domingo, 25 de diciembre de 2016

Fuegos artificiales (III)

Apareciste en la puerta de tu
casa y fue tu propia madre
la que salió a recibirte

Nota del autor – La siguiente es la tercera parte de una pieza literaria de ficción, tomada del libro del autor “La noche de María Soledad y otros relatos”, basada en un hecho real e  inspirada en la tragedia de Mesa Redonda. Se ha editado de modo que cumpla exigencias de diseño para su presentación en esta página. Al cumplirse este fin de mes 15 años de esa tragedia y ante la irresponsabilidad reinante en la misma zona, el autor ha visto imperativa su publicación. Las limitaciones impuestas por el diseño de esta página, han determinado la división del relato en cuatro partes que se publicarán sucesivamente.

Fuegos artificiales
(Cuento)

Por Luis Eduardo Podestá

Lo más triste y espeluznante fue que a los cuarenticinco días de tu muerte, un poco más flaco de lo que te fuiste, apareciste en la puerta de tu casa y fue tu propia madre la que salió a recibirte y creyó encontrarse ante un fantasma, un resucitado y eso parecía en verdad porque estaba más flaco que cuando se fue aquella tarde de fines del año de la explosión y no sabía si llorar o cantar de felicidad al verte, hecho de carne y hueso, pero lo que nunca supo tu madre o quizá lo supo en silencio, fue que regresaste porque no tenías ningún lugar en el mundo adonde ir y tus pies te llevaron hacia la casa donde vivías con tus hermanas.


Y un día, mucho después de tu resurrección, descubrieron que estabas enfermo y que la delgadez no era solo porque habías padecido hambres fuera del hogar como siempre se padece cuando uno está lejos de su casa, sino porque la enfermedad te corroía por dentro, un médico de la posta dijo leucemia, y otro médico dijo cirrosis pero los diablos azules te corroían los ojos y la única forma de aplacarlos era metiéndote una botella de aquel trago que solías tomar con los palomillas del barrio y entonces el cielo gris aparecía azul y las luces de los focos aparecían como estrellas del fondo del universo que solo conocemos en las películas que daba la televisión y que de cuando en cuando encontrábamos en las fotos de los periódicos.

La madre y tus hermanas alguien lo ha contagiado para que se ponga así tan de repente y la cama estaba rodeada de diablos azules y frascos de medicina y restos de ampolletas hasta cuando les dijiste déjenme morir porque ya sé que no tengo remedio y vino tu tío Pedro y te miró a los ojos y lo primero que dijo fue solo se mueren los cojudos, los que no tienen voluntad de vivir…

Pero si te quieres morir te voy a ayudar y te ayudaron los muchachos del barrio, los antiguos condiscípulos del colegio, las amigas de tus hermanas y los compañeros de trabajo de tus hermanas, hicieron cuotas y hasta organizaron una pollada sin música porque no se puede bailar en una fiesta destinada a recoger fondos para enterrar a un difunto que esta vez sí, por segunda vez, va a morir en unos cuantos días y en serio, a pesar de todas las explicaciones que dieron la madre, las hermanas y los hermanos sobre el viaje de amor que lo salvó de la primera muerte, y cuando muchos se negaban a convencerse de que habían asistido durante una noche y un día al velorio de alguien que estaba vivo.


Al fin se convencieron de tanto verlo nuevamente por las calles del barrio dedicado a sus botellas para aplacar la enorme sed que le había dejado la hembra que se fue, que desapareció un día y lo dejó esperando en su cuartito de aquel conventillo de la ciudad desconocida adonde los llevaron los cien soles de la madre, y recuerda en medio de los diablos azules que solo le dijo voy al mercadito de la esquina, ya vuelvo y él esperó hasta la noche que volviera y esperó hasta la otra madrugada que volviera y salió a comprar un trago fuerte para disimular la espera y así fue cómo la vio de regreso en medio de los diablos azules.

Le reprochaba que la dejara abandonada mientras se iba a la calle a emborracharse con los nuevos amigos del conventillo y pronunció las palabras definitivas y malditas ya no te puedo soportar más pero esa noche y el día siguiente todo siguió igual, los dos desnudos en la cama, prometiéndose amarse hasta la muerte, hasta esa vez, dos o tres días más tarde, en que ella salió de nuevo al mercadito y él se quedó solo con sus diablos azules y la esperó hasta cuando le dijeron que él también tenía que irse porque ya no lo iban a soportar más y no quiso darse cuenta durante mucho tiempo de que todo había terminado.


Así que decidió armarse de botellas y emprender el camino de regreso a la casa, como un resucitado a contar la verdad de su primera muerte y a desmentir a todos los noticieros y a todos los periódicos que la habían dado por cierta y habían informado de ella en todos los colores y hoy, frente al tío Pedro, limpio de diablos azules, le cuenta, le confiesa y se arrepiente y sabe que va a morir porque todo el mundo le dice que debe morir y el tío Pedro bien, bien, si así lo deseas procuraré que tu entierro esta vez sí, sea digno y sea verdadero porque en realidad, pienso, que ya no tienes nada que hacer en este mundo.

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