dejado la tierra donde luchó gallarda y siempre vencedora contra las dictaduras y debe estar feliz, porque la herencia que ha dejado, es la más valiosa para la sociedad de nuestra época: un periodismo limpio, íntegro, consagrado a la verdad y la tolerancia, a la democracia y a la búsqueda de la concordia entre los hombres.

Marco Zileri, director de Caretas, pronuncia su oración de despedida



De Doris Gibson, podríamos decir todos tenemos que morir, pero ella no tenía por qué…
¡Honor, dama rebelde del periodismo!
Te saludo como si aún vivieras en el jirón Camaná porque sé que tu presencia persistirá entre nosotros, mientras subsista el espíritu que le infundiste a tus herederos y a esa hija tuya más que cincuentona, Caretas, que mantendrá, como tú hasta el final, su lozanía eterna.



Las fotos de esta nota pertenecen a Caretas 2042

jueves, 28 de agosto de 2008

Cuatro frescas (XII)

“Constantino Carvallo (educador y dirigente deportivo fallecido) ha formado muchos hombres de bien, muchos seres humanos y también a algunos futbolistas…” (Philip Mantequilla).


“Me dio tanto miedo que se me pusieron los pelos de gallina”. (Claudia Hernández – Canal 5).


Martha aprovecha lo Moyano para lanzarse a la piscina y salvar japoneses que saben nadar. (Viña Salvadora).


“La historia recordará al congresista José Arana (record Guinnes de comer pollos a la brasa) no por otorongo sino por burro”. (Caretas 2041).


jueves, 21 de agosto de 2008

Porcón, cuán verdes son tus cerros


Pinos y eucaliptos, un valle
de ensueño y una comunidad
guiada por la Biblia


Pocas veces se puede decir de algún paraje de nuestra cordillera “cuán verdes son tus cerros”, porque en general, las montañas del Perú son áridas, entristecidas por la humedad de una lluvia que se acerca o que ya pasó, solo abrillantadas por la nieve que las corona y que, para desgracia nuestra, está disminuyendo para dejar al descubierto un campo yermo donde quizá no volveremos a verla jamás.


Reverdecer sus cerros costó 25 años de esfuerzo




Pero en lo que sus propietarios llaman orgullosamente Cooperativa Agraria Atahualpa Jerusalén Granja Porcón, el panorama es diferente. Allí sí se puede decir, cuá verdes son tus cerros Porcón

Doce en una combi
Salir de Cajamarca en una combi con doce personas ansiosas de conocer la granja maravilla de que muchos les han hablado es una experiencia que muchos viven todos los días cuando y vienen de la granja y algunos, como yo, por primera vez.
Unos diez minutos después de la salida, en Huambocancha, el vehículo se detiene para que los visitantes vean –y compren– las esculturas de piedra blanca que un grupo de artesanos labra en tamaños que van desde las miniaturas de diez centímetros hasta el tamaño natural de un ser humano.
Unos veinte minutos más tarde la carretera bien asfaltada que lleva a la mina de Yanacocha, lo abandona a uno y la combi entra en una trocha que no perderá su ritmo de montura encabritada hasta llegar, casi una hora después, a la Cooperativa Atahualpa Jerusalén de Porcón, a unos 3 200 metros sobre el nivel del mar y a 30 kilómetros al norte de Cajamarca.

Palabras que los guían en todos los caminos




Durante el trayecto, ya desde el comienzo de la trocha, veíamos letreros verdes con letras blancas donde se leen orientadoras frases bíblicas sobre la forma de llevar su vida en paz sin perjudicar a los demás.
Los letreros se irán haciendo más frecuentes conforme vamos acercándonos al destino, donde, no solo se verán más carteles del mismo tono, sino una hilera de banderas en lo que debe ser la casa principal, en lo alto de la cual aparece, por supuesto la bicolor rojiblanca y muy, muy cerquita de ella, la de Israel, como tenía que ser, tratándose de gente seguidora de la Biblia como nuestros invisibles anfitriones.
Es una tierra de verdes cerros donde los bosques de pinos y eucaliptos perfuman y purifican el aire. Como premio adicional, los dueños de más de 12 800 hectáreas de la granja Porcón, tienen ingresos no tan breves por la venta de madera, que se emplea para la construcción de casas.
Las planchas de madera de eucalipto sirven perfectamente para apoyar los pisos de segundas plantas, para los marcos de puertas y ventanas y, cuándo no, para la construcción de galpones y, cuando la gente se anima, para levantar casas completas.

Ya no se ve el cerro maldito
Cuando uno se acerca a Porcón, comienza a ver cerros enteros cubiertos de vegetación. Todo ha cambiado por completo y ya no se trata del aspecto que da el llamado cerro maldito de Cajamarcorco, a unos ocho kilómetros de Cajamarca, donde dicen que habitan los demonios que salen por las noches para asustar a la gente que se atrever a caminar por sus inmediaciones.
El viajero debe pasar por Porcón Bajo, a 3 000 metros sobre el nivel del mar, de donde sale en las semanas santas una procesión de 40 cruces desde los numerosos caseríos cercanos. Algunas de ellas llevan adornos de metales tan pesados que el hombre que las ponga sobre sus hombros se sentirá aplastado por unos 90 kilos de sacrificio en remisión de sus pecados.
Llegamos entre bosques y el aroma de los eucaliptos al centro comunal de Porcón, unos 30 kilómetros al norte de Cajamarca.
Es día de trabajo, los campesinos deben estar en sus chacras. No los vemos porque nosotros, en plan turístico, iremos por un sendero preestablecido, que nos llevará hasta las distintas secciones del zoológico de Porcón, que es, dicen, la mayor atracción del lugar.

Centro administrativo de Porcón a vuelo de pájaro




Los dueños de la granja, miembros de la cooperativa que ha sobrevivido y prosperado contra viento y gobiernos que destrozaron esas organizaciones porque le hacían competencia a la banca grande con la cual no había que malquistarse, venden la leche de su excelente ganado a la holandesa Nestlé, pero también producen artesanía, truchas, miel y polen de sus colmenas, muy apreciadas por su calidad.
El guía que nos acompañó, dijo que el turismo es otra de sus actividades y recibe unos 150 visitantes por día que se sienten felices por la hospitalidad de los campesinos propietarios.

Caminito que el tiempo respeta
El camino es de tierra apisonada recién regado por una lluvia del día anterior, cuya anchura permite caminar en fila india, excepto en determinados tramos donde se amplía para permitir el paso de varias personas a la vez.

Gansos amistosos que piden su pan



El primer tramo del sendero, a cuya vera graznan gansos blancos que entran en confianza con cualquiera que les ofrezca unas migajas, conduce al mirador, adonde se llega por unas gradas labradas en la ladera del cerro y cuyos escalones de tierra no se desbordan porque están sostenidos inteligentemente por planchas de madera de eucalipto.
Desde el mirador, una construcción de troncos de pino y eucalipto, techo de palmas y piso de tierra apisonada, se domina gran parte del valle y de las construcciones centrales de la granja. En varios lugares brilla el agua de arroyos y lagunas y todo el horizonte, en todas direcciones, está cubierto por los cerros verdes hasta sus cumbres. ¡Qué belleza de espectáculo!
Tener lo que tiene Porcón le ha costado esfuerzo y 25 años de constancia apoyados por un convenio con el gobierno belga que rigió entre los años 1980 y 90. Ahora exhiben con orgullo unas 10 mil hectáreas de cerros reforestados, que protegen sus suelos de la erosión. De ese modo también cuidan la subsistencia de su fauna.

Las águilas no nos miran
Recorremos el parque donde las águilas reales ni nos miran al pasar, conducta que adoptan también los cóndores que no se dignan ni de estirar las alas para desperezarse.

Águilas reales orgullosas en su encierro



Los monos tratan de convencernos con sus travesuras y mimos para que les demos trozos de pan. Y un tímido venado nos mirará de reojo, sin animarse a acercarse a la verja.

Venad0 que no se atreve a acercarse




Al salir veremos unos loros multicolores que se pegarán a las mallas de sus celdas para tratar de conversar con los visitantes, a cambio de un trozo de pan aunque tienen llenos de comida sus depósitos.
Un puma está durmiendo en el techo de su vivienda y tampoco se vuelve a mirarnos. Debe estar muy acostumbrado a la presencia de visitantes inoportunos y a sus gritos y no les hace caso. Dos leonas se pasean por su corral sin hacer caso a nadie, a pesar de las exclamaciones que provocan y de los disparos de las cámaras fotográficas.

Amistosos avestruces habituados a las visitas



Los avestruces son más amistosos. Se acercan a la valla y piden comida, se atropellan entre ellos para ubicarse en primera fila como si los visitantes fueran el espectáculo y no ellos.
Pero el que logra aplausos y comida es el oso de anteojos. Estaba en su covacha pero el ruido de la gente lo hizo despertar, salió soñoliento, se estiró como usted al abandonar la cama. Caminó en cuatro patas y luego de muchas exigencias de los turistas, se animó a ponerse de pie, para mostrar toda su estatura y su gracia, bajar hasta el arroyo artificial que rodea su isla para darse un remojón y volver en busca de los mendrugos que le arrojan y que saborea con entera naturalidad.

Descanso en un lugar privilegiado




Bajamos a un vallecito muy simpático donde hay flores que pintan el paisaje, y desde donde se puede ver, en otra perspectiva, los cerros circundantes llenos de verdor.
A la salida como ya lo dije, los guacamayos se prenden de la red de alambre para saludarnos. Marcan el fin del paseo.

Un queso de recuerdo
En una tienda del pueblo, donde imagino debe estar el centro administrativo de la granja, nos ofrecen quesos, mantequilla, manjar blanco, yogur y miel de abeja, entre otras cosas que la granja produce.
Compro un molde de un kilo por 12 soles y escucho que el conductor de la combi nos llama para emprender el camino de regreso.

Nostálgica despedida de un lugar que hay que imitar



Valió la pena, me digo, pero casi me arrepiento cuando converso con una turista cuzqueña que volvió con nosotros a Cajamarca.
Ella tuvo a sabiduría de quedarse a pasar la noche anterior en el hotel de la comunidad de diez acogedoras habitaciones –que nosotros no conocimos–, disfrutó de una tarde fabulosa recorriendo a caballo parajes que nosotros no vimos, vivió una noche tibia al calor de los leños de una chimenea en el salón y salió muy temprano para otro paseo a caballo y ver los criaderos de truchas y otras zonas de la granja que a nosotros, los turistas de a pie, no nos mostraron ni por el forro.
Otra vez será si llega la ocasión.


jueves, 14 de agosto de 2008

Serranos y costeños en Arequipa


La ciudad que cumple 468 años
vivió tres invasiones que dejaron
huella en el curso de su historia

Arequipa cumple 468 años de existencia y hay que preguntarse qué tiene, qué no tiene, cómo son sus habitantes y quiénes son sus visitantes.
Por de pronto debe señalarse que en el curso de su ya larga existencia, ha vivido –de ninguna manera digo ha sufrido– varias invasiones que dejaron huellas profundas en el carácter y comportamiento de los nativos.
Primero fueron los ingleses con Enrique Meiggs a la cabeza, que entraron por Mollendo y construyeron el ferrocarril “a la sierra”, luego los alemanes cuyas huestes encabezadas por Ernst von Wedeneyer fabricaron la cerveza y luego los puneños con su carga de música y poesía.


Ciudad embanderada por su fiesta




Como se trata de una sociedad tolerante y democrática hasta la exageración, serranos y costeños viven en perfecta paz y armonía, aunque es necesario decirlo, aquí son serranos los que han nacido o viven “de la plaza de Armas p’arriba” y costeños los que nacieron o viven “de la plaza de Armas p’abajo”.
Ahora bien, los extraños que quieren en alguna forma congraciarse con los pobladores han definido a Arequipa como una ciudad de costa rodeada enteramente de sierra.
Quizá ello se debe a que no se puede negar la presencia de la cadena de montañas que abraza a la ciudad.


El Misti engalanado como para su fiesta




El Misti, volcán tutelar que exhibe su capa de nieve, merced a las nevadas de los últimos días que gobernantes y especialistas llaman friaje, cumplió la promesa de engalanarse para esta fecha. Hace unas semanas no tenía ni un copo de blancura en sus cresta y se temía que para estos días, permaneciera así, pero un chofer de taxi me dijo con fe y plena convicción: “Para la fiesta tendrá nieve”. Acertó.

Soberbio Chachani, que dio su blancura a la ciudad




Las otras montañas son el Chachani de nieves eternas de cuyas entrañas salió en hecatombe descomunal hace ochenta millones de años, la hirviente lava que los siglos convirtieron en sillar para construir la blancura de la ciudad y el Pichupichu, cuyas cumbres muestran un inca dormido de cara al cielo.
Esas son, dicen, las montañas buenas.
Más al norte, el volcán Sabancaya demostró que entre todas hay una conexión con el infierno. Cuando las condiciones lo dispusieron así, arrojó fuego, cenizas y humo por su boca, en medio de temblores que resquebrajaron las casas e iglesias de los pueblos de Cailloma y causó el éxodo de los pobladores. El Sabancaya, en cuyas vecindades fue descubierta la dama del nevado Ampato, la famosa Juanita, mantuvo su indeseable antorcha y sus temblores durante diez años sobre una inmensa área que iluminaba por las noches y cubría de cenizas a toda hora.
Por supuesto que no todos los volcanes se portan así. En el arenoso Valle de los volcanes, en Huambo, por donde corre el río Andagua hay más de 80 pacíficas formaciones que merecen ese nombre, la más elevada de 350 metros sobre el nivel del suelo y otros menores, de entre 15 a 20 metros de altura, a los que la sabia palabra del geólogo Alberto Parodi Isolabella, calificó como simples ampollas y ninguna de ellas, emite la más leve voluta de humo.

Junto a la ciudad madre
El departamento, ahora llamado Región, tiene ocho provincias que poseen todo lo que puede anhelarse y algo más y cuyos habitantes convergen hacia la ciudad madre que cumple años y sus méritos geográficos y humanos se reflejan en la gloria común.
No es un secreto, por ejemplo, que en La Unión, capital Cotahuasi, nace el caudaloso río Amazonas, por lo que Arequipa fue un país amazónico desde mucho antes que cierta nación reclamara ese título sin éxito.

La Apacheta, al pie del nevado Mismi, donde nace el Amazonas




En efecto, el Amazonas nace como un arroyo bebito en las alturas del nevado Mismi –no confundir con el Misti, el guardián de la ciudad.
Cotahuasi por lo demás tiene el cañón más profundo del mundo, con 3 535 metros de profundidad, algo más que el Cañón del Colca, situado en la provincia de Cailloma, que tiene 3 400 metros de profundidad y la suerte de una mayor promoción por lo cual, los turistas se pelean por visitarlo, y porque, además, les brinda la posibilidad de ver cóndores en vuelo libre bajo el cielo más límpido que imaginarse puedan.

Codearse con un paisaje nuevo
De todos modos, la presencia de estos dos cañones deben hacer ruborizar al Cañón del Colorado, que alcanza solo 1 600 metros de profundidad, y del que se decía que era el más profundo del mundo, hasta que fueron puestas en valor, como se dice, esas dos gargantas arequipeñas, una de las cuales, la de Cotahuasi, hay que decirlo, necesita mucha más promoción y carreteras adecuadas para que los visitantes se animen a sus vértigos y a codearse con un paisaje solo hollado por los naturales.

Cañón de Cotahuasi, el más profundo del mundo




Caravelí, en la frontera con Ica y la más norteña de las provincias, puede también sentirse orgullosa del creciente empuje de Atico y de que su valle de Yauca –no Llauca, como apodan al Callao los chalacos– sea el productor de las mejores aceitunas del mundo, según afirman los caravileños.
Si hablamos de puertos y playas hay que recordar que el departamento de Arequipa posee el litoral más extenso que las demás regiones del Perú que tienen vista al mar.
Por consiguiente, tiene playas extensas y olas gigantescas –el “tumbo grande” que lo llaman los mollendinos–, que bañan Tambo, Punta de Bombón, Mejía, Mollendo, en la provincia de Islay, y la encantadora caleta de Quilca en Camaná, cuyo litoral se mantiene virtualmente virgen y espera que con una anunciada carretera costanera, se acabe su modorra, y por supuesto, Caravelí, cuya ribereña Atico, progresa aceleradamente.

Encantadora caleta de Quilca, orgullo escondido de Camaná





Camaná y los camanejos
Cómo ignorar a Camaná, cuyos camanejos son los personajes más simpáticos del mundo. No hay una ciudad en el resto del país donde uno pueda comer, por ejemplo, en el restaurante “Pollos a la brasa El tiburón sonriente”, o donde, a tono con la época del delivery en que vivimos, un ciudadano camanejo, trabajador militante, ofrezca sus servicios con un convincente “Se pintan casas a domicilio”.
Me viene a la memoria un episodio de mi vida de reportero cuando en una ceremonia celebrada en la ciudad de Camaná, la máxima autoridad que presidía el acto, extrajo el texto de su discurso de un bolsillo interior del saco y lo inició con un rotundo “Señoras y señores, antes de hablar voy a decir unas cuantas palabras”.
Pero Camaná tiene sus glorias, aparte claro está, de sus emblemáticos potajes a base de machas que ya se ven muy poco por el mundo y sus camarones que intentan escapar del plato de tan grandes que son.
La mayor de las glorias reales e indiscutibles de Camaná es, sin duda, Julio Granda, el maestro internacional de ajedrez, de quien dicen que llegó a las alturas de su paraíso, precisamente porque jugaba a lo camanejo, desconcertaba a sus rivales al propinarles jugadas tan insólitas que les descomputaba la masa cerebral. Eso, por lo menos, es lo que cuentan sus paisanos.
Otra provincia que tiene lo suyo como todas las demás es Castilla, en homenaje al gran mariscal, que aloja el verde valle de Majes y que no tiene salida al mar porque se interpone el distrito camanejo de Ocoña. Pero tiene abierta la ruta hacia el este recorrida por el poderoso río Majes, en una de cuyas orillas ha florecido su capital, Aplao, y en la otra Huancarqui, tierra de frutas y camarones, y según comentarios descomedidos, donde las doncellas decepcionadas pueden recurrir a hechizos y filtros que poco a poco convierten en blanca como barriga de rana, la piel de los candidatos indiferentes o de los maridos infieles para convertirlos en un remedo de Michael Jackson, aquel negro que transfigurado en blanco, como usted ya está enterado.

El puerto que fue
Mollendo ha sabido sortear el hecho de que un puerto mayor como Matarani, a doce kilómetros al norte, lo privara de su capacidad de recibir barcos, y se convirtió fácilmente en lo que siempre fue, es decir, uno de los balnearios más cotizados de la costa surperuana.
Sus habitantes tuvieron que resignarse a levantarse media hora antes cada día, a fin de poder llegar a tiempo a su trabajo en Matarani y no perder la costumbre, ya que se consideran porteños de la máxima pureza.
Condesuyos es otra de las provincias características del departamento y se interpone con su vecina Castilla, a la continuidad de las vías de comunicación entre Chivay y el Cañón del Colca con el Cañón de Cotahuasi.
Hasta hace poco, circulaba en Lima la revista Condesuyos, que describía las maravillas de su paisaje y el carácter empeñoso de su gente.
Hay, por supuesto, diferencias motivadas por el entorno en que los provincianos nacen y viven pero todos derivan forzosamente en la ciudad madre para estudiar, trabajar, visitar a familiares, hacer turismo o para convertirla en puente entre sus ambiciones y la oportunidad que les puede brindar Lima.

Ver al diablo en la iglesia
En estos días, extranjeros de todas las nacionalidades se juntan a los nativos para recorrer la ciudad de fiesta, para recorrer los silenciosos claustros de los conventos de Santa Catalina, Santa Teresa y Santa Rosa abiertos al visitante, se introducen en la Catedral para ver a ese Lucifer de madera aplastado por el tallado púlpito de la fe, y su curiosidad los lleva a la iglesia de la Compañía de Jesús para ver si es cierto que en aquella pintura de la Ultima Cena, Jesús muestra a sus discípulos una presa de cuy.

Azules claustros de Santa Catalina




También están a su disposición decenas de casonas con muros de sillar de metro y medio de espesor, convertidas en sedes de bancos y comercios y restaurantes donde hace frío en inverno y hace frío en verano bajo sus arqueadas bóvedas que resistieron cien terremotos en los últimos siglos.
Allí, en el barrio internacional en que se han convertido San Francisco, Ugarte, Zela y Santa Catalia, la búsqueda termina en una mesa donde se saborean todos los platos típicos de la antigüedad clásica o los que la imaginación más nevadosa –neologismo proveniente de nevada– puede inventar para sorprender con su sabor del siglo XXI.
Y uno puede encontrar también comidas internacionales que van desde los bifes a lo gaucho de dos centímetros de grueso y 17 de largo en El asador cocinados en persona por su propietario Gonzalet Te, en la calle Zela 201, y dos puertas más allá, en la misma sede del Bistro, al fondo, ingresar al Biergarten, -aunque de jardín no tiene ni una flor-, de un joven belga avecindado en Arequipa, donde se puede saborear una o varias de las cien cervezas que exhibe, la más barata de las cuales se cotiza a precio de euro, en 16 rutilantes soles peruanos.
Arequipa en fiesta es internacional no solo por sus visitantes sino porque en su desfile llamado desde hace medio siglo Festidanza, presenta cada año un mayor número de delegaciones de todo el mundo, que traen el mensaje de su música y las coreografías más exóticas para exhibirlas con el fondo vigilante del Misti, esta vez como en todos los agostos, pleno de la blancura de su nieve.
Luego de todo esto, hay que preguntarse nuevamente qué tiene Arequipa y qué le falta. Si tú puedes hacerlo, me avisas.





miércoles, 6 de agosto de 2008

Cuatro Frescas (XI)


Se vende bancada barata para adquirir mesa directiva. Puede pagarse con plato de lentejas o votos negros, rojos o amarillos. (Quisquís).

La mazmorra del pobre japonés solo tiene salita para sus visitas, estudio de pintura, estudio de canto, comedor, dormitorio, baño privado, jardín para pasear sus horas libres. ¿Cómo puede un preso vivir así? (Vallearrastre).

Yo también quiero que vengan a saludarme Los Iracundos. (Cojo Mame).

Llamamos a Los Iracundos para que la gente sepa que estamos furiosos con el trato que le dan. (Kaiko).

martes, 5 de agosto de 2008

Quilca, despertar de un sueño



Cuando pase por aquí la Costanera
renacerán todas las ilusiones


Llegar a la preciosa caleta de Quilca, es un suplicio que es necesario sufrir para disfrutar de toda su belleza. Y hay quienes dicen que la situación no durará mucho tiempo, porque se prepara el renacimiento de aquel distrito camanejo, que tanta historia tiene.
Dentro de poco, por fin, dicen los que saben, comenzará la construcción de aquella gran autopista costanera que arrancará de Camaná, y ya no subirá por la pesada Cuesta del Toro, sino que tomará un nuevo trazo que la llevará directamente a Quilca, y de aquí hasta Matarani, Mollendo, Mejía, La Punta y concluirá en el activo puerto de Ilo, donde se unirá a la carretera que conecta este punto con Tacna.
Así se anuncia un renacer de la economía de Quilca, en estos momentos tan venida a menos a pesar del esfuerzo de sus aproximadamente 4 000, habitantes, la mayoría de ellos pescadores artesanales.



El mar se escurre entre dos cerros



Una minoría aún cree en la agricultura afectada desde hace unos veinte años por la salinización del río Quilca a causa de las filtraciones provocados por las vecinas irrigaciones de Majes y Siguas y han comenzado a sembrar maíz, arroz y ¡trigo!, con que abastecen a los mercados de Camaná y Arequipa y hasta, créanlo o no, a las compañías cerveceras.


Ni la cercanía del mar ni la salinidad de la tierra los arredran



Con la bienaventurada Costanera se podrá llegar a la encantadora caleta, desde el kilómetro 845 de la Panamericana donde hoy existe un letrerito que dice “a Quilca, 32kilómetros”, distancia que se alarga traumática debido al pésimo estado de la trocha. Con la soñada vía, entonces sí serán ciertos los 32 kilómetros que marca el letrerito.
Quilca tiene su capital en el pueblo que se yergue en sus alturas a unos diez minutos del puerto y a 200 metros sobre el nivel del mar y que hoy es una pequeña joya engarzada en el litoral yermo y solitario que lo rodea.

La pintoresca y acogedora plaza de Armas le da la bienvenida




Su placita en dos niveles tiene, como todo pueblo que se respeta, su iglesia y su municipalidad, pintadas además de rosado. Un pequeño boulevard lleva al visitante al lado de esbeltas columnas que rematan en faroles, hasta la plataforma de otra plaza, desde cuyo borde se ve el valle que desemboca en el mar y se enfrenta a las espumosas olas.
Allí es donde los agricultores han sacado fuerzas de flaqueza y han sembrado contra viento, mareas y salinidad, los productos que les sirven de sustento y que comercializan en la medida que les es posible.

Las dudas del alcalde
Aunque el alcalde de la municipalidad distrital de Quilca, el estudioso de la historia Henry Cáceres Bedoya, lo pone en duda hasta no tener una absoluta certeza, aquella escondida caleta tiene una rica historia, uno de cuyos más difundidos episodios dicta que el Caballero de los Mares, don Miguel Grau Seminario, habría llevado su legendario Huáscar a sus tranquilas aguas, para reabastecerse de combustible y alimentos, mientras la poderosa flota chilena recorría el Pacífico en su busca en el afán de eliminarlo para completar su dominio sobre el mar peruano.
El burgomaestre no cree que se “escondía” de la escuadra enemiga, sino que llegaba allá para poner un intervalo en su ardua tarea de hacer la guerra con lo poco que tenía, mientras su tripulación descansaba y ponía en orden el navío que le serviría de transporte a la eternidad.


El Caballero de los Mares vigila la entrada de su puerto



La caleta rinde homenaje a Grau, cuyo busto metálico se alza sobre una columna que debiera ser más alta, pero desde donde, cómo no iba a ser así, la mirada del almirante se extiende sobre el mar que lleva su nombre y choca en la entrada flanqueada por dos elevados cerros de tierra amarillenta.

La única entrada al viejo sur

Hay solo 35 kilómetros de Camaná y unos 95 de Arequipa... en línea recta




Quilca, a 35 kilómetros al sur de Camaná y a 55 al noroeste de Arequipa, fue el puerto más activo del sur del Perú durante la Colonia. Por aquí embarcaban y desembarcaban los soldados que enviaban los gobernantes hacia el sur del Perú y hacia Bolivia.
Fue también por aquella época, refugio de bucaneros y piratas que esperaban dar el zarpazo a los barcos españoles.


Fue un puerto de mucha actividad durante la Colonia



Allí también se embarcaron para no volver jamás, el virrey La Serna, sus generales y sus tropas derrotadas en las batallas de Junín y Ayacucho.
Y durante la guerra con Chile, según el historiador camanejo doctor José María Morante, llegaron a Quilca los barcos Pilcomayo y Tolten y bloquearon la estrecha salida del puerto el 1 de noviembre en 1880. Un vecino de apellido Calderón envió un telegrama a la prefectura de Arequipa el día 2 e informó que de uno de los buques enemigos, desembarcó a las dos de la tarde del día anterior, un parlamentario chileno quien notificó a los pobladores que tenían un plazo de cinco minutos para abandonar sus viviendas.
Luego desembarcó el grueso de las tropas que incendió “todas las casas particulares y rancherías y los almacenes del puerto”.
Los soldados se dirigieron luego al pueblo y lo quemaron totalmente, descendieron al valle y continuaron su bárbara tarea. La incursión chilena contra una población indefensa dejó el puerto, el pueblo de Quilca y los anexos de Pueblo Viejo, el Platanal, Uchas, Quiroz, Higueritas y Monte Grande convertidos en cenizas, dice el doctor Morante, quien aún es recordado como uno de los más ilustres profesores del Colegio Nacional de la Independencia Americana de Arequipa.

Confianza en un tiempo mejor
La decadencia de Quilca se debió, sin duda, a la presencia de puertos mejor ubicados y equipados como Mollendo y Matarani, que dejaron a la pintoresca caleta en el semiolvido desde mediados del siglo pasado.


El Juez de Paz Jesús de la Torre también es pescador y agricultor



Desde entonces, relata el juez de paz del lugar don Jesús José de la Torre Núñez, muchos de sus pobladores prefirieron irse a buscar su porvenir en otras tierras como Arequipa o Camaná, las ciudades vecinas más cercanas que ofrecen mayores oportunidades y, desde hace poco, al floreciente distrito de El Pedregal, cuyo explosivo crecimiento es una atracción para todos los que quieran trabajar.
Ahora con la perspectiva de la Costanera del Sur, Quilca ve renacer su oportunidad.


Se siente que hay mucha amistad para recibir al visitante



Si bien no tiene mucho espacio para extenderse como puerto, posee inmensas playas de arena, fauna que no ha sido tocada por el hombre y que será necesario preservar de los depredadores, y gente que no quiere irse, sino que, como el juez Jesús de la Torre, vuelve para quedarse y trabajar por el desarrollo de su terruño.


Paisaje marino por donde se mire



Aparte de su valor potencial como centro turístico, Quilca es una tierra de costas inexploradas, con fauna virtualmente no tocada ni vista aún por el hombre, tiene extensas playas y es un lugar de veraneo que bien puede hacerle la pelea a cualquiera de las localidades de moda del norte del país.
Mientras tanto, Quilca vive de su pesca y su agricultura, aspira a un comercio que aún no existe y tiene esperanzas en el futuro y en la Costanera, que ojalá no sea una vez más, una ilusión perdida.