miércoles, 7 de junio de 2017

Cuando la verdadera leche venía en burro

Tiempos en que la vaca daba
leche y las lecheras la traían
hasta tu puerta en porongos

En cierto momento de la historia, ya olvidado, como la leche misma, las lecheras venían hasta las puertas de las casas, montadas a burro y con cuatro porongos de verdadera leche de vaca, y dejaban uno o dos litros, de acuerdo con el número de niños o personas que la bebían.


El arte la conserva como fue
Me atrevo a señalar que no fue un momento sino un proceso, como ahora se acostumbra decir, en que desaparecieron las lecheras, lindas campesinas, de rostros sonrosados y amplio sombrero chacarero, siempre sonrientes, que llegaban a las puertas de las casas y silbaban o simplemente gritaban ¡la leche!

Las amas de casa, mi madre entre ellas, salían y la lecherita inclinaba uno de los porongos, llenaba un depósito de latón de un litro que siempre llevaba consigo y vaciaba el contenido en la jarra que la ama de casa presentaba.

Leche para otros fines

Un litro era el mínimo, pero la lecherita podía vender cantidades extraordinarias, cuando la ama de casa proyectaba hacer manjar blanco, tofis,  cauche de queso o chupe de viernes, cuyo ingrediente principal es -o era- la leche.

(Ahora hay que sospechar que usan leche de tarro no de vaca).

Las lecheras merecieron la atención de los poetas y el vate loncco Félix García Salas, las elogia al describirla “Siempre fresca como una rosa, / en su burra parda montada, / cómo quemaba su hechicera mirada, / bien sonriente y salerosa”.

Reminiscencia de tiempos idos
Parece que las muchachas montadas a burro, fueron sucedidas por las que venían a pie con una cantarilla en cada mano. Habrá que indagar entre los historiadores si alguna vez pusieron su atención en este detalle de la leche delívery.

Así pues, aparecieron las lecheras de las cantarillas -depósitos de latón de una forma muy especial, amplios en la barriga y estrechos en la boca y la base- que tocaban a la puerta para dejar, como las otras, el pedido de las amas de casa.

Bocina en lugar del canto lechero

Pero en cierto momento de la historia de la leche, un pequeño capitalista decidió recoger los porongos de las chacras en una camioneta y en ella distribuía a domicilio el pedido de las amas de casa.

Leche verdadera
Se acabaron los llamados de aquellas frescas voces femeninas que a las seis de la mañana llamaban ¡la leche! cuando el burro que montaban traía el producto ordeñado esa misma madrugada.

En lugar de ese llamado cantarino, se escuchaba ahora el urgente llamado de los bocinazos de la camioneta que convocaba a las amas de casa a la esquina donde se estacionaba.

Pero también eso habría de evolucionar no me atrevo a decir si para bien o para mal, porque la camioneta desapareció un día, quizá tragada por nuevos monstruos capitalistas que cambiaron la capacidad de los vehículos.
  
Esto es historia reciente. Grandes camiones recorriendo las chacras, en cuyos bordes los productores de leche dejaban toda su producción en porongos, con que los camioneros llenaban sus vehículos.

Con certificado de origen
Esto ocurría en las campiñas de Arequipa y Cajamarca, las dos principales cuencas lecheras del país.

Toman un líquido blanco

Los agricultores no veían a sus clientes. Hablaban en corporación con los dueños de las empresas, algunos de ellos criticados por el genial Sofocleto, Luis Ángel de Lama, por tener “la leche de estar en la gloria”.

Porque los industriales ponían el precio a la leche, ya no los productores, quienes algunas veces se declaraban en huelga de ubres caídas y no ordeñaban hasta cuando las empresas subían cincuenta centavos al litro del producto y le arrimaban al consumidor un sol por lata de leche evaporada.

Ahora se ha sabido que los niños de estas épocas -¡cuántos años han pasado sin que se supiera!- no toman leche sino un líquido blanco con decenas de adiciones que no se sabe si realmente nutren o desnutren.

Esta es la breve historia de la leche que yo tomé y que -por suerte- también mis hijos tomaron porque, luego de bajar a Lima, fuimos a vivir a vivir a un barrio del Rímac, hasta donde, varias décadas atrás, todavía llegaban lecheras que dejaban a domicilio el histórico producto que llamábamos leche. (Luis Eduardo Podestá).

(Imágenes de archivo, medios locales y OdiseoPincelsiku)

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