sábado, 17 de mayo de 2014

… y el mundo sigue andando

Pasado el shock recordemos la
imagen humana de César Terán

Si se hubiera dado el orden natural de las cosas debía haber sido César Terán quien estuviera en mi sepelio y no yo en el suyo. Pero la vida nos enseñó, una vez más, que no somos dueños de nada, ni siquiera de nuestra propia salud ni de nuestro propio cuerpo. Lo único indeleble es el espíritu, es el recuerdo de lo que hicimos y que dejamos como huella de nuestro paso por el mundo.

En la presentación de la novela "El señor de los temblores"
Me tocó estar internado en otro hospital y cuando César me llamó al celular el 7 de febrero estaba de magnífico ánimo. Me acababan de operar de próstata y aún estaba sometido al severo tratamiento posoperatorio y la voz de mi hermano, más que colega y amigo, sonaba optimista y llena de alegría y esperanza. Antes llamó a mi casa y mi hijo Luis le informó que, como yo le había anunciado semanas antes, me habían operado el miércoles 5 de febrero.

–Somos vecinos, hermano. Solo nos separan unas pocas cuadras –me dijo.

En efecto, él estaba ya desde unos meses antes en el Hospital Almenara y yo en el sexto piso del llamado Hospital de Emergencias Grau.

Me dijo que quizá nos darían de alta “en la próxima semana” y podríamos reanudar nuestras sesiones sabatinas en el Palacio del Inca, de donde se originó el nombre de Cofradía del Palacio para el grupo de colegas que concurríamos allí para comer cebiche, beber cerveza Cusqueña y a conversar de todo tema imaginable.

En una reunión familiar en mayo de 2010
Pero la historia de la Cofradía tiene antecedentes en otros bares donde solíamos reunirnos desde muchos años antes. Uno de los últimos fue “El Firme” en la segunda cuadra del jirón Ica, donde César, yo y ocasionales concurrentes, nos dábamos el lujo de tomar cerveza en “margaritos”, que animaban largas horas de conversación.

César hablaba en algunas ocasiones de él y su familia, la pérdida de su esposa y su primer hijo, y su sensibilidad le tocaba fibras que humedecían sus ojos. Contaba de los personajes que habían rodeado su vida universitaria de San Marcos y sus primeros años en el periodismo en periódicos como los desaparecidos La Crónica y La Prensa y diseñaba a todos con un toque descriptivo tan fiel, que quienes lo escuchábamos imaginábamos el escenario correcto de la anécdota.

Hablaba también de sus planes literarios, especialmente de un cuento que no sé si llegó a escribir. Se trataba de un hombre –lo conocí porque es de carne y hueso y vive- que llegó a capturar a un colibrí.

Batió el récord en una competencia de sapo

“El secreto del ‘cazador de colibríes’, algo tan difícil que es casi imposible por la velocidad en que el ave desaparece al menor signo de peligro, fue mantenerse hora tras hora inmóvil oculto en un arbusto vecino a unas flores que el pájaro visitaba cada día. Creo que ese fue el único que ha logrado atrapar a un colibrí y se merece un cuento”, decía.

Ya había experimentado la cercanía de la muerte. Recordaba que durante una excursión que hizo con sus condiscípulos del colegio secundario a Trujillo, se entusiasmó y pronunció un discurso al pie del monumento a La Libertad y habló del misterioso y lejanísimo año 2000, año, dijo, en cuyo día de su onomástico debía morir.

Pero ocurrió que el lejano 2000 solo estaba a la vuelta de unos años y el 1 de enero del nuevo siglo lo atrapó cuando trabajaba en La República. Convencido de que ese día debía morir como lo había pronosticado medio siglo antes, César abandonó el bullicio de la fiesta que se celebraba en el periódico, y se fue con la compañía de una botella de licor a un hotel cercano a esperar la muerte. Así estaba cumpliendo la palabra que dio a sus condiscípulos al pie del monumento a Grau.

Flanqueado por César de los Heros y Luis Podestá 

Bebió unos tragos y se durmió. Su alegre sorpresa ocurrió cuando al día siguiente despertó y comprobó que vivía. Por la ventana vio un trozo de la plaza de Armas y el día que amanecía bañado en la hora azul que inspiró muchos de sus poemas y conversaciones.

Fue exagerado, verdad, porque emprendía todo lo que hacía con absoluta intensidad. Y es cierto que, lo recordó su hijo Vladimir durante la oración fúnebre con que lo despidió, que César Terán vivió no una vida sino diez, cien vidas, dada la profunda vitalidad con que transitó su existencia en este mundo.

Quise esperar, César, un momento sereno, en que superado el shock de tu tránsito anunciado, pudiera retornar al mundo que me rodea, para recordar un poco de tu presencia enorme, revivir los momentos de bohemia, de debates alrededor de una mesa sobre literatura, poesía, periodismo, la naturaleza humana de las personas que nos rodeaban, y saber que, en definitiva, estás junto a nosotros quienes tuvimos la suerte de recorrer a tu lado, parte del camino que nos lleva a un destino común, irreversible.
Luis Eduardo Podestá


2 comentarios:

César dijo...

Excelente, vibrante semblanza de nuestro inolvidable amigo y poeta. Tienes la pluma adecuada y aflora el sentimiento, estimado Luis Eduardo.

Andres Delgado Fernandez dijo...

Que buena crónica del periodista César Terán,recientemente fallecido ,fue mi compañero de estudios en la Bauzate y Mesa en la promoción de 1977,actualmente vivo en Caracas-Venezuela.Gracias por haber tenido un gran amigo y colega ,saludos cordiales amigo Podestá. Andrés Delgado a la orden .