Por Luis Eduardo Podestá
Cuenta la tradición que cuando el sexagenario virrey del Perú, don Manuel de Amat y Juniet, declaró su amor a la coqueta actriz, Micaela Villegas Hurtado, ella le dijo “solo seré tuya cuando pongas la luna a mis pies”. Meses más tarde, en una noche de luna llena, el enamorado virrey la invitó a dar un paseo por el que se llamaría Paseo de Aguas, que había mandado a construir.
–Ahí tienes la luna a tus pies – dicen que le dijo el virrey a Micaela, quien vio reflejarse en el espejo de agua del Paseo, la redonda, brillante luna en toda su belleza.
Micaela, la amante del virrey Amat, quien habría de ganarse para la eternidad el apodo de “La Perricholi”, nació en Tomayquichua, Huánuco, el 28 de setiembre de 1749. Sus padres fueron José Villegas y Teresa Hurtado de Mendoza, en una casita que acabo de conocer y que según una guía de turismo, “se encuentra tal como cuando vivió en ella la Perricholi”.
La casa de la Perricholi en Tomayquichua, Huánuco
Quienes han escrito sobre ella y sus amores con el virrey, dicen que sus padres, aunque fueron de condición modesta, le enseñaron a leer y escribir y que ella, desde que tenía cinco años, dio muestra de una predisposición especial para la actuación y que le gustaba mucho la lectura.
Dicen que en su adolescencia “leía autores clásicos” y que “tenía una imaginación ardiente y fácil memoria, recitaba con suma gracia romances caballerescos y escenas cómicas de Alarcón, Lope de Vega y Moreto” y, además, tocaba la guitarra y cantaba con voz agradable las tonadas de moda en aquella Lima del siglo XVIII adonde sus padres se trasladaron para afincarse en una casona del actual distrito del Rímac, frente a lo que hoy es un remozado Paseo de Aguas y donde hace 232 años, el virrey pondría la luna a sus pies.
Flores y tiestos de cerámica adornan los exteriores de la casa
Esas dotes la llevaron al teatro a los 18 años, cuando dicen que se convirtió en la actriz más mimada de la sociedad limeña que quedó “hechizada” desde el primer día en que la Perricholi pisó el escenario del Coliseo de Comedias.
Allí fue donde el virrey la conoció cuando corría el año 1766. El romance duraría diez años y de él habría de nacer, en 1769, un Manuelito, que vivió con su abuela y su madre, hasta cuando llegado a los 18 años, emigró a la España de su padre.
Fue el virrey, según don Ricardo Palma en una de sus tradiciones más famosas, quien inventó el término Perricholi. En medio de una discusión de amantes, el furioso noble le espetó que ella, desagradecida, era una “perra chola”, pero su lengua catalana y su singular pronunciación del español, convirtieron la frase en “perricholi” que perdura hasta hoy. Otros afirman, sin embargo que el vocablo proviene del francés y que de ningún modo es ofensivo pues significa “prenda mía”.
En 1776, don Manuel de Amat fue remplazado por don Manuel Guirior y debió volver a España, llamado por el rey Carlos III, mientras la Perricholi sufría su soledad en compañía de su madre y su hijo Manuelito, durante diez años quizá alimentando la secreta esperanza de que su viejo amante volviera a Lima. Pero don Manuel de Amat no tenía intenciones de volver. A los 80 años se casó con una sobrina española. Cuando lo supo, la Perricholi dejó el teatro para siempre.
Enterramos a la Perricholi
Tras el viaje de Manuelito, la Perricholi se casó en 1788 con Vicente Fermín de Echam, un hombre ligado a los quehaceres del teatro, quien murió en 1807. La Perricholi tenía entonces 59 años.
Doce años más tarde, el 16 de mayo de 1819, la Perricholi dejó de existir. Uno de los periódicos de entonces publicó: “Ayer enterramos a la Perricholi”. Otro, más explícito, dijo: “El 16 de este mes murió ejemplarmente la Mica Villegas, alias la célebre cómica Perricholi”. Tenía 70 años y había pasado los últimos dedicada a la oración, envuelta en el hábito de las Carmelitas.
Uno de sus biógrafos, cuenta que “sus tesoros los consagró al socorro de los desventurados y cuando murió estaba cubierta de las bendiciones de los pobres, cuya miseria aliviara con generosa mano”.
Los arranques de generosidad de La Perricholi eran tan imprevisibles como sus rabietas, algo comprensible en una actriz a la que todos, incluido el representante del rey de España en el Perú, engreían y aplaudían.
Un maniquí vestido a la usanza del siglo XVIII junto al presunto traje del virrey
Dice la tradición que un día, cuando se dirigía en su lujoso carruaje al convento de los Descalzos para participar en aquella tan antigua tradición de la Porciúncula, mediante la cual se ofrece un suculento almuerzo a los pobres una vez al año, la Perricholi se tropezó con un humilde cura de la parroquia de San Lázaro, que llevaba a pie los viáticos para algún enfermo en trance de morir.
Se compadeció hasta las lágrimas, y según José Antonio de Lavalle, uno de sus biógrafos, “su corazón se desgarró al contraste de su esplendor de cortesana con la pobreza del Hombre-Dios, de su orgullo humano con la humildad divina; y descendiendo rápidamente de su carruaje, hizo subir a él al modesto sacerdote que llevaba en sus manos el cuerpo de Cristo”.
El carruaje que se exhibe en la casa de Tomayquichua
Añade que “anegada en lágrimas de ternura, acompañó al Santo de los Santos, arrastrando por las calles sus encajes y brocados; y no queriendo profanar el carruaje que había sido purificado con la presencia de su Dios, regaló en el acto carruaje y tiros, lacayos y libreas a la parroquia de San Lázaro”.
También era violenta y, según don Ricardo Palma, le cruzo la cara a chicotazos a un actor que le llamó la atención cuando se representaba la comedia de Calderón de la Barca ¡Fuego de Dios en el querer bien!
“Estaban sobre el proscenio Maza, que desempeñaba el papel de galán, y Miquita el de la dama, cuando a mitad de un parlamento o tirada de versos murmuró Maza en voz baja:
-¡Más alma, mujer, más alma! Eso lo declamaría mejor la Inés.
Desencadenó Dios sus iras. La Villegas se olvidó de que estaba delante del público, y alzando un chicotillo que traía en la mano, cruzó con él la cara del impertinente.
Cayó el telón. El respetable público se sulfuró y armó una de gritos: “¡A la cárcel la cómica, a la cárcel!”.
La Inés era entonces una actriz que rivalizaba en juventud, en belleza y favor del público con Micaela.
Una calesa blanca y la escultura caricaturesca de la dama y el virrey
Los historiadores consideran a la Perricholi o Micaela Villegas Hurtado, una de las mujeres más célebres del Perú del siglo XVIII y su vida ha inspirado obras literarias como El puente de san Luis Rey, de Thornton Wilder, publicada en 1929 y llevada al cine en 1929, 1944 y 2004.
Inspirado en la Perricholi, el francés Próspero Merimée escribió La carroza del Santo Sacramento que posteriormente llevó a Jacques Offenbach a componer la ópera bufa La Périchole en 1868 y a Jean Rendir, su película La carroza de oro, estrenada en 1953.
La casa en el cerro
La casa donde nació “La Perricholi”, en el campesino distrito huanuqueño de Tomayquichua, a unos 20 kilómetros al noreste de la capital departamental, se mantiene como si ayer la hubieran construido. Flores multicolores y un coqueto arco de ladrillo, le dan la bienvenida al visitante.
La casa se halla adosada a un cerro, sobre una estrecha calle de tierra, humedecida aún por la lluvia de la noche anterior, que corre paralela al río Huallaga. Sobre la escalera que conduce a una glorieta iluminada por el sol que hace brillar las flores, está la salita con portales y a continuación el dormitorio, que según dice una guía, “se encuentra como lo dejó la Perricholi”, lo cual es dudoso, porque los papás de Micaela la llevaron a Lima, cuando era una tierna niña de cinco años y nunca más volvió.
Bajo otra glorieta de solo cuatro barnizados troncos de eucalipto y un techo rústico de madera se conserva la calesa que utilizaba para pasear en brazos de sus padres, se supone en Huanuco, porque el lujoso carruaje con que causaba la envidia de las aristocráticas damas limeñas fue regalado a la parroquia de San Lázaro por doña Miquita, en aquel comentado arranque de generosidad.
La periodista Ketty Montaldo me dijo que el carruaje que se exhibe en la casa de Tomayquichua fue traído de Lima con el fin de agregar un motivo turístico al lugar.
Desde la colorida casa de la Perricholi en Tomayquichua se domina el verde valle surcado por el Huallaga, ahora enturbiado por las crecientes causadas por las copiosas lluvias de este verano.
Y en la plaza del pueblo, delante de la casa municipal, que tiene el aspecto de un castillo medieval, donde despacha el alcalde David Herrera Yumpe, hay una escultura caricaturesca de Micaela y el virrey, ella en toda su orgullosa belleza y él abobado de amor.
Cerca de la doble escultura, en la misma placita, una calesa blanca recuerda a la bella actriz que dio aquel pequeño pueblo campesino, para que el mundo la admirara e inspirara a escritores, poetas y músicos, obras que la entregaron a la perennidad. (Luis Eduardo Podestá).
(Imágenes de www.podestaprensa.com)
www.podestaprensa,com