Un episodio del tiempo en que
a los periodistas “incómodos”
les compraban la renuncia
Nota del
editor – El artículo siguiente forma parte de un trabajo más extenso sobre el
periodismo, los periódicos y los hombres que lo practicaban desde la segunda
mitad del siglo XX. Ha sido modificado en parte, a fin de situarlo en el
contexto y la época en que los hechos se desarrollaron. Los personajes son muy
reales.
Ya estaba
trabajando varios días en la agencia de noticias norteamericana The Associated
Press y el director-gerente, John Wheeler, dio por terminado el periodo de
práctica a que estaba sometido y me dijo que podía renunciar al diario Correo
donde trabajaba entonces.
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Miembros de la redacción de Correo (*) |
En esos
tiempos estaba en dificultades en Correo, y los directivos me propusieron la
figura de la “despedida intempestiva”, que yo acepté.
Una
renuncia voluntaria no estaba entre mis planes y si nos acogíamos a ella, según
las disposiciones legales existentes, no me pagarían la suma que pactamos por
los casi 14 años que tenía en la empresa.
“Intempestiva”, una forma de expulsión
Así que
me dieron una “despedida intempestiva”. Pero en Tesorería me dijeron que debido
a la situación de la empresa, me amortizarían mis beneficios sociales en
cómodas cuotas quincenales.
En la AP
tenía un sueldo de casi mil dólares mensuales, a los que se sumaban pagos por
horas extras y domingos y feriados trabajados. De modo que no hice mayor
cuestión de estado, acepté las condiciones y me fui.
El monto total
de mis beneficios sociales ascendía a poco más de diez millones de intis, la
moneda inventada por el régimen de Alan García para esquivar la galopante
inflación en que el país se debatía.
Para el
pago de las cuotas programadas por la empresa, debía concurrir cada dos semanas
al periódico para comprobar si figuraba en una denominada “lista de pagos”
junto a otros trabajadores despedidos que habían aceptado las mismas
condiciones.
Ocurrió
que una mañana en que concurrí a ver si figuraba en la lista de pagos, me
enteré de la situación y maltrato que sufrían otros trabajadores, a quienes la
empresa engañaba quincena tras quincena y no les pagaba las cuotas a que se
había comprometido.
Yo me
encontraba en una situación privilegiada pues estaba trabajando en mejores
condiciones que antes, pero me encontré con extrabajadores que no tenían ni
para el pasaje de ómnibus de regreso a sus casas y eso me indignó.
Eso
significaba que muchos de ellos figuraban en una lista engañosa, según la cual
recibirían sus beneficios sociales en cuotas que no les pagaban como la empresa
les había prometido.
Encuentro providencial
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Rodrigo Plasier, hazaña del derecho laboral
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Esa tarde
me encontré providencialmente con el abogado y periodista Carlos Rodrigo
Plasier, extrabajador del diario Ojo, y quien había sido hostilizado hasta el
cansancio por Agustín Figueroa.
Le conté
lo que acaba de comprobar en el edificio de la empresa y mi indignación se le
contagió.
-¿Tú
quieres cobrar tu plata en menos tiempo de lo que canta un gallo? – exageró.
-Por
supuesto – le respondí - ¿Qué es lo que debo hacer?
Me
explicó que habría que abrir un juicio contra Epensa. Le dije que había hecho
denuncias contra la empresa ante el Ministerio de Trabajo y que sus
funcionarios habían desoído las citaciones.
-Es que
le tienen miedo a la empresa – respondió. Temen que les caigan encima varios
periódicos y los pongan en dificultades.
Bien.
Como me explicó en esa primera conversación, Rodrigo presentó en mi nombre ante
un juez de turno, una demanda denominada diligencia preparatoria, mediante la
cual se obligaba a los funcionarios más altos de la empresa a un reconocimiento
de sus firmas que aparecían en mi carta de despido.
Cita a los jerarcas
Estaban
involucraba en ese reconocimiento los más altos jerarcas de Epensa, desde el
director hasta el gerente -entonces Luis Agois- el administrador y otros que
suscribieron la carta de despido.
Además,
pidió al juez que reclamara los libros al día de pago de impuestos a la
Superintendencia Nacional de Administración Tributaria (Sunat), libros de
planillas del personal y otros documentos que sabía que a la empresa la
crucificarían si los mostraba.
En
efecto, hubo un susto general en la Epensa, cuyo abogado me llamó preocupado
para proponerme un acuerdo, pero me hice el engreído.
Le dije
que conversara con mi abogado, el doctor Rodrigo Plasier quien tenía todos los
poderes para llegar a un acuerdo.
Ambos
abogados conversaron, pero Rodrigo tenía sed de venganza contra la empresa que
innecesariamente lo había tratado mal y mantuvo su punto de vista: pago total
de los beneficios sociales e incentivo más intereses o la acción judicial
continuaría.
Una
semana después, dos días antes de que se agotara el plazo que la empresa tenía
para presentar libros ante el juzgado, Rodrigo me llamó para una conversación
en su estudio.
¡Un cheque en blanco!
¡El
abogado de Epensa estaba con él y portaba un cheque en blanco!
La cifra
incluía los intereses de un año de la deuda, intereses que durante el régimen
de García fueron elevados hasta una tasa del 90 por ciento.
Ese
mediodía fuimos al Banco Internacional. Estaba acompañado por mi hijo Gonzalo y
llevamos dos grandes bolsas negras, donde depositamos los “ladrillos” de
billetes: diez millones de intis.
Le
habíamos quitado, como él mismo Rodrigo acentuó, diez pelos al lobo.
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Correo fue incendiado el 5 de febrero de 1975 |
Luego
fuimos a un restaurante cercano, entregué a Rodrigo, el “ladrillo” que le
correspondía por sus honorarios envuelto en una hoja de periódico y disfrutamos
de un almuerzo marino y unas cervezas.
Algunos
extrabajadores se enteraron de los resultados que Rodrigo Plasier había
obtenido con su demanda a mi favor y concurrieron a su estudio para encargarle
sus casos.
Recuerdo
este episodio de mi vida periodística porque creo que fue una verdadera hazaña
legal del periodista y abogado Carlos Rodrigo Plasier y merece los honores de
una información especial.
(*) Pie de foto: Rodolfo Orozco se dirige a los periodistas en su calidad de Secretario General del sindicato. En la imagen está el autor de esta nota, (primero a la derecha), Max Mogollón a su lado, Víctor Medina Guevara, (al lado izquierdo de Orozco), al otro lado César lengua (con barba) y otros miembros de la redacción de entonces.
(Imágenes
del archivo del autor)