domingo, 25 de agosto de 2013

De “pendejos” y “cojudos”

Palabra ajena (III)

Gustavo Faverón rechaza
maltrato a la historia patria


Nota del editor – No conozco personalmente a Gustavo Faverón Patriau pero creo que vale la pena reproducir en esta sección el texto que apareció días atrás en mi correo electrónico enviado por el colega José Luis Vargas Sifuentes. Tampoco conozco a Rocío Tovar, porque no soy muy aficionado que digamos al teatro. Creo que la opinión de Faverón es valiosa en tiempos como el que corre, de desprestigio de valores, cuando los más “vivos” se encumbran y los demás quedan rezagados porque actúan de acuerdo con las leyes de la convivencia humana. He respetado esta palabra ajena de Tovar en todos sus extremos. L. E. Podestá. (*)

Gustavo Faverón Patriau
Los pendejos y los cojudos (a propósito de una obra teatral de Rocío Tovar) Rocío Tovar, directora teatral, autora de Perú ja ja, le concede una entrevista al diario La República. En esa entrevista se refiere a su propia comedia como "una magistral clase de historia del Perú en joda". En principio, tiene derecho a hacerlo: hay innumerables autores que son notables críticos sociales a través de la sátira teatral. Pero no es su caso. De pronto, en la entrevista, refiriéndose a la obra mencionada, que representa ridículamente pasajes de la historia del Perú, dice lo siguiente:

"Lo que pasa es que, en 1889, en Arica, Bolognesi es un general en retiro, y pide volver a actividad... Alfonso Ugarte tiene 20 años, es un chico muy adinerado (de allí viene lo de estúpido, cojudo, hijo de papá) y regala 44 caballos para la batalla, y eso le da título de coronel. Entonces, un señor retirado, que vuelve a la guerra, que ama la milicia, tiene conciencia de patria y que lucha con un tipo así al lado, es como Pinky y Cerebro, El tonto y el más tonto, dos de los Tres chiflados encima del morro…" 
Bolognesi en imagen inolvidable
Hay algunas cosas que sería bueno tener en cuenta antes de creerse la "magistral clase de historia del Perú" de Rocío Tovar. La batalla de Arica no fue en 1889 sino en junio de 1880. Bolognesi no era un general en retiro, sino un coronel (no era ningún anciano: tenía 63 años). Alfonso Ugarte no tenía 20 años sino 33: no era "un chico". Su padre murió cuando él tenía cinco años: no era "un hijo de papá". No "regaló 44 caballos para la batalla": peleó en varias batallas antes de la de Arica (de hecho, había recibido un balazo en la cabeza en un combate anterior) y no tenía a quién obsequiarle los caballos porque el regimiento militar de Iquique lo encabezaba él mismo, lo había formado él mismo, reclutando personalmente a sus casi quinientos miembros, y también lo había equipado él.

Yo no soy nacionalista, ni chauvinista y ni siquiera puedo decir que sea muy patriota. Pero me pregunto cuál es la gracia de que una escritora ignorante ande por ahí declarando estupideces infundadas, que esas estupideces le sirvan de base para criticar una realidad que nunca existió, que a esa crítica arbitraria la llame "magistral clase de historia" y que una periodista de La República, sin ningún criterio (y no es la primera vez que lo demuestra) reproduzca todas esas tonteras sin cuestionar ni siquiera los errores más obvios. 
Alfonso Ugarte en el Museo de Lima
Y como no soy muy patriota ni soy nacionalista ni chauvinista, no corro el riesgo de parecer huachafo si les pido una cosa: que lean el siguiente párrafo, que es el inicio del testamento de Alfonso Ugarte, y luego piensen en quién diablos es Rocío Tovar para llamarlo "estúpido, cojudo, hijo de papá":

"En Iquique a los cuatro días del mes de Noviembre de 1879, yo, el abajo suscrito Alfonso Ugarte, hago mi primero y quizá último testamento con motivo de encontrarme de Coronel del batallón "Iquique" de la Guardia Nacional y tener que afrontar el peligro contra los ejércitos chilenos que hoy invaden el santo suelo de mi Patria y a cuya defensa voy dispuesto a perder mi vida con la fuerza de mi mando. Declaro que soy cristiano, que profeso y creo en la Religión Católica y que vivo y muero en tal creencia. Si en algo soy injusto aquí, si he olvidado algún deber, suplico a todos me perdonen, pues en los momentos en que escribo esto me encuentro apurado, con mis deberes militares y del negocio y mi ánimo completamente aniquilado al pensar en que puedo desaparecer en esta campaña y abandonar a mi madre y hermanas que necesitan de mi apoyo. Iquique, Noviembre 6 de 1879. Firmado, Alfonso Ugarte".

Y como no soy muy patriota ni soy nacionalista ni chauvinista tampoco corro el riesgo de parecer huachafo si les pido que lean un párrafo de la última carta que le dirigió Bolognesi, a sus 63 años, a su esposa:

Carta a su esposa
"... Ésta será seguramente una de las últimas noticias que te lleguen de mí, porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro y que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior a las fuerzas peruanas son latentes y determinantes... ¿Qué será de ti amada esposa...? ¿Qué será de nuestros hijos, que no podré ver ni sentir en el hogar común? Dios va a decidir este drama en el que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapacidad la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca reclames nada, para que no se crea que mi deber tiene precio..."

Los peruanos, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares del mundo, no somos muy dados a leer los documentos de nuestra historia. Por ignorancia, creemos, quizás, que no tenemos nada que aprender de ellos porque fueron escritos en otro tiempo muy diferente, sobre otros problemas que ya no son los nuestros. Pero díganme si no los conmueven la carta de Ugarte, un hombre rico que bien habría podido huir ante el peligro (de hecho, desde antes tenía programado su viaje de bodas a Europa y lo abandonó para luchar por el país) o la carta de Bolognesi, que no sólo vuelve al ejército durante la guerra, sino que explica exactamente por qué lo hace: porque siente que la clase política peruana ha abandonado al país, lo ha traicionado, unos por maldad y otros por incapacidad, y cree que él tiene el deber de dar la cara y proteger a sus compatriotas.

Ya sabemos cómo terminó esa historia, sabemos que Ugarte y Bolognesi murieron en esa batalla, y, leyéndolos, sabemos que ellos sabían cuál era su destino. En contra de lo que dice un estúpido lugar común, que todos hemos escuchado alguna vez, el Perú no llama héroes a Bolognesi y a Ugarte porque en nuestro país nos guste adorar a los perdedores. Los consideramos héroes, con justicia, porque hicieron mucho más de lo que estaban obligados a hacer (en verdad, estrictamente, no estaban obligados a hacer casi nada): son héroes porque fueron solidarios en un país donde la solidaridad es rara.

Rocío Tovar no es un caso aislado. En el Perú existe la idea vil y baja de que la solidaridad y la voluntad de entregarse por los demás es cosa de "cojudos". Que la compasión, la colaboración y la empatía son zonceras de payasos, "el tonto y el más tonto", y que los "cojudos" son perdedores porque este mundo no es para ellos, sino para los "pendejos". ¿Y quiénes fueron los pendejos? Los que salieron volando, los que recaudaron dinero ajeno y desaparecieron para siempre, los que renunciaron a sus deberes y salvaron el pellejo, los antecesores de la repartija, la traición, el asalto, la inoperancia y la cobardía. 
Una tragedia que no merece burla
Lo de Rocío Tovar es una lástima (demasiada ignorancia junta, demasiada indolencia) pero mucho más triste es que Perú ja ja sea un hito en la historia de los grandes éxitos del teatro peruano. Quienes creen que el éxito valida a las obras de arte y a los productos culturales tienen ahí algo que explicarnos.

Ugarte y Bolognesi fueron peruanos solidarios que trataron de garantizar la vida, la seguridad y la paz de los demás peruanos a costa de sus vidas, puestas en riesgo por la estupidez y la inmoralidad de la clase política. Eran "cojudos" tratando de arreglar los problemas causados por los "pendejos". Qué poquito hemos cambiado, ¿no? Y cuántas cosas más tenemos que leer para ser justos con ellos y con nosotros mismos. (Gustavo Faverón Patriau).

(*) Una ausencia de casi un mes me impidieron realizar la rectificación que ahora, nuevamente en circulación en Lima, me permito hacer efectiva. Gracias a los colegas que indicaron el error, mientras estuve fuera de Lima. Espero que la inclusión verdadera de Gustavo Faverón satisfaga su sentido de observación y estimulo su deseo de colaboración. (lep).

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