lunes, 26 de diciembre de 2016

Fuegos artificiales (IV)

Un periódico que publicó algo
sobre los buscadores de oro del
río que no sacan ni para el té

Nota del autor – La siguiente es la cuarta y final parte de una pieza literaria de ficción, tomada del libro del autor “La noche de María Soledad y otros relatos”, basada en un hecho real e inspirada en la tragedia de Mesa Redonda. Se ha editado de modo que cumpla exigencias de diseño para su presentación en esta página. Al cumplirse este fin de mes 15 años de esa tragedia y ante la irresponsabilidad reinante en la misma zona, el autor cree necesario recordarla. Las limitaciones impuestas por el diseño de esta página, han determinado la división del relato en cuatro partes que concluyen hoy.

Fuegos artificiales
(Cuento)

Por Luis Eduardo Podestá

Y, en realidad, sintió que para él, a los veintiocho años de vida, ya todo estaba terminado, ya todo estaba hecho y deshecho, he hecho jirones de mi vida, sus hermanas le recordaban que se escapaba a la calle contra el permiso de la mamá que quería tenerlo cerca, más protegido que cualquiera, pero fugaba en cualquier momento y entonces sintió que todo era nuevamente luminoso como cuando sus pies entraban en la playa del río…


Vamos a buscar oro al río, le decían y se pasaban horas enteras en el cernido de toneladas de arena con la esperanza de lograr un granito de oro y hubo un periódico que publicó algo sobre los buscadores de oro del río que no sacan ni para el té, pero hablaba sobre sus ilusiones y sacrificios, sus técnicas del lavado de la arena que no se sabía dónde las habían aprendido y de sus planes para cuando encontraran el oro que buscaban, del amor que tenían a su familia a la que querían sacar de aquel túnel de miseria en que se hallaba y que era el motivo de todas sus penas, sus vicios y desventuras y al final, frustrados y cansados se echaban entre las rocas de la orilla...

Se bañaban en las aguas turbias del río, regresaban hambrientos a sus casas y, por supuesto, la mamá se ponía a llorar o a hablar interminablemente reprochándole su ausencia mientras le servía la comida y él callado, sin atreverse a decir nada, solo pensaba, solo respondía en pensamiento era para construirte una casa, mamá, para que tengamos una casa real en lugar de esta, era para que cambiáramos de barrio, para irnos adonde no hubiera miseria y con estos pensamientos en la memoria sintió ahora en su lecho de enfermo como decían sus hermanas que el templo enorme donde se encontraba estaba pleno de luz, libre de los diablos azules y que nada le dolía en el cuerpo ni nada le dolía en el fondo del corazón donde nada duele pero duele.

Porque comprendió entonces, que toda su vida, desde la búsqueda de oro en las sucias playas del Rímac, hasta su huida y muerte había sido una sucesión de fuegos artificiales donde los diablos azules danzaban hasta morir o hasta extinguirse en medio de su sed desesperada. (Fin).

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