martes, 12 de septiembre de 2017

La cofradía del presidente vitalicio

Cómo nació la Cofradía del
Palacio, donde nadie paga
cuotas y se va cuando quiere

Nota del editor – El autor de la siguiente nota ha creído conveniente distraer algunos de sus ocios en medio de sus dos “meses jubilares” –léase vacaciones– para informar a sus lectores sobre los orígenes de la Cofradía del Palacio, con sede en Lima, Perú, a fin de que  sus miembros no sientan que han sido olvidados. Pide, asimismo, perdonar si en el desarrollo del texto ha olvidado a algún connotado socio de la institución. 

Münich, Alemania - Los orígenes de la Cofradía del Palacio, una singular entidad con presidente de facto vitalicio, se remontan a los años 70 del siglo pasado, cuando la mayoría de sus miembros trabajaba –o decía trabajar– en la redacción del diario Correo de Lima, entonces situado en la avenida Wilson o Garcilaso de la Vega, cuadra 12.

Olgger muestra informe en el desaparecido El Firme-2
Eran tiempos de dictadura militar y los diarios de circulación nacional habían sido capturados y asignados a las organizaciones civiles.

Así, por ejemplo, el poderoso El Comercio fue requisado y designado vocero de los campesinos, y el diario Ojo, tabloide especialista en “levantar” la noticia para hacerla más sabrosa para los lectores que no leían prensa seria, fue entregado a los intelectuales.

Correo, donde el actual presidente de facto de la Cofradía trabajaba luego de pasar por Ojo, era el diario de los profesionales o, al menos, era lo que determinó la dictadura militar de Juan Velasco, no se sabía con qué criterio, y que al fin de cuentas, era la que manejaba la línea periodística desde el palacio de gobierno.

Por eso, el ingenio popular bautizó a los diarios como “parametrados” ya que un ministro de entonces declaró que existía plena  libertad de prensa “dentro de los parámetros de la revolución…” que se vivía.

La denominación de cofradía es relativamente reciente, ya  que en sus comienzos,  la  reunión de periodistas de Correo se llamaba “peña de los viernes” y su sede era  un club provinciano de la calle Monzón, a una cuadra del Parque Universitario, uno de los exclusivos locales donde se vendía cerveza Cusqueña.

Reunión previa a elecciones en el Colegio de Periodistas
Era una pampa cuadrada con habitaciones en una esquina, cuyos administradores usaban el membrete de club de una provincia de Apurímac, para llevar adelante su negocio de restaurante público y al cual, para mantener cierta reserva entre nosotros, llamábamos “el hueco de la vieja”.

No era con ánimo peyorativo ni de burla. En ese tiempo –quizá ahora también- llamábamos “hueco” a establecimientos sin lujos, casi desconocidos, para reunirse a beber unas cervezas sin que otras personas se enteraran y corrieran el chisme. ”La vieja” era una respetable señora mayor que administraba el lugar.

El “hueco de la vieja” se convirtió en el cenáculo que nos permitía rajar de los personajes del gobierno, comentar lo que no se publicaba en los periódicos y hacer chistes sobre las declaraciones de los ministros militares.

Puede decirse que la peña fue fundada por Rodolfo (“el cholo”) Orozco, periodista ya desaparecido de Correo, Diógenes Puente  de la Vega, redactor en español de la agencia Francce Presse, su hermano apodado el “hombre  de negro”, el mecánico dental Manuel Cárdenas, a quien llamábamos ”hacedientes” y un servidor, a quien los primeros hicieron la gracia de invitar.

Después se incorporaron personajes del periodismo y de fuera de él, como José Perleche Moncayo (diario La Crónica), Máximo Mogollón (Correo), Diego Mori (Ultima Hora), Víctor Medina (Correo), Manuel Candia (operador de un cine de La Victoria), Diógenes Vásquez (Expreso), el “negro” Manuel Miranda (abogado), José Sagar Bejarano (Radio Panamericana), y otros.

Cita en el Club de Periodistas
En sus momentos estelares, esa “peña” llegó a contar con 14 miembros regulares y unos ocho o diez eventuales que concurrían para conocer la realidad de aquella asociación informal, cuyas noches se prolongaban a veces hasta las madrugadas en las instalaciones del Club Apurímac de la avenida Brasil.

Esto ocurría generalmente los días de quincena, cuando la “vieja” daba por terminada la noche en el “hueco” y los comensales recién llegados después del cierre de sus periódicos querían continuar la fiesta.

La diáspora que nos alejó

Pero llegó un indeseado momento en que por razones varias, algunos se alejaron voluntaria o involuntariamente de la peña.

A principios de los años 80 conseguí una plaza de redactor en español en la agencia The Associated Press (AP), con sede en el crucero de los jirones Huancavelica y Cailloma, pleno centro de Lima.

Selfie en actividad gremial
Era fácil una reunión con la gente de France Presse (AFP), Fernando Barrantes y Tomás Tronco, porque su agencia quedaba a pocos pasos de la  AP, en el piso 11 de un edificio en la misma esquina de Huancavelica-Cailloma.

Con ellos hacíamos reuniones en el aún existente restaurante Carbone, pero las obligaciones no permitían que ellas fueran muy extensas. Eran como si dijéramos encuentros al paso para un sánguche y una cerveza.

Fueron tiempos de un práctico receso de la peña. La AP se trasladó a San Isidro, jirón Los Rosales, y algunos personajes, asumieron cargos en el nuevo gobierno, como Orozco, quien fue nombrado director del diario estatal La Crónica.

La agrupación se mantuvo con mi hermano Olgger Podesta, ligado a los diarios Correo y Ojo, el “chino” Luis Alberto Guerrero, que vivía heroicamente los últimos días de La Prensa, Marcelo Martínez Gómez, columnista de Expreso y algunos excepcionales “invitados”.

Las reuniones, siempre al mediodía de los sábados, tenían lugar en esa época, en la sanguchería El Chinito, del crucero Chancay y Zepita.

Delegado de Boston (izq.) con  publicación reciente
Después de un largo tiempo el silencio cayó sobre la peña. Algunos de sus miembros habían muerto, entre ellos el “cholo Orozco” y su compadre Diógenes Puente de la Vega, otros se habían dispersado en diversos medios y los demás, finalmente, decidieron dedicar totalmente su tiempo a sus familias.

El renacimiento de la peña, llegó en última década del siglo pasado.

César Terán Vega y yo trabajábamos en el diario La República y los sábados, nuestros días de descanso, salíamos a comer un cebiche acompañado de cerveza Cusqueña en El Firme número 2 de la segunda cuadra del jirón Ica, a la vuelta de la sede del periódico.

Allí estuvieron mi hermano Olgger, aún unido a Correo, el “Padre Eterno” Víctor Salas Bartra, Jorge Eléspuro, publicista de La República, Luis Alberto Guerrero, y algunos parroquianos del restaurante que querían participar  de la reunión.

Nos vamos al palacio

El nombre de Cofradía del Palacio fue sugerido por César Terán y aceptado por todos los demás cuando, debido al cierre definitivo de El Firme número 2, debimos buscar otro “corner” y lo encontramos en el Palacio del Inca de la tercera cuadra del jirón Conde de Superunda, a tres cuadras del “otro palacio”..

Dos grandes ausentes: Lucho Guerrero y Olgger Podestá
Entonces César Terán había entrado a El Peruano, como editor de la sección editorial y yo al cargo de jefe de prensa de la Oficina de Control de la Magistratura (OCMA) del Poder Judicial.

De pasadita, quiero contarles que era la primera vez en mi vida que iba a trabajar en una entidad pública y lo hice porque el magistrado supremo jefe del organismo, me pidió que lo acompañara, así lo dijo, por unos seis meses. ¡Me quedé nueve años!   

A las primeras reuniones del palacio concurrían Antonio Láinez Yonce, ex de Expreso, Rony Guerra, Lidia Bonilla, Wálter Sánchez Gibbons, ex de UPI, Pedro Ortiz Barnuevo, ex de Correo y La República, Daniel Cumpa, ex de Correo y Octavio Huachani,  ex de La República.

También estaban alineados Gustavo Rossi, conductor de un programa de radio en Los Olivos, Miguel Bernuy, director de una revista, Máximo Torres, nuestro delegado en Boston, Massachusetts, su hermano Pedro Torres, los consabidos Olgger Podestá, Luis Guerrero y los ocasionales Mariano Baylón, Guillermo Avendaño, el impresor Apolinar Ventura y unos tres o cuatro más.

Todos ellos adoptaron –juntos o separados– el unánime acuerdo de tener un “presidente de facto vitalicio”, en el autor de esta nota, quien no abriga la menor intención de convocar a elecciones jamás.

Y por supuesto, continuarán los chismes y comentarios malévolos sobre las noticias de la semana, debates con críticas a un gobierno que no se anima a pegar un par de carajos en defensa de sus fueros, a un congreso que asume aires de dictadura a copia e imagen japonesa de los 90s, y la distribución de publicaciones y sorteo o simplemente obsequio de libros para las bibliotecas personales de quien gane o simplemente concurra.

Así de generosa -nadie paga cuotas ni derechos de inscripción-, y abierta a las discrepancias  –a veces no dejan hablar al presidente– es la Cofradía del Palacio, donde se cultiva la amistad sin reglamentos y la solidaridad sin miramientos. (Luis Eduardo Podestá).

(Imágenes de archivo del autor)

miércoles, 6 de septiembre de 2017

El hombre que se niega a la ceguera

Elogio al periodista y hombre
de teatro José Valdez quien
sigue adelante sin bastón

Münich, Alemania – Como en aquellas simbólicas máscara representativas del teatro, una que ríe y otra que llora, José Valdez Pallete, director de teatro y fundador de la agrupación Talía, de Arequipa, finge no ser ciego y camina por la ciudad, sin apoyo de un bastón,   guiándose solo por la sombra que reflejan los transeúntes que encuentra a su paso.

No hacer caso a los males 
Me ha dolido la noticia, leída en el diario El Pueblo de Arequipa, porque Pepe Valdez es mi colega del periodismo de antaño y quizá fui un factor en su entrega incondicional hacia el teatro desde hace mucho más de medio siglo.

Nos conocimos en el desaparecido diario El Deber, por cuya redacción tuve un breve paso, y más tarde arribamos a El Pueblo.

Tenía unas dos semanas de trabajo en ese diario, a finales de la década de los 50s, cuando mi jefe de redacción, Juan José Barriga Gonzales, me encargó: “¿No quieres regalarte una tarde de teatro. Actuará Pepe Valdez”.

Era una orden que no lo parecía porque era así el estilo del jefe. Yo no era experto en espectáculos culturales ni de los otros. La pieza, cuyo título se me ha perdido en la memoria, se daba en el teatrín de la parroquia de San Antonio, de Miraflores, Arequipa.

Me divirtió ver a Pepe con traje de calzones bombachos a la usanza medieval, para anunciar la trama de lo que se venía. Y su actuación en el desarrollo de la pieza me pareció muy agradable y nada exagerada como había visto actuar a otros artistas aficionados y profesionales.

Hice una información muy objetiva y destaqué el hecho de que el público aplaudió con entusiasmo cada uno de los tres actos y por varios minutos al final, reclamando la presencia de los artistas.

Los hombres de la opinión

Cuando la nota salió publicada, Pepe me saludó con un abrazo y me agradeció los términos en que había sido redactada.

Cuando el director de El Pueblo, Luis Durand Flórez, dispuso mi participación en las reuniones del cuerpo editorial cada mañana a las 11, debido a que hacía una columna de opinión, me sumé a tres personas de gran valor humano y profesional.

Allí estábamos Alfredo Cornejo Chávez, Carlos Montoya Anguerri, José Valdez  y un servidor, más dedicado a escuchar las intervenciones de los primeros en torno a los asuntos de la ciudad y la realidad nacional e internacional cuando hacía falta.

Entonces se acentuó mi amistad con Pepe, con quien hace unos cinco años, nos encontramos por casualidad en la calle Mercaderes, y hablamos brevemente.

Le pregunté por José Villalobos Ampuero, el único alcalde marxista que tuvo Arequipa, y me respondió sorprendido: “¡Es ese que acaba de salir (de un restaurante cercano)”.

Yo no había reconocido debido al tiempo transcurrido, a Villalobos, ya entrado en años, como nosotros y debí entrevistarlo días después en su casa.

No hace caso a sus ojos

La periodista Roxana Ortiz, del diario El Pueblo, escribió sobre José Valdez: “Lleva sus anteojos oscuros y camina erguido. Nadie se da cuenta del problema. ¿Por qué no usa bastón?, le pregunto.

“Me mira serio y dice (porque distingue de cerca): “Eso es para los viejos”. ¡Ah!, perdón, no sabía, le digo. “Además, nadie tiene que enterarse por lo que estoy pasando”, agrega. Espero no lea esta nota”.

Ortiz añade que Pepe “ya ha tenido algunos accidentes por su falta de visión, la última vez “chocó” a un carro. Calculó el paso por la sombra del vehículo, pensando era un auto, pero se tratba de un pequeño camión con remolque, avanzó por la pista para chocarse con la unidad, y terminó en el piso”.

“Generalmente voy por las esquinas donde hay semáforos y me pongo al lado de las gordas, ellas nunca corren, espero que avancen y yo también, aunque ahora los conductores no respetan a nadie”, se quejó Pepe.

La periodista comenta que fue “difícil hacerle la entrevista con puntos concretos a una persona que estuvo acostumbrada a mantener horas de horas charlando, que de la noche a la mañana se encuentra sola, y que tiene miles de temas por platicar. Fueron más de cuatro horas y solo se pudo obtener algunos detalles”.

Informa que Pepe no deja de escribir y le dijo que ha hecho “algunos libretos. Algo tengo qué hacer con mi tiempo”.

Recuerda  que “hace 50 años, junto con algunos amigos, fue espectorado de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA), cuando Patria Roja asumió el poder y decidieron fundar (el grupo teatral) Talía”.

Expulsado por la dictadura

“El día para don Pepe se iniciaba a partir de la hora del almuerzo y terminaba con las primeras horas del siguiente”, refiere Ortiz.

“Era común verlo en la redacción del diario Arequipa al Día, mientras se cerraba la edición a partir de las 10 de la noche, revisando diversas publicaciones. Era noctámbulo y asiduo a  los cafés. No tomaba alcohol, pero le encantaba una buena conversación, especialmente  cuando estaba rodeado de jóvenes escuchando sus experiencias sobre diversos temas o él contaba las propias”.

“Cuando Juan Velasco asumió la presidencia, en Arequipa también surgieron algunos líderes y se hicieron de la administración de la UNSA, donde se hacía bastante cultura. Allí surgieron varios grupos del Partido Comunista. “Eran gente notable. Comunistas pitucos, qué gracioso”, ríe.

“Ese fue el punto para que los actores expulsados, como Antonio Gonzales Polar, Eusebio Quiroz, Carmela Núñez, Hugo Valenzuela, su hermano Luis, Julio Arce su suegro, su esposa Gaby Arce, entre otros, decidieran formar el grupo de teatro Talía.  La reunión fue en diciembre de 1966, y lo eligieron director. Luego estrenaron la primera obra el 17 de mayo de 1977, de Bertolt Brecht: ’Terror y miserias del tercer Reich’”, prosigue Ortiz.

“El día del estreno la mitad del Teatro Municipal estaba llena de alemanes refugiados que habían llegado de los departamentos cercanos. Fue un éxito y recibimos la invitación para ir a un festival de Chiclayo, donde obtuvimos el primer puesto. Luego vinieron obras de artistas peruanos”, comentó Pepe ante la periodista.

Ortiz señala que Pepe fue profesor de varios colegios en Arequipa, “había que mantener a seis hijos”, periodista en diarios de Arequipa y colaborador  en medios de Lima, y docente de la Universidad Católica de Santa María. Precisa que lo que hizo en el teatro “fue cultural, no comercial para ganar dinero, aunque le sobraron propuestas para dirigirlo”.

“Estuvo casado con la también fundadora de teatro y poetisa, Gaby Arce, con quien tuvo seis hijos”, y de quien se divorció a pedido de ella.

Pero más tarde, “sus hijos lograron nuevamente reunirlos y comenzaron a llevar una vida armoniosa, hasta que la  enfermedad acabó con doña Gaby. “De verdad sentí la muerte de mi esposa, ya habíamos hecho las paces y estaba todo bien”, dice don Pepe, quien era difícil para contar algunas intimidades”, escribe Roxana Ortiz.

Añade finalmente: “Un día llegó a los ensayos del grupo en la Católica y estaba un tanto raro. Sin expresión alguna, le caía una lágrima en el rostro.

“¿Don Pepe está mal del ojo?, le preguntamos.

“Seguramente algo me entró”, dijo.

“En el café confesó que su hijo estaba grave en el hospital. ¿Y por qué fue al ensayo, debió estar con él?, se le dijo.

“No soy médico, yo no voy a poder hacer nada”. Su hijo, a quien sabemos quería mucho, se logró salvar”, concluye Roxana Ortiz.

Así queremos verte, Pepe, tus colegas y amigos contemporáneos y los que no lo son, sin vejez, sin bastón, calculando tus pasos, sin miedo a las veredas ni a los obstáculos que los años suelen ponernos en el camino. (Luis Eduardo Podestá).

(Imagen de El Pueblo)