lunes, 1 de diciembre de 2014

Parte (d) El periodismo que viví

Cuando los despachos periodísticos
se enviaban por un avión que
hacía mil kilómetros en tres horas

La velocidad de las comunicaciones
a mediados del siglo XX

Nota del editor - Esta es la primera de una probable serie de informaciones sobre la forma en que se hacía el periodismo de mediados del siglo pasado. Cualquier alusión a personas vivas o fallecidas que protagonizaron algunos de los episodios que se relatan no es coincidencia.  

En mayo de 1953, descubrí admirado cómo la palabra escrita podía viajar por avión y ser publicada al día siguiente en un periódico que se leería en todo el país. Hoy veo con nueva admiración cómo la palabra escrita y las imágenes pueden viajar a la velocidad de la luz mediante el internet y las tan de moda redes sociales y, con mayor razón, los informes de los periódicos digitales como este.

Se conserva como fue la esquina donde estuvo la corresponsalía (Imagen de GoogleMaps)
Pero en aquella época, el doctor Samuel Lozada Tamayo, jefe de la corresponsalía de La Prensa en Arequipa, dirigía su pequeña redacción como una orquesta. Instalada en un altillo o mezanine sobre la oficina de distribución y administración, la redacción tenía cuatro modernas máquinas de escribir Underwood.

Samuel Lozada Tamayo
En el fondo del altillo estaba el privilegiado escritorio del jefe, quien recibía las informaciones de los redactores y las “corregía” con una saña y alevosía, que a veces, el redactor no reconocía lo que había escrito cuando lo veía publicado al día siguiente.

Estábamos, como los diarios y otros medios actuales,  sujetos a la angustia del “cierre”, que más tarde viviría en vivo y carne propia en los distintos periódicos en que trabajé.

El cierre en esa corresponsalía dependía de la salida de los aviones de itinerario entre Arequipa y Lima, alrededor de los mediodías. Si el buen tiempo nos favorecía teníamos plazo hasta las 12 del día en que entregábamos nuestras carillas al jefe, quien las corregía.

Ponía las informaciones en un sobre, reclamaba a gritos las fotografías procesadas en un laboratorio propio, en el baño de aquella tienda en plena crucero de General Morán y San Juan de Dios, habilitado como cuarto oscuro, donde trabajaron con las incomodidades que es posible imaginar, primero Humberto Bonilla y después Benito Melo.

Aeropuerto: Todos los despachos pasaban por aquí
Cerrado el sobre, el chofer de la camioneta –que servía para la distribución de los periódicos y el cumplimiento de misiones periodísticas cuando era urgente– esperaba al pie de la escalinata. Con el sobre en la mano, enfilaba hacia el aeropuerto para entregarlo a algún conocido y no pocas veces al purser, una aeromoza o al propio piloto de la nave.

De regreso a la oficina, daba cuenta al jefe de a quién había sido entregado el tesoro informativo. El jefe llamaba a Lima para informar quién era el portador del sobre y en Lima, el redactor de turno permanente en el aeropuerto, lo reclamaba y lo llevaba a la redacción de Baquíjano (jirón de la Union) y lo entregaba al jefe de Provincias, en ese entonces, el “Pato” Augusto Apesteguía.

Muchas cosas han cambiado menos la esquina de Morán (Imagen de GoogleMaps)
El envío de noticias, como se verá demoraba las tres horas del viaje del avión de itinerario, a lo que se sumaba el tiempo entre el aeropuerto de Lima y la redacción. Para las seis de la tarde estaba procesado todo el material y dispuesto a salir en la Página de Arequipa, que nosotros esperábamos con ansias al día siguiente, cuando en la misma camioneta, llegaran los paquetes grandes con miles de ejemplares para la circulación en la ciudad y uno pequeño, donde estaban nuestras “cortesías”.

Llegaba entonces el tiempo de sacar pecho cuando la información salía como uno la había escrito, con escasas correcciones y un titular de tres columnas, o de rabiar si no salía nada o lo que estaba publicado estaba tan desconocido que daba vergüenza releerlo.

Porque lo publicado estaba en “lenguaje periodístico”, el último invento de la gramática veloz, libro de estilo lo llamaban, que debía acatarse hasta el límite para hacer de la información algo comprensible para el lechero y para el más alto y sabio funcionario. (Luis Eduardo Podestá).

(Esta historia continuará)


No hay comentarios.: