El poema
del periodista Jorge
Donayre
Belaunde, el "Cumpa",
plena
actualidad en este tiempo
Nota del editor – Coincido plenamente con Maynor Freyre Bustamante en
que el poema “Viva el Perú, carajo”, del desaparecido periodista Jorge Donayre
Belaunde (1921-1997), es “rotundo y corajudo” y de plena actualidad “en estos
momentos de crisis y corrupción nacional, de descalabro patriótico”, y nos insta
a levantar los ánimos y “mirarnos en nuestro propio ombligo”. Fue publicado en
el blog purotocuen.blogspot.com y hoy lo entrego al
Perú como un obsequio de fiestas patrias, en nombre de ese periodista cabal y hombre de intensa sensibilidad social que
fue el “Cumpa Donayre”. Creo que no hay
mejor fecha para recordar las palabras del periodista y vate chinchano que su
canto al Perú en esta fecha. (Luis Eduardo Podestá)
¡VIVA
EL PERU CARAJO!
El Cumpa Jorge Donayre
Bueno, ha llegado el momento,
el momento esperado siglo y medio,
para que de la antigua vasija de mi canto
extraiga este grito de barro estremecido.
¡Viva el Perú Carajo!
Vivan las espumosas olas,
sobre las que llegó la historia de Dios
en totoras y velas desafiantes.
El océano largo y submarino
de infinitos profundos habitantes.
El voluptuoso cetáceo, las gaviotas,
las algas, el bonito y el humilde guanay
que ha digerido a millones de libras esterlinas
Este es mi mar, mis islas, mis arenas,
mis remos, mis atardeceres y mis redes.
¡Viva el Perú Carajo!
Viva este monumento de piedras
levantado sobre cimas de la eternidad
donde el tiempo no se atreve a morir.
Viva esta huaca donde anduvo
la raza de los viejos abuelos,
abuelos a su vez de ocho millones de serranos,
que quedan allá arriba, prendidos en las cumbres;
y aquí abajo, servidumbre barata
de las casas de Lima, mozos del mayorista,
ebrias, turbias, postergadas gentes de las barriadas,
emolienteros, vendedores de fruta, carretilleros,
públicos sudorosos de los coliseos,
chimpunes, driles y camisas de mugre.
¡Viva el Perú Carajo!
Este río es peruano,
y es su cuna, una huraña fuente
enclavada en la cumbre
que vacía y llena el hechizo del cielo,
gota a gota o en tempestuosas lluvias.
Viene en su lecho con limos y polvos minerales,
sembrando valles, preñando y alumbrando padre y madre a la vez
la vida de los hombres y de las plantas.
Los animales, las aves y los peces,
Indios, mariposas,
cholos, blancos, negros, leche, rosas,
todo, todo lo siembra el río,
que bajó desde la nube con fuerza creadora.
¡Viva el Perú Carajo!
Viva esta selva sembrada por el
propio Señor,
una fresca mañana cuando pasó el diluvio,
el día que sus dedos,
modelaron su mejor creación sobre el Planeta.
Aquí la fuerza desata un huracán de lluvias y de orquídeas,
llanuras de verdor cubren la tierra
donde se enroscan ríos y serpientes.
Vuelan los guacamayos, parlotean los monos trapecistas
mientras, río arriba surca una canoa
en la que van amándose Carlos Rumichi y su María,
seguros de que el río ha de traerles
junto a la cesta de peces, el hijo prometido.
Viva el hombre peruano,
al que no espanta la dura geografía
que Dios nos entregó como instrumento;
sobre las conmociones cataclísmicas
que agitan los cimientos de los mares y la Tierra.
Sembramos, desafiando terremotos, nuevas ciudades,
nuevas casas, las riegan las lágrimas transidas de las viejas,
de los huérfanos niños, de los hombres.
Ja, ja, ja, ja, ja, ja
Nosotros somos súbditos del temblor y el terremoto.
¡Viva el Perú Carajo!
También al huayco, a las
inundaciones, las sequías,
les sabemos su cara de miseria.
Sus derrumbes, sus vértigos de sangre,
les conocemos desde viejas edades.
Y para todas esas camaradas desdichas,
hay un Pedro Quispe y una Juana Flores,
que a fuerza de coraje, de sudor, de esperanza,
han atrapado un rayo enfurecido entre sus manos
y lo han hecho una estera de amor, un duro adobe,
ladrillo rojo, una vivienda rústica, una torre;
el perfil majestuoso de una iglesia,
un pueblo, una ciudad y una costa
o una sierra de continuadas urbes
que se levantan y caen sin miedo a nada:
¡Viva el Perú Carajo!
Para Sujchi, comunero, es este
canto,
este fuerte carajo enternecido
para sus caminos vecinales y su escuelita de tejas,
donde el hijo aprenderá qué es el Perú.
Vivan los artesanos, los mineros,
los duros labradores que no moran en Lima
que han hecho de la Luna,
un lamparín de esquivo kerosene,
encendido en el techo de los cielos.
Viva el hombre de chullo que solo
come camote y charqui
bebe jarros de chicha, repletos de tristeza.
Viva su poncho rojo, sus cansadas ojotas,
su lánguido charango, las ubres de sus cabras;
el seno prieto y duro de sus cholas,
su leche tibia, llena de amor y vida.
¡Viva el Perú Carajo!
Para Aurelio Celada, caporal de
la hacienda costeña,
es este canto de carbón y uva negra
como el mejor color de su pellejo.
Para el duro trajín que le reclama músculos de antracita,
firmes muslos para sus grilletes vencidos,
sus leyendas de arcángeles, zambos, guitarristas,
marcadores de punta, centro foward, soldadores de gallos,
cinturas de alcatraz y cajoneros.
Ja, ja. ja, ja, ja, ja…
¡Viva el Perú Carajo!
jo, jo, jo, jo, jo, jo…
Para tirar un carajo por mi
patria,
he pedido prestada su cristina de dril a mi hijo Alberto
y en la hebra de luz de un blanco cabello
de mi finada madre, lanzo un sonoro grito
que me nace de las venas,
con estruendo de vida,
clarinada del alba al cielo puro.
Para tirar un carajo por mi patria,
he levantado en sedición a las palomas,
garras de cóndores son ahora sus patas,
otrora delicado pistilo hoy convertido en lanza.
Este niño que toca una corneta en los desfiles de julio,
es Juan Mariño, es hijo de la estera, del barro y de la caña brava.
Es Juan Mariño, hijo de la barriada
sobrino del triciclo, primo del anticucho.
Sobre el lomo del cerro tirita frígido, tiene hambre,
en las manos y en las tripas
y aunque sólo es dueño de su uniforme comando,
es Juan Mariño, el que toca una corneta
en los desfiles de julio.
Para tirar un Carajo por mi patria,
préstame Juan Mariño la trompeta,
tu trompeta de bronce retumbante,
quiero lanzarle al mundo
un coro de trompetas.
¡Viva el Perú Carajo!
¡Oh! río huraño. ¡Oh! seca pampa,
¡Oh! larga costa, ¡Oh! Huascarán, Huandoy, nieves eternas.
¡Oh! tranquilo molusco, cactus, piedras, qenqo,
Sacsayhuamán, Chavín, piedra de siglos.
¡Oh! poncho, lampa, flecha, choclo, nube, gaviota,
prestadme vuestras voces de siglos
para inundar de amor todo el paisaje
¡Viva el Perú Carajo!
Amo esta dura arcilla,
amo este crisantemo
y sigo enamorado del olor del romero.
Porque estas cosas viejas, conciertos de canarios,
cuadernos de dibujo, helechos y retratos esfumados
no conduelen mi vida, sino al contrario,
alientan las sudadas camisas de mi paso
y en la beligerancia de todas las batallas
afírmase este grito:
¡Viva el Perú Carajo!
¡Viva el Perú!, mi patria,
sobre todo este rectángulo
que es mi única propiedad sobre la tierra,
donde los huesos de mi madre
dicen aun sus rezos preferidos,
sus preocupaciones.
¡Viva el Perú!, mi patria,
la de mi hijo, de mis amigos buenos,
la mujer que me ama,
mi provincia, mi derruida casa.
Y cuando los diarios digan:
el Perú perdió en fútbol,
el Perú país pobre,
vino otro terremoto,
se secaron los ríos,
se enlodan los políticos,
bajó el sol, se perdió la cosecha,
repicaremos desde el fondo de los huesos,
el grito poderoso de los hombres de esta tierra,
cargada de coraje y de optimismo para decir;
como si arrojáramos balas:
¡Viva el Perú Carajo!¡Viva el Perú Carajo!
¡Viva el Perú Carajo! ¡Viva el Perú Carajo!
¡Viva el Perú Carajoooooooo!
(Imágenes
de RPP, El Comercio y archivo)
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