lunes, 12 de noviembre de 2012

Bajo el vuelo del cóndor (I)

Periodista argentina
escribe en Página/12
sobre Cañón del Colca

Nota del editor – Les obsequio la primera parte de un artículo publicado el 11 de noviembre por el diario argentino Página12, sobre las maravillas del Cañón del Colca (3 400 metros de profundidad) escrito por la periodista Graciela Cutuli, quien visitó esa zona al norte del departamento de Arequipa. Te será grato leerlo y saber la sorpresa que causa ese lugar que Mario Vargas Llosa llamó alguna vez el Valle de las Maravillas.

Abierto en medio de un paisaje de terrazas andinas talladas por las civilizaciones preincaicas, rodeado por picos gigantes como el Misti y el Chachani, el Cañón del Colca traza una profunda hendidura de miles de metros de profundidad en la cordillera del sur peruano, cerca de Arequipa.

Por Graciela Cutuli

Fotos de Graciela Cutuli

Le encantó el rostro de esta niña collagua

A las cinco de la tarde, cuando los últimos rayos de sol iluminan las verdes terrazas del valle del Colca, termina un viaje de tres horas desde Arequipa que nos deja en las puertas del Colca Lodge, casi a orillas del río que corre, encajonado, a los pies del complejo.

En realidad es sólo una pequeña parte de su largo recorrido, que en los tramos más profundos –erosión mediante– forma el inmenso Cañón del Colca, considerado el segundo más hondo del mundo. Más de 4000 metros, aunque las mediciones varían según el momento en que hayan sido realizadas y los instrumentos utilizados. Sin tantas precisiones, igualmente el número impresiona.

Desde aquí, todo lo que llegan a ver los ojos son las verdes laderas donde los pueblos preincaicos y luego los dominadores incas trazaron, con ingenieril precisión, un sistema de terrazas de cultivo en uso todavía hoy.

No es raro ver a los campesinos arando con sus bueyes, como pequeños puntos en movimiento entre las líneas que delimitan las parcelas del valle: es que, a pesar de los avances que propone la modernidad, en este relieve no valen los tractores por lo empinado del terreno.

De a poco, el cielo se va tornando profundamente azul. En la bóveda oscura se van dibujando las constelaciones australes, con la Cruz del Sur señalando nuestra ubicación en el mundo, rodeada de la estela brillosa de la Vía Láctea.

Es mágico, sobre todo porque lo vemos desde una piscina de aguas termales que pone una cálida barrera frente al aire fresco de la tarde que ya se hizo noche.

La primera vista del Colca promete –y lo cumplirá con creces– una experiencia diferente.

HORA DE CONDORES

A la mañana siguiente, el despertador suena bien temprano. “Aquí los que mandan son los cóndores”, avisa Alberto Arismendi, que nos acompaña desde Arequipa y más que guía es una suerte de chamán turístico, el iniciado en los secretos del Colca que logrará en pocos días, a fuerza de anécdotas y relatos, convertir al grupo de recién llegados en enamorados de la región.

Los cóndores mandan porque su vuelo, sobre el mirador llamado la Cruz del Cóndor, se aprecia mejor en las primeras horas de la mañana: ya sabemos que por la época del año –estamos en primavera– sólo veremos ejemplares juveniles, pero la expectativa es alta.

Y no es sólo nuestra: cuando llegamos al mirador, después de parar unos minutos en el pueblito de Yanque –donde un grupo de jóvenes está ensayando en la plaza la danza del wititi con sus vistosos sombreros de flecos– ya hay un gran grupo de turistas reunidos con la vista fija en el cielo.

Graciela Cutuli dice que es un cóndor juvenil

Es una Babel de idiomas: muchos franceses, alemanes, colombianos, estadounidenses, brasileños, argentinos. Como Jeanne, una mochilera que cambió las afueras de París por la realización de un sueño que, según cuenta, perseguía desde chica: conocer de primera mano la inmensidad de las cadenas montañosas peruanas.

O como Luis, un chileno que fotografía cóndores allí donde los encuentre, y cámara en mano anduvo por el sur de país, el norte de la Argentina y ahora el Cañón del Colca.

De pronto, aparece recortada contra el cielo azul la silueta del ave andina, con los extremos de las alas desplegados como dedos que quisieran abrazar el horizonte: va y viene, en círculos, y baja tanto que se pone a pocos metros de las cabezas de los visitantes, agolpados contra los balcones de piedra que se asoman a la vertiginosa profundidad del cañón.

Su vuelo dura unos minutos, luego desaparece como por arte de magia en sus rincones secretos. Pero no será el único: aunque la mayor parte de los cóndores en esta época del año están sobre todo al cuidado de sus pichones, un par más dará a los turistas el gusto de pasearse, como observándolos, en un vuelo emocionante y sereno, que nos hace pensar que el aire los sostiene con una mano invisible.

LA CARCEL DE LOS BURROS

Alberto es experto en birdwatching, una actividad que apasiona a muchos extranjeros de paso por Perú, y como si fuera una enciclopedia viviente de las especies y sus nombres científicos nos va poniendo al tanto de la vida alada en el Colca.

Que tiene todos los extremos: el gigantesco cóndor, pero también el diminuto colibrí, atraído en particular por una vistosa campanilla roja llamada cantuta (Foto izqeuirda abajo).

Es la flor regional, pero también la flor nacional de Perú: la misma que, según una famosa canción “en el río se cayó / púsose contento el río / su perfume se llevó”.
Dejando atrás Cruz del Cóndor, vamos parando a lo largo del valle en otros miradores, como los de Huayrapunko o Antahuilque, donde siempre hay algún grupo de jovencitas de las etnias locales ofreciendo artesanías y productos típicos, sobre todo coloridos tejidos de alpaca.

A veces visten rápidamente, por el tiempo de una foto, con su ondulante pollera y sus vistosos sombreros a las turistas que bajan por unos minutos de los vehículos para observar el paisaje; otras veces ofrecen jugosos higos de tuna a la tentación de los caminantes.

Bastará un par de veces para que pronto todos aprendamos a reconocerlas: las cabanas usan un sombrero totalmente bordado, colorido y firme para protegerse del sol.

Las collaguas tienen se tocan, en cambio, con un sombrero blanco, solo bordado en los bordes: según sus colores y el agregado o no de flores, el iniciado sabrá si son solteras o casadas.

Como los tiempos cambian, los hombres ya no usan los trajes tradicionales y, entre las mujeres, se los ve sobre todo en las de más edad. Las jóvenes prefieren pantalones, como pasa en todas partes del mundo, pero todas sin excepción llevan en la cabeza su sombrero distintivo.

Y si algunas cosas cambian, otras permanecen profundamente arraigadas en los hábitos de cada pueblo. Cuenta nuestro guía que es habitual ver en las chacras del Cañón del Colca espinas dispuestas alrededor para que no entren los burros a comerse las plantas tan trabajosamente sembradas: pero si los animales, tan testarudos como indica su fama, logran igual entrar a la zona de cultivo, el responsable de la parcela tiene derecho a apresarlo y llevarlo a la municipalidad.

De allí tiene que retirarlo su dueño a la mañana siguiente, previo pago de una multa, y si la plata no le alcanza, será el dueño del terreno dañado por el ignoto Platero andino quien se quede con el animal. No es leyenda sino una curiosa forma de “cárcel de burros”, bien vigente en la cultura local.

Gracias, Graciela, por este magnífico relato de tu presencia en el Valle de las Maravillas.

Luis Eduardo Podestá

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