El movimiento estudiantil
que dio origen a la gran
rebelión popular de 1950
Este martes 13 de junio de este año 2025, se cumplirán 75 años de la heroica defensa que protagonizaron los estudiantes del centenario Colegio Nacional de la Independencia Americana, que libraron una desigual batalla contra policías que intentaron desalojarlos por la fuerza.
Los estudiantes se encontraban en huelga desde las ocho de
la mañana del día anterior en reclamo de reivindicaciones de que los privó el
nuevo director del plantel Juan Zela Koort.
El enfrentamiento entre estudiantes y policías dejó un saldo
de 32 heridos, seis de bala entre los estudiantes y 28 policías con lesiones
diversas que les fueron atendidas en el Hospital Goyeneche.
El lunes 12 de junio de 1950, a las ocho de la mañana,
justamente a la mitad del siglo, estalló la huelga de los colegiales en reclamo
de la restitución de reivindicaciones negadas y postergadas por el
autoritarismo que regía en la dirección del plantel, como un reflejo del
régimen que imperaba en el Perú bajo la dictadura militar de Manuel Odría.
Los estudiantes pidieron a los profesores y funcionarios que desocuparan las
instalaciones lo que se cumplió tras una breve resistencia alrededor de las
ocho y treinta de la mañana.
El director Juan Zela Koort no pudo reprimir su rabia y
desde la vereda, frente al pabellón central, rugió: ¡Este colegio queda
recesado y sus alumnos expulsados, carajo!
El pacífico lunes 12 de junio discurrió a la espera de la presencia de
autoridades, que una comisión reclamaba, para discutir el pliego de reclamos
formulado por los estudiantes, que incluía la autorización de funcionamiento de
la Asociación de Alumnos del plantel, prohibida por el director Zela y que
hasta el año anterior era el canal de reclamaciones de los estudiantes ante las
autoridades del plantel.
Pero ninguna autoridad quería conversar y el lunes de ese invierno
particularmente frío, pasó. Por la noche, los estudiantes formaron grupos
alrededor de las fogatas que encendieron en el campo de deportes frente a los
pabellón central y norte.
La tarde del martes 13
El martes 13, a las 12 del día, el prefecto en persona, el coronel del ejército
Daniel Meza Cuadra, se acercó a la puerta principal del colegio para hablar con
los dirigentes de la huelga.
Fue recibido por una escolta de estudiantes hasta la sala
de profesores, donde se preveía se iba a desarrollar un diálogo entre la
autoridad departamental y los dirigentes del estudiantado.
Pero no habló con los alumnos que estaban representados por
sus delegados en la sala de profesores. Sus palabras fueron un monólogo
amenazador –“¿cuántos son ustedes?, ¿mil?, bueno yo les pongo dos mil soldados
que los sacan a cada uno de la manito y los entregan a sus padres para que les
peguen una buena paliza” – que concluyó cuando dio un plazo hasta las dos de la
tarde, “ni un minuto más”, para que los estudiantes desalojaran el colegio.
Cuando el prefecto se fue golpeándose las botas con su fuete, un distintivo del
militarismo autoritario de moda, los dirigentes convocaron a los estudiantes
para informarles sobre las palabras y amenazas del prefecto y cuando les
consultaron si querían abandonar el colegio, respondieron con un unánime y
estentóreo ¡no!
Interrogados a gritos nuevamente si queríamos defender el colegio, respondieron
afirmativamente. Y se prepararon a la defensa del colegio acumulando baterías
de ladrillos partidos por la mitad, frente a la pared noreste y los muros que
separaban el campo de deportes de las chacras adyacentes.
Ni la amenazadora presencia de soldados del batallón de infantería número 45
que tomaron posiciones en las chacras cercanas donde instalaron ametralladoras
y se tendieron en posición de tiro, arredraron a los estudiantes, quienes
esperaban el ataque prometido para las dos de la tarde.
En marcha por el aniversario de la huelga
Pero minutos después de las dos, el prefecto llegó hasta la puerta central y
pidió hablar con algún dirigente. El estudiante Luis Sassarini, que custodiaba
la reja le respondió que por decisión unánime los huelguistas no abandonarían
el plantel. Entonces el coronel Meza Cuadra amplió el plazo hasta las tres de
la tarde, nuevamente “ni un minuto antes y ni un minuto después”.
En efecto, a las tres de la tarde, las ametralladoras instaladas en las chacras
vecinas y los fusiles de los soldados comenzaron a disparar sobre las
instalaciones del colegio.
Seis heridos de bala
Las autoridades militares dijeron después que nunca dispararon sobre los
estudiantes que se hallaban en las azoteas de los pabellones central y norte,
pero el hecho real es que al final se contaron 16 estudiantes heridos, seis de
bala.
La policía logró destruir las débiles defensas del norte y penetró casi hasta
la mitad de la pista de esa zona, pero fue rechazada a ladrillazos.
Hubo, sin embargo, numerosos colegiales lesionados por los
golpes de vara y un herido de bala, el recordado Sergio Dávila Urquizo, alumno
del cuarto B.
El ataque y rechazo de las fuerzas policiales duró unos 45 minutos. Mientras
tanto en las calles cercanas, se acumulaban preocupadas madres y padres de
familia y enfurecidos ciudadanos que increparon al prefecto –que se mantenía en
su puesto de mando instalado en un jeep en la avenida Cuarto Centenario– por
ametrallar a muchachos indefensos.
Se encendió la chispa de la rebelión
El prefecto se retiró, pero la chispa de la rebelión se
había encendido.
Al caer la tarde hubo una marcha hacia el centro de la
ciudad, en que se mostró a los heridos en dirección a centros de atención
médica y su presencia enardeció los ánimos de la ciudadanía que salió a las
calles a protestar.
La represión policial no se hizo esperar y estalló la gran
rebelión de 1950, con la que Arequipa rechazó a la dictadura militar de turno y
reclamó el regreso a la democracia, al precio de mucha sangre y luto.
El relato completo de esta gesta estudiantil se halla en el libro Cuatro
días de junio, del autor de esta nota y esta página.
Lo he recordado porque me tocó participar en aquel episodio que marcó para
siempre mi existencia y la de muchos hombres de mi generación y me impuso el
sello eterno de mi férrea convicción por la democracia, la tolerancia y la
solidaridad. (Luis Eduardo Podestá)
www.podestaprensa.com
Recordaron la tarde del martes 13
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