sábado, 29 de abril de 2017

Convirtieron la ciudad en un infierno

Probablemente de aquí te
lleven a la cárcel como a
otros que no tuvieron tu suerte

Nota del editor – Este es un fragmento de la novela Un cuadrito de sol en la penumbra, del periodista y escritor Luis Eduardo Podestá, la tercera de su producción literaria. El que sigue, el sexto de una serie de fragmentos que aparecerán en los próximos días, se publica aquí como un obsequio anticipado de lo que los lectores leerán en el libro que es distribuido mundialmente por empresas especializadas en ventas por internet. Al final del fragmento se incluye la lista de las empresas encargadas de la distribución. Gracias por leer este fragmento. Me encantaría que hicieras un comentario o expresaras tu impresión sobre lo que acabas de leer. Muchas gracias.


Entonces, indignados, salieron a la calle sin autorización para hacer una demostración de protesta y ese fue su bautismo de fuego y de furia, nos enfrentamos con la policía, y aunque nosotros éramos mucho más numerosos, nos golpearon como quisieron, nos atacaron con sus carros antimotines que lanzaban cañonazos de agua, con la caballería


policial, y nos tumbaban en las pistas con una facilidad pasmosa, pero nos levantábamos, volvíamos a agruparnos en nuestro intento de llegar a la Plaza de Armas y encontrábamos  que las calles estaban cerradas con recios cordones de policías de caballería, que te pegaban con sus sables de plano en la espalda o simplemente te atropellaban con sus caballos, me resbalé en una vereda húmeda a dos cuadras de la plaza, en la calle Mercaderes, me levanté y me golpearon con sus varas en la cabeza, en la espalda, volví a caer y un grupo de obreros armado con garrotes me pudo rescatar y me llevó a rastras hasta la esquina, nos refugiamos delante de una agencia bancaria que estaba cerrada, recuperé mis fuerzas, me lancé nuevamente a la carrera, pero no podía gritar, hermano, estaba con la garganta cerrada por el esfuerzo de correr y gritar, no podía respirar, volví a caer en la vereda y esta vez ya no me levanté, lo vi todo negro y me hundí en lo profundo de un infierno silencioso.


Cuando despertó se encontraba en una cama del hospital, en una sala que tenía rejas en las ventanas, la puerta cerrada vigilada por un guardia armado y cuánto tiempo estoy aquí, se preguntó, no podía recordarlo, el médico que lo examinó cuando él recuperó la conciencia y supo que estaba vivo, le dijo ya estás mejor, hijo, tienes la espalda convertida en un solo hematoma, menos mal que te trajeron la misma tarde y pudimos atenderte, sentía náuseas pero no vomitaba nada, y el estómago le dolía como si se lo hubieran molido a puñetazos y patadas.

Dos enfermeras se turnaban para llevarle los alimentos, una de ellas le dijo fueron unos desórdenes feroces, probablemente de aquí te lleven a la cárcel como a otros que no tuvieron tu suerte de llegar al hospital.

Entonces se convenció de que allí estaba preso, de que no podría salir sin permiso, de que el guardia de la puerta tenía órdenes de mantenerlo aquí hasta cuando estuviera sano para llevarlo a la cárcel como a los que pudieron detener aquella tarde, ¿desde hace cuánto tiempo estoy aquí?, la enfermera, cinco días, hace cinco días ustedes convirtieron la ciudad en un infierno, destrozaron todas las vitrinas de las tiendas del centro que encontraron abiertas, hirieron a personas que no tenían nada qué ver con su protesta y se encontraban simplemente caminando por el centro, hay también varios policías heridos, están en la sala de San Roque, sonrió, era joven y bonita, enfundada en su ropa blanca de pies a cabeza, tú pareces un novato, él replicó que hacía casi un par de años que trabajaba en construcción civil y la miró fijamente a los ojos mientras ella le tomaba el pulso y miraba alternativamente su reloj y el rostro del enfermo, tuviste suerte de que te trajeran, a otros


los llevaron directamente a la cárcel y no creo que allá hayan tenido atención médica, habrán tenido que curarse solos, dejó de sonreír, tú estás mucho mejor, tu presión es casi normal, tu pulso ya no está tan loco como cuando te trajeron, volvió a sonreír, tienes que aprovechar toda la comida que te traigan para que tu estómago recupere sus funciones, le dijo a manera de despedida y antes de pasar a la cama siguiente para atender a otro enfermo, quizá igualmente preso como él y claro que has tenido suerte, prosiguió, porque han venido a verte tu madre y tu hermana mientras estabas inconsciente, y él no supo qué responder, gracias, musitó esa es una buena noticia, le preguntó cómo se llamaba y ella, que ya se iba volvió el rostro para responderle, Ruth y él, gracias, Ruth, por todo lo que has hecho por mí.

Una mañana vinieron dos policías de civil con una tabla sobre la que brillaban unos papeles blancos, nombre, preguntaron sin preguntar, con tono de exigencia, él respondió infinidad de preguntas, dónde vives, con quién vives, donde has estudiado, hasta qué año, y por qué trabajas en construcción civil, tú eres dirigente del sindicato, por qué salieron armados en esa manifestación, y él sorprendido, aunque le dolía todo, debió responder, ¿armados?, nunca hemos estado armados y el más bajito de los dos, no te hagas el cojudo, cholito, sabemos que te eligieron secretario de organización y que estás a cargo de todo, tú debes saber mucho sobre el sindicato y sus dirigentes, ¿no?, el secretario general es un comunista de los más pendejos, y él, no, no lo sabía, los dos se miraron y sonrieron, no sabía que su secretario general es comunista, se burló uno de ellos, llegó el médico de turno, señores, necesito examinar al enfermo, si me dan permiso…, y los invitó a irse con un gesto y el más bajito se volvió, volveremos a visitarte, enfermito.

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