domingo, 28 de junio de 2009

30 nuevas cataratas en el Colca

Algo se pudre en el
fondo del cañón:
no arrojar allí la basura




Gracias a una expedición de 12 jóvenes polacos, y a las páginas del diario Noticias de Arequipa, podemos saber hoy algo más del fabuloso Cañón del Colca.

Allí se han encontrado por lo menos 30 nuevas y bellísimas cataratas de alrededor de 60 metros de caída, que adornan un tramo de diez kilómetros del río y sus profundidades, que generalmente está fuera del alcance de los turistas habituales.

La nota firmada por Edwar Quispe Hancco, trae, sin embargo una protesta y un lamento que debemos hacer nuestros: Junto a las 30 cataratas que se acaban de descubrir, la expedición polaca encontró “desechos de basura y el nauseabundo olor que despedían la materia y las aguas negras al descomponerse en el lugar”.

“Considerado durante muchos años el cañón más profundo del mundo, (el Colca) lamentablemente, se pudre por dentro”, se duele el autor de la información.




Encabezados por Jerzy “Yurek” Majcherczyr, los exploradores recorrieron diez kilómetros en las profundidades del cañón y se dieron con la sorpresa de no encontrar los cóndores ni la fauna que esperaban.

El jefe de la expedición atribuyó esa ausencia a la basura y al ambiente maloliente que aquellas aves rechazan.

Quispe Hancco señala más adelante que en el distrito de Chivay, habitan más de 2 500 personas, y un total de 25 mil en todo el valle del Colca y que existen unos 200 hoteles y hospedajes, cuyo 70 por ciento “de desechos y aguas servidas es arrojado directamente al cañón del Colca”.

Añade: “Por tal motivo, Autocolca (Autoridad Autónoma del Colca) y la Municipalidad de Cailloma vienen desarrollando un proyecto mediante el cual se trate la basura de esta zona con una inversión de más 70 mil nuevos soles”.



Por su parte la agencia oficial Andina, informó ayer que “La expedición polaca “Colca Cóndor 2008 & 2009” registró más de 30 cascadas en su travesía por un tramo inexplorado del cañón del Colca, en la provincia de Caylloma (Arequipa), informó Jerzy Yurek Majcherczyk, jefe del grupo de investigadores”.


Andina hace especial hincapié en la denominada “Cascada de la Muerte”, por la forma e inclinación de la caída de agua y las inmensas rocas ubicadas en las parte inferior, que hicieron aún más difícil el descenso”.

“A ello se suman cuatro cataratas de entre 30 y 60 metros de altura, ubicadas entre el tramo de la Cruz del Cura y la Cruz del Cóndor”, añade la agencia citando al explorador polaco.



De modo pues que, preparémonos a librar una batalla más. Esta vez por la limpieza del Colca. No se puede permitir que una de las maravillas naturales de Arequipa que enorgullece a todos los peruanos se pierda por el descuido y la costumbre facilista de arrojar todo lo que no sirve al río.



Por lo demás y para que tengamos un motivo más de orgullo, les recuerdo la profundidad de tres cañones que hoy son famosos en el mundo, de acuerdo con datos del Nacional Geographic Society:

Cotahuasi, Arequipa, Perú: 3,535 metros

Colca, Arequipa, Perú: 3,400 metros

Colorado, Estados Unidos: 1,500 metros





viernes, 26 de junio de 2009

Cuatro frescas (XXX)

Yo digo esas cosas contra el Perú porque siempre estoy en Bolivia. (Evo).




Pedíamos libertad y nos metieron en la cárcel. (Bolivariano).


Como me decía bien partida no tuve más remedio que partir a la Dos Santos en ocho santitos. (Kina).


Las ratas gritaban ¡genocidio, genocidio! cuando fumigaban Panamericana. (Yes’ika).



lunes, 22 de junio de 2009

Taller del Periodista (VII)

¡Amazonia sí,
Amazonía nooooo!


En las últimas semanas, para variar, ha habido un cargamontón que amenazó apabullar a quienes creemos que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), que es la nuestra, debe respetarse. Tanto que estuve a punto de arrojar la toalla como se dice, pero recapacité y me dije que mientras haya uno –uno solo que diga Amazonia– debo mantener la bandera en alto.


Porque hemos escuchado la palabra Amazonía, con tilde en la í, escrita incluso con minúscula en los medios de comunicación, quizá porque se quería despojarla de su calidad de nombre propio que debe escribirse con mayúscula y no de sustantivo común como sierra o cordillera.


A orillas del río Ucayali, de la Amazonia peruana


Fui al DRAE y busqué la palabra Amazonía (con tilde en la í) para enterarme si había sido admitida al fin entre sus líneas y me encontré con la siguiente respuesta:

“La palabra amazonía no está registrada en el Diccionario. Las que se muestran a continuación tienen una escritura cercana.

amazonia
amazonio

De modo que NO está permitida por el DRAE aunque se haya generalizado sobre todo en los últimos días, con el apoyo invalorable de políticos, desde los más connotados hasta los de menor importancia, de los medios de comunicación escritos y hablados, no solo de la capital sino de todo el país y del exterior.

Ni una sola vez, ni por casualidad, escuché la palabra Amazonia, que es la verdadera y, para convencerme de que estaba en lo cierto, regresé al DRAE y pregunté por Amazonia y me respondió:

“amazonio, amazonia.
(Del lat. amazonĭus).
1. adj. p. us. amazónico”.

Es decir pues, que quien pronuncie amazonía, está cometiendo un pecado de lesa academia.

Es necesario anotar que el procesador de textos de Word que utilizo para esta nota también me llama la atención subrayando con rojo la palabra Amazonia, pero hay que disculparlo. El procesador es producto de la sabiduría de hablantes de la lengua inglesa que no tienen –aunque debieran– por qué saber la forma de escribir ciertas palabras en español. Y hago esta referencia para que quienes escriban Amazonia en el Word y la vean subrayada como error, no le hagan caso y continúen escribiendo así ese vocablo en esa forma, sin tilde en la i porque es la correcta.

Durante una ocasión que tuve de hablar con mi viejo colega Róger Rumrrill, especialista en temas amazónicos, le pregunté por qué él también decía Amazonía y no Amazonia como era en realidad y me respondió que “todo el mundo lo dice así”.

Bueno. Como todo el mundo lo dice mal, también cometeremos esa maldad. Pero por mi parte y mientras el DRAE no lo admita en sus páginas, continuare diciendo y escribiendo Amazonia, para referirme a nuestra tercera región natural.

Y eso es todo por hoy. Hasta el próximo taller…


viernes, 19 de junio de 2009

El Gallito le abre la pelea al frío





“Ya pues, no se hagan
los locos: estas
guaguas tienen frío”

Con esta invocación que más parece una orden, El Gallito, “quincenario mensual humorístico de aparición semanal” de Arequipa, cambiaba su habitual cara festiva, contestataria e irreverente para hacer un llamado conmovedor a favor de los niños que en un pueblo de Puno llamado Caricari, sufren las consecuencias del actual friaje que lo llaman, pero que es más que todo, friaje del interés estatal que sabe bien que todos los años el fenómeno se produce con pasmosa regularidad y es incapaz de adoptar alguna previsión.


Por primera vez en sus diez años y meses de escalofriante desparpajo, en que los camanejos eran los paganos de mil bromas y noticias El Gallito se convirtió en serio en su edición 221, con el fin de clamar ayuda para los chibolos de Caricari, un pueblo de la puna de Puno donde hace más frío que en Alaska.


El Gallito ha dirigido su gallazo a la sociedad mistiana y lo cierto es que, según las informaciones que he leído en el diario El Pueblo y recogido de los habituales “contactos” que a un viejo periodista no le faltan, el asunto ha tenido la respuesta que esperaba. Muchos se han alineado a favor de las guaguas de Caricari... hasta los que estamos en Lima.

A despecho de su escaso plumaje, El Gallito, o sea su director Álvaro Podestá Cuadros, que se hace llamar Lessness, un vocablo que ni los ingleses entienden, decidió ir a Puno, escoger quizá al azar al pueblo de Caricari, conversar con los pequeños de la escuela que dice son 117, número cabalístico en las páginas gallísticas, y levantar la cresta para conseguir que allí todos duerman abrigados y le escamoteen a la muerte lo que se quiera llevar.

Comenzó una campaña de la que no se libraron ni sus familiares más directos y menos, por supuesto, los muchos amigos y contactos comerciales que tiene en Arequipa.

Así que, el martes próximo irá al pueblo de Caricari, en complicidad de su collera, entre la cual hay muchas instituciones y gente que conozco que sería laaaaaaaargo enumerar, y que para el caso constituyen la fraternidad no inscrita en Registros Públicos, con bolsas llenas de ropa, frazadas y otras cosas que la modestia de El Gallito le impide comentar.

De modo que de aquí al lunes, tienes tiempo de hacer tu aporte para los niños de Caricari y que, por lo menos esta gota de calor en la inmensidad del mar de la indiferencia, alivie alguna de las muchas necesidades de aquella comunidad puneña donde el frío y la pobreza están diezmando a los niños... el futuro del Perú.

Y que tu contribución sea bienvenida y bendecida.


jueves, 18 de junio de 2009

El pueblo fantasma de Santa Bárbara

A 4 200 metros de altura,
resucita para su fiesta
cada 8 de diciembre




Desde el centro solitario de la plaza de Santa Bárbara, pueblo adonde llegamos desde Huancavelica luego de un corto viaje de unos cuarenta minutos sobre carretera afirmada, escuchamos el sonido fantasmal de una calamina que se sacude con el viento y el sonido resuena como una extraña campana que no convoca a nadie.


El viento cruza libre a través de puertas y ventanas vacías en aquel pueblo que solo resucita cada 8 de diciembre para celebrar la fiesta de la Ascensión de la Virgen en el alargado templo, limitada imitación de la catedral de Huancavelica, que vio hace quinientos años otras gentes y otras algarabía y solemnidades que le causaban envidia a las que se celebraban en la capital del virreinato.


La iglesia ocupa todo el borde sur de la plaza y su portada luce, a despecho del olvido y de los años, el rojo color del azogue, que también cubre la portada de la catedral de Huancavelica. Como tenía que ser, detrás de la iglesia se encuentra el cementerio con escasas cruces y tumbas que parecen olvidadas.


Pero ese es el pasado fulgurante de una época en que la cercana mina Santa Bárbara era la única productora del azogue, inestimable elemento sin el cual el oro no era oro ni la plata era la plata con que los conquistadores ansiaban llenar sus alforjas de nuevos ricos y hacer ostentación de lo que jamás hubieran tenido en su lejana España.


Me acompaña Greco Barboza, estudioso que descubre en cada piedra el pasado de una tierra que hizo la riqueza de miles de aventureros durante cinco siglos de explotación pero que hoy es pobre de solemnidad, la más pobre de un país pobre. También están en este pueblo fantasma de Santa Bárbara, el doctor Edgar Ayuque y Simeón Chávez Sedano, conocedores de la región.

Dos letreritos nos informan que estamos en el Pueblo de Santa Bárbara a una altura de 4,200 metros sobre el nivel del mar. Ni un alma y solo el viento que silba entre las grietas de las casas de piedra y el graznido de algún ave que anida en un rincón desconocido.


Pero no siempre fue así. En los días de gloria de la cercana mina Santa Bárbara, el pueblo vivía, palpitaba con sus negocios y pobladores, muchos de ellos trabajadores que se iban a los socavones muy temprano y volvían por la tarde a sus hogares. Era un pueblo que vivía.

Esta soledad y el silencio actual de la plaza solo se alteran, me dicen Barboza y Ayuque, cuando desde las vísperas de cada 8 de diciembre, día de la Virgen de la Ascensión llegan de todos los pueblos vecinos y de la cercana capital departamental, miles de personas de toda condición, todos devotos de la virgen.


Se instalan mesas y quioscos en los alrededores de la plaza donde se alzan castillos de fuegos artificiales, mientras a la luz de velas y faroles la gente disfruta de aquella noche. Se escuchan la música estruendosa de una banda y los cohetes que rasgan el cielo con sus estallidos. Se abren las puertas de la iglesia y un sacerdote oficia las vísperas. Al terminar la ceremonia religiosa, el cielo de la plaza se llena de las luces multicolores de los fuegos artificiales.

La gente baila, come y bebe hasta muy tarde y duerme donde puede, a despecho del frío cordillerano o de la lluvia, hasta el día siguiente, día central de la fiesta.


Al día siguiente, a media mañana, el religioso oficiará la misa solemne ante el templo lleno de fieles, que luego disfrutarán de la fiesta en la plaza con más música, bailes, comida y mucho licor. Al atardecer cada uno volverá a su casa, algunos a pueblos muy lejanos y la plaza y el pueblo entero, volverán a su silencio de un año… hasta el próximo 8 de diciembre.




(Fotos de Greco Barboza y del autor)

domingo, 14 de junio de 2009

No exagerar ni hablar por gusto

La Defensora del Pueblo fue
tajante: hay nueve nativos y
24 policías muertos en Bagua


Por respeto a la verdad, y para contrarrestar, si se puede, esa avalancha desinformadora y desinformada que viene del exterior hasta en la boca de lindas “hermanas” de los nativos, que se criaron en Alemania, los Estados Unidos y otros países del orbe, hay que reiterar las informaciones ofrecidas por la Defensora del Pueblo, Beatriz Merino, en reiteradas ocasiones, durante los últimos días.

En primer lugar ha descartado la existencia de “fosas comunes” en la zona de El Reposo, donde voluntarios informaron que las hubo. La Defensora lo ha desmentido todo eso.

Ha dicho en cambio, con expresión rotunda que hay nueve nativos muertos y 24 policías como consecuencia de los incidentes de Bagua.

No se trata de echar gasolina al fuego ni disimular responsabilidades de uno y otro lado. Esperemos que la verdad y únicamente la verdad, sin matices ni maquillajes, se abra paso y sea entregada a la sociedad peruana, para tranquilidad de unos y otros.




La televisión trajo hoy domingo la imagen de dos ciudadanas alemanas que hablaban de muchos muertos. El reportero le preguntó a una de dónde había sacado esa información y la bella niña rubia no supo qué responder. Le hizo la misma pregunta a la segunda visitante y ella calló. Le preguntó a continuación qué hacen en Alemania las autoridades cuando a algunos se les ocurre bloquear una carretera o una calle.

Y me viene a la memoria disturbios ocurridos hace algunos años en Francia, cuando los manifestantes se echaron y se sentaron en la pista. Los policías los cargaron hasta la vereda y no permitieron que volvieran a interrumpir la vía.

Aquí, en el Perú hay una ley que califica como delito el bloqueo de carreteras pero el argumento más socorrido de quienes protestan o quieren conseguir la atención de sus reclamos es bloquear las pistas.

Los mineros informales de Ocoña que querían que los declararan formales, los mineros de Casapalca que reclamaban participación de utilidades, los nativos que piden al gobierno que derogue unos decretos leyes que dicen los afectan, los pobladores del Cusco que reclaman atención de su alcalde ponen piedras en la vía del tren, todos bloquean carreteras y vías de comunicación y provocan daños y problemas a quienes no tienen ninguna vela en ese entierro.

¿Qué chicha tiene que sufrir un turista alemán, norteamericano, noruego o japonés con los problemas parroquiales de un pueblo cusqueño? ¿Qué tiene que ver una madre con su niño que llora de sed y hambre con los decretos 1090 y 1064 para que la martiricen con lo que más quiere en el mundo?

Leyes hay, lo que existe es mala voluntad, miedo de las autoridades, para aplicarlas y el resultado es el caos, en que nadie entienda por qué esta varado su vehículo en la carretera durante horas y días sin que nadie haga nada… hasta que la olla estalla como estalló en Bagua.

Recuerde, ciudadano, un episodio ocurrido hace dos años en el cercano norte. Los agricultores que hicieron una huelga agraria por cosas que ellos debían reclamar ante las autoridades correspondiente y bloquearon un tramo de la Panamericana Norte, fueron identificados por la policía y por las cámaras de los medios de comunicación, denunciados por la Fiscalía y sometidos a proceso por la Corte Superior de Huacho, uno de cuyos tribunales sentenció a 22 campesinos a tres años de prisión suspendida y al pago de una reparación civil en cómodas cuotas judiciales.

Esa es la forma de actuar. ¿Cree usted, ciudadano, que alguno de los sentenciados, volverá a bloquear una carretera, sin correr el riesgo de que la prisión condicional se convierta en efectiva?

Creo que no. Por lo menos, ninguno de ellos, que se sepa ha vuelto a bloquear ni la vereda de su casa. Y todo ocurrió en Huacho, cerquita de Lima. ¿Por qué no puede aplicarse la ley a todos los peruanos, sin distinción?

Cuatro frescas (XXIX)


Genaro ordenó papel higiénico de doble hoja porque quería tener una copia de todo lo que ocurría en el canal. (Jésica).


A los príncipes Sony, Toyota y Mitsubishi se ha sumado ahora la pareja de los Hitachi. (Susy).


Yo escribo tan bonito porque me gradué en la universidad de La Sobona. (Aldo).


Gané las elecciones de AP porque lechuza vieja con el ala mata. (Lechuzón).



viernes, 12 de junio de 2009

Un día como hoy, hace 59 años

La huelga estudiantil que
inició la gran rebelión

de Arequipa el siglo XX


Un día lunes 12 de junio de 1950, a las ocho de la mañana, justamente a la mitad del siglo, estalló la huelga de los estudiantes del Colegio Nacional de la Independencia Americana en reclamo de reivindicaciones estudiantiles negadas y postergadas por el autoritarismo que regía en la dirección del plantel, como un reflejo del régimen que imperaba en el Perú bajo la dictadura militar de Manuel Odría.

Los estudiantes pidieron a los profesores y funcionarios que desocuparan las instalaciones lo que se cumplió tras una breve resistencia alrededor de las ocho y treinta de la mañana. El director Juan Zela Koort no pudo reprimir su rabia y desde la vereda, frente al pabellón central, rugiö: ¡Este colegio queda recesado y sus alumnos expulsados, carajo!

El pacífico lunes 12 de junio discurrió a la espera de la presencia de autoridades, que una comisión reclamaba, para discutir el pliego de reclamos formulado por los estudiantes.

Pero ninguna autoridad quería conversar y el lunes de ese invierno particularmente frío, pasó. Por la noche, los estudiantes formaron grupos alrededor de la fogatas que encendieron en el campo de deportes frente a los pabellón central y norte.


El colegio Independencia la tarde del martes 13

Fue el martes 13 cuando el prefecto en persona, el coronel Daniel Meza Cuadra, se acercó a la puerta principal del colegio para hablar con los dirigentes de la huelga. Pero no habló con los alumnos que estaban representados por sus delegados en la sala de profesores. Sus palabras fueron un monólogo amenazador –“¿cuántos son ustedes?, ¿mil?, bueno yo les pongo dos mil soldados que los sacan a cada uno de la manito y los entregan a sus padres para que les peguen una buena cuera”- que concluyó cuando dio un plazo hasta las dos de la tarde, “ni un minuto más”, para que los estudiantes desalojaran el colegio.

Cuando el prefecto se fue golpeándose las botas con su fuete, un distintivo del militarismo de moda, los dirigentes convocaron a los estudiantes para informarles sobre las palabras y amenazas del prefecto y cuando les consultaron si querían abandonar el colegio, respondieron con un unánime y estentóreo ¡no!

Interrogados a gritos nuevamente si queríamos defender el colegio, respondieron afirmativamente. Y se prepararon a la defensa del colegio acumulando baterías de ladrillos partidos por la mitad, frente a la pared noreste y los muros que separaban el campo de deportes de las chacras adyacentes.

Ni la amenazadora presencia de soldados del batallón de infantería número 45 que tomaron posiciones en las chacras cercanas donde instalaron ametralladoras y se tendieron en posición de tiro, arredraron a los estudiantes, quienes esperaban el ataque prometido para las dos de la tarde.

Fachada interior del pabellón central

Pero minutos después de las dos, el prefecto llegó hasta la puerta central y pidió hablar con algún dirigente. El colegial que custodiaba la reja le respondió que por decisión unánime los huelguistas no abandonarían el plantel. Entonces el coronel Meza Cuadra amplió el plazo hasta las tres de la tarde, nuevamente “ni un minuto antes y ni un minuto después”.

En efecto, a las tres de la tarde, las ametralladoras instaladas en las chacras vecinas y los fusiles de los soldados comenzaron a disparar sobre las instalaciones del colegio.

Las autoridades militares dijeron después que nunca dispararon sobre los estudiantes que se hallaban en las azoteas de los pabellones central y norte, pero el hecho real es que al final se contaron 16 estudiantes heridos de bala.

La policía logró destruir las débiles defensas del norte y penetró casi hasta la mitad de la pista norte, pero fue rechazada a ladrillazos. Hubo sin embargo, numerosos colegiales heridos por los golpes de vara y un herido de bala, el recordado Sergio Dávila Urquizo, alumno del cuarto B.

El ataque y rechazo de las fuerzas policiales duró unos 45 minutos. Mientras tanto en las calles cercanas, se acumulaban preocupadas madres de familia y enfurecidos ciudadanos que increparon al prefecto -que se mantenía en su puesto de mando instalado en un jeep en la avenida Cuarto Centenario- por ametrallar a muchachos indefensos.

Banda de músicos de la I en desfile triunfal

El prefecto se retiró pero la mecha de la rebelión estaba encendida. Hubo luego un desfile de heridos por la ciudad en dirección a centros de atención médica del centro de Arequipa y su presencia enardeció los ánimos de la ciudadanía que salió a las calles a protestar. La represión no se hizo esperar y estalló la gran rebelión de 1950, con la que Arequipa rechazó a la dictadura militar de turno y reclamó el regreso a la democracia, al precio de mucha sangre y luto.

El relato completo de esta gesta estudiantil se halla en el libro Cuatro días de junio, del autor de esta note y esta página.

Lo he recordado porque me tocó participar en aquel episodio que marcó para siempre mi existencia y la de muchos hombres de mi generación y me impuso el sello eterno de mi férrea convicción por la democracia, la tolerancia y la solidaridad.



lunes, 1 de junio de 2009

Frente a un trozo humano de la historia

Javier de Belaunde sigue
adelante con su siglo y sus

recuerdos a flor de labios


Ocho días después de la celebración del cumpleaños número 100 del doctor Javier de Belaunde Ruiz de Somocurcio, tuve un emotivo encuentro con ese honorable trozo viviente de la historia del Perú. El propio don Javier, a quien me une una sexagenaria amistad tuvo la generosidad de recibirme en su casa.

Había solo un motivo que me atreví a explicarle. Esa noche del 18 de mayo en que cumplía su primer centenario de vida ejemplar para políticos, historiadores, periodistas y género humano en general, solo pude decirle entre diez pares de brazos que pedían abrazarlo: Don Javier, feliz cumpleaños.

Y debí retirarme porque la cola de la gente que quería tocar sus manos y ver de cerca sus ojos, venía desde dos corrientes contrarias y era casi imposible poner orden. Me colé al lado de Francisco Chirinos Soto que estaba a unos dos pasos de don Javier y solo así pude llegar a su lado para escapar luego y dejar sitio a los que querían sentir el abrazo de esa leyenda viva del heroísmo, la caballerosidad y la valentía que teníamos al frente y lucía un nombre de carne y hueso: Javier de Belaunde, político por vocación.

Y bien. Cerca del mediodía estuve en su casa de Barranco. Su enfermera me guió al estudio del segundo piso donde recibí como siempre el emocionado “Luis Eduardo, qué gusto de verlo”. Porque a pesar de lo extenso de nuestra amistad, aún no agarramos sino por casualidad y como al descuido, muy de vez en cuando, aquello de “cómo estás”, y “se te ve fuerte y lleno de vida”.


Don Javier de Belaunde, político por vocación y mejor amigo

El motivo principal de mi visita era abrazarlo personalmente, ya que en la celebración de su cumpleaños solo había pasado por su lado, entre dos bloques de gente que se atropellaban por saludarlo.

Además, me había dicho horas antes que tenía un libro para mí. Se trataba de “Político por vocación”, un testimonio de su vida que es una evocación sincera, sencilla, aguerrida, de su infancia, su adolescencia, sus rebeldías de estudiante y sus rebeldías de político que no aguantaba pulgas dictatoriales ni autoritarias, por lo cual sufrió no solo el acoso policial sino el exilio en determinadas zonas del país, con prohibición de asomarse a las ciudades donde, decían los Esparzas y los Noriegas del ámbito de los Odrías y Velascos, podría levantar alguna revuelta como la del 21 de diciembre de 1955 que acabó con el ministro Alejandro Esparza y marcó el comienzo del fin de la dictadura de Apolinar Odría.

Leí delante de él la dedicatoria del libro que me entregaba y no solo pude emocionarme sino agradecerle las palabras generosas –típicas de un hombre de su talla– que dispensaba a un hombre de sublime modestia como quien estaba frente a él.



Estas son sus palabras que por lo inmerecidas para un periodista que solo supo cumplir con su deber para con la verdad, la sociedad y su tiempo y dedicó también su vida a luchar por la libertad, resultan un halago ciertamente excesivo, cuya generosidad excesiva reconozco y agradezco.

Estuve más de media hora con don Javier –a pesar de las recomendaciones de la enfermera que dijo solo 15 minutos– en amena charla en que se dio el lujo de acordarse de cien cosas diferentes, sus sesiones de pesas y barras solo hasta los 80 años porque el médico lo dispuso así, de su pena por no haber podido reconciliarse con Enrique Chirinos Soto, a quien criticó acremente cuando este, con el brillante verbo que lo distinguía, defendió en el parlamento la tercera elección del dictador Fujimori con aquella famosa “interpretación auténtica”.

Luego describió su emoción al verse rodeado por tantos familiares, amigos y “hasta antiguos antagonistas políticos”…

Memorias de don Javier en 682 páginas

Recordó que en la primera fila, junto al jurista Juan Chávez Molina estuvo doña Martha Hildebrandt y me dijo: “A ella me une un vínculo… los dos somos bolivarianos”.

Con perfecta lucidez y ánimo festivo, celebró que tras la ceremonia “me quedé grogui, me dolían las manos de tanto que me las estrujaron, pero estuve muy contento”.

Eso me bastó. Había visto y conversado con un hombre feliz, que como él lo proclama, hizo de la política un apostolado y la actividad respetable que todos nosotros quisiéramos que fuera.

Le dije hasta la próxima visita, doctor y ese hombre de cien años y dos semanas de edad tan bien llevados, me dijo "hasta luego, Luis Eduardo".