jueves, 13 de junio de 2024

Una tarde de junio, hace 74 años

La huelga estudiantil que
inició la gran rebelión
de Arequipa el siglo XX


El enfrentamiento duró 45
minutos y dejó 32 heridos,
seis de ellos de bala


Este martes 13 de junio de este año 2024, a las 3 de la tarde, se cumplieron 74 años, de la heroica defensa que hicieron de su plantel, los estudiantes del centenario Colegio Nacional de la Independencia Americana, en huelga desde el día anterior, que rechazaron el asalto de tropas policiales y del ejército, que dejaron 32 heridos en ambos lados de los combatientes.


Recordaron la tarde del martes 13 
(Foto de Archivo del blog)


Un día lunes 12 de junio de 1950, a las ocho de la mañana, justamente a la mitad del siglo, estalló la huelga de los estudiantes en reclamo de reivindicaciones estudiantiles negadas y postergadas por el autoritarismo que regía en la dirección del plantel, como un reflejo del régimen que imperaba en el Perú bajo la dictadura militar de Manuel Odría.

Los estudiantes pidieron a los profesores y funcionarios que desocuparan las instalaciones lo que se cumplió tras una breve resistencia alrededor de las ocho y treinta de la mañana.

El director Juan Zela Koort no pudo reprimir su rabia y desde la vereda, frente al pabellón central, rugió: ¡Este colegio queda recesado y sus alumnos expulsados, carajo!

El pacífico lunes 12 de junio discurrió a la espera de la presencia de autoridades, que una comisión reclamaba, para discutir el pliego de reclamos formulado por los estudiantes, que incluía la autorización de funcionamiento de la Asociación de Alumnos del plantel, prohibida por el director Zela y que hasta el año anterior era el canal de reclamaciones de los estudiantes ante las autoridades del plantel.

Pero ninguna autoridad quería conversar y el lunes de ese invierno particularmente frío, pasó. P
or la noche, los estudiantes formaron grupos alrededor de las fogatas que encendieron en el campo de deportes frente a los pabellón central y norte.


La tarde del martes 13

El martes 13, a las 12 del día, el prefecto en persona, el coronel del ejército Daniel Meza Cuadra, se acercó a la puerta principal del colegio para hablar con los dirigentes de la huelga.

Fue invitado por una escolta de estudiantes hasta la sala de profesores, donde se preveía se iba a desarrollar un diálogo entre la autoridad departamental y los dirigentes del estudiantado.

Pero no habló con los alumnos que estaban representados por sus delegados en la sala de profesores. Sus palabras fueron un monólogo amenazador –“¿cuántos son ustedes?, ¿mil?, bueno yo les pongo dos mil soldados que los sacan a cada uno de la manito y los entregan a sus padres para que les peguen una buena paliza” – que concluyó cuando dio un plazo hasta las dos de la tarde, “ni un minuto más”, para que los estudiantes desalojaran el colegio.

Cuando el prefecto se fue golpeándose las botas con su fuete, un distintivo del militarismo autoritario de moda, los dirigentes convocaron a los estudiantes para informarles sobre las palabras y amenazas del prefecto y cuando les consultaron si querían abandonar el colegio, respondieron con un unánime y estentóreo ¡no!

Interrogados a gritos nuevamente si queríamos defender el colegio, respondieron afirmativamente. Y se prepararon a la defensa del colegio acumulando baterías de ladrillos partidos por la mitad, frente a la pared noreste y los muros que separaban el campo de deportes de las chacras adyacentes.

Ni la amenazadora presencia de soldados del batallón de infantería número 45 que tomaron posiciones en las chacras cercanas donde instalaron ametralladoras y se tendieron en posición de tiro, arredraron a los estudiantes, quienes esperaban el ataque prometido para las dos de la tarde.

Pero minutos después de las dos, el prefecto llegó hasta la puerta central y pidió hablar con algún dirigente. El estudiante Luis Sassarini, que custodiaba la reja le respondió que por decisión unánime los huelguistas no abandonarían el plantel. Entonces el coronel Meza Cuadra amplió el plazo hasta las tres de la tarde, nuevamente “ni un minuto antes y ni un minuto después”.

En efecto, a las tres de la tarde, las ametralladoras instaladas en las chacras vecinas y los fusiles de los soldados comenzaron a disparar sobre las instalaciones del colegio.

16 heridos, seis de ellos de bala


Las autoridades militares dijeron después que nunca dispararon sobre los estudiantes que se hallaban en las azoteas de los pabellones central y norte, pero el hecho real es que al final se contaron 16 estudiantes heridos, seis de bala.

La policía logró destruir las débiles defensas del norte y penetró casi hasta la mitad de la pista de esa zona, pero fue rechazada a ladrillazos.

Hubo, sin embargo, numerosos colegiales lesionados por los golpes de vara y un herido de bala, el recordado Sergio Dávila Urquizo, alumno del cuarto B.

El ataque y rechazo de las fuerzas policiales duró unos 45 minutos. Mientras tanto en las calles cercanas, se acumulaban preocupadas madres y padres de familia y enfurecidos ciudadanos que increparon al prefecto –que se mantenía en su puesto de mando instalado en un jeep en la avenida Cuarto Centenario– por ametrallar a muchachos indefensos.

Se encendió la chispa de la rebelión

El prefecto se retiró, pero la chispa de la rebelión se había encendido.

Al caer la tarde hubo una marcha hacia el centro de la ciudad, en que se mostró a los heridos en dirección a centros de atención médica y su presencia enardeció los ánimos de la ciudadanía que salió a las calles a protestar.

La represión policial no se hizo esperar y estalló la gran rebelión de 1950, con la que Arequipa rechazó a la dictadura militar de turno y reclamó el regreso a la democracia, al precio de mucha sangre y luto.

El relato completo de esta gesta estudiantil se halla en el libro Cuatro días de junio, del autor de esta nota y esta página.

Lo he recordado porque me tocó participar en aquel episodio que marcó para siempre mi existencia y la de muchos hombres de mi generación y me impuso el sello eterno de mi férrea convicción por la democracia, la tolerancia y la solidaridad. (Luis Eduardo Podestá)

 

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