miércoles, 29 de febrero de 2012

Chicas Vargas pintadas a pistola

Arequipeño Alberto Vargas
hizo la fortuna ajena con
su técnica fotográfica


Antes de que concluya este mes que convierte al 2012 en bisiesto, creo que es justo recordar a un personaje que nació en Arequipa hace 116 años, y llevó su arte y su técnica al mundo entero, donde “sus chicas” fueron el modelo de la figura ideal de la mujer norteamericana… y de otros lugares del planeta.

Fueron modelo ideal de la belleza femenina

Joaquín Alberto Vargas y Chávez nació el 9 de febrero de 1896, y luego de estudiar arte en Suiza, se estableció en los Estados Unidos. Alberto Vargas fue hijo de un famoso en su tiempo, fotógrafo de Arequipa, don Max T. Vargas, quien conducía un estudio en pleno centro de la ciudad y cuya firma debía estar en las fotografías que merecían recordarse y guardarse.

Alberto era todo un dandy

Alberto viajó a Europa, visitó París cuyo entorno artístico dicen que lo marcó para siempre, estudió arte en Suiza y poco antes del estallido de la Primera Gran Guerra, regresó a América, pero no al Perú. Se quedó en Nueva York, quizá encandilado por las luces de Broadway.



En el estudio de su padre había aprendido el uso del aerógrafo, que según la descripción del diccionario de la Real Academia, se trata de una pistola de aire comprimido, con la que él hacía disparos de pintura para barnizar y estilizar las imágenes de miles de mujeres reales e imaginarias, de largas piernas, bustos provocativos y rostros maquillados hasta niveles angelicales.

Las Chicas Vargas nacieron por necesidad, porque al parecer, cuando el joven Alberto se enamoró perdidamente de una pelirroja llamada Ana Mae Clift, a quien conoció en la Gran Manzana y se convertiría en su esposa de toda la vida, perdió el favor de su padre que lo dejó para que se las arreglara solo en la gran ciudad.

Actriz Olive Thomas pintada en 1920

Gracias al aerógrafo y a la técnica aprendida en el estudio de su padre, Alberto dio a luz a sus “Chicas”, que las revistas se peleaban por publicar en sus portadas. Firmó un contrato de exclusividad con Ziegler para sus Ziegler’s Follies, que quería duplicar a las Follies Bergere de París.


Las Vargas Girls aparecieron en la revista Esquire en los años 40 del siglo pasado y én ellas se inspiraron los aviadores norteamericanos
para pintar sus imágenes en los fuselajes de los aviones con que combatían en Europa contra los alemanas y en Asia contra los japoneses.

Los denudos fueron su especialidad

Más tarde, tras un juicio con Esquire, que casi lo deja en la miseria, allá por la década de los 60s, la nueva y desprejuiciada Play Boy comenzó a utilizar sus imágenes y al paso de su éxito artístico y económico, realizó exposiciones por el mundo que le dieron enorme realce artístico.

Con su esposa Mae

La muerte de su esposa en 1974, le produjo una enorme depresión. Abandonó su trabajo y dedicó su tiempo a escribir sus memorias, que
fueron publicadas en 1978. De aquí en adelante reanudó su tarea artística.

Un derrame cerebral puso fin a su vida el 30 de diciembre de 1982, cuando tenía 86 años. Como quiera que a pesar de haber sido admirado en Hollywood y Broadway en su tiempo, pocos hemos recordado aquí a este artista innovador, creo oportuno entregarles esta breve reseña de su vida y algunas de sus cientos de imágenes.

Interpretación perfecta de la coquetería

Nota - Existe la idea generalizada en Arequipa de que Alberto Vargas, padre de las “Vargas Girls” está emparentado con los también famosos Hermanos Vargas, fotógrafos de la llamada alta sociedad mistiana, cuyo estudio se encontraba en el Portal de San Agustín. La verdad es que los hermanos Vargas fueron discípulos de Max T. Vargas, padre de Alberto. Carlos (1885-1979) y Miguel (1887-1976) Vargas nacieron en una familia muy modesta de Arequipa, quedaron huérfanos de padre y aprendieron el oficio de la fotografía muy jóvenes. Cuando se independizaron establecieron su Estudio de Arte Hermanos Vargas, frente a la Plaza de Armas de donde no se movieron durante más de 50 años. En un próximo despacho tendré el gusto de escribir sobre ellos.

Luis Eduardo Podestá

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