martes, 18 de abril de 2017

Terminarás en un burdel, le dijo

Aquel sopapo no solo te dolió
en la carne sino en el alma

Nota del editor – Este es un fragmento de la novela Un cuadrito de sol en la penumbra, del periodista y escritor Luis Eduardo Podestá, la tercera de su producción literaria. El que sigue, el quinto de una serie de fragmentos que aparecerán en los próximos días, se publica aquí como un obsequio anticipado de lo que los lectores leerán en el libro que es distribuido mundialmente por empresas especializadas en ventas por internet. Al final del fragmento se incluye la lista de las empresas encargadas de la distribución. Gracias por leerlo.


No se explicaba cómo comenzó todo, porque después entró en un estado de inconsciencia, como si hubiera penetrado en una espesa nube de la cual le fuera imposible salir y escuchaba las voces a gritos de su madre eres una puta, acabarás en un burdel y le era imposible poner un velo de silencio y de perdón sobre aquello, sobre aquel día, sobre
aquella mañana, aquella hora en que todo comenzó o todo terminó, aquel instante en que su madre entró y la vio desnuda, encima de aquel muchacho que la penetraba y todo el placer que sentía se le fue al suelo o al cielo, porque estalló y se disparó en una dirección cualquiera y no supo cómo trataba de ocultarse y no encontraba dónde y entonces, recordaba a medias, como si no saliera de la niebla que la envolvía que Mauricio, sí, Mauricio, el chico que la acompañaba al colegio, que la esperaba en la esquina del colegio, en la esquina de su casa, que le conseguía un asiento en el tranvía, que la adoraba y a cada rato le preguntaba si estaba bien, si lo que la rodeaba estaba bien, con quien se encontraba todas las noches para irse a pasear por alguna calle solitaria de su barrio, y con quien se besaba, apasionada, locamente, hasta sentir que no todo debía quedar en solo besos, había desaparecido.

Como habría de ocurrir entre dos personas que han llegado a cierto grado de intimidad, una noche sintió la excitación del muchacho y ella no se apartó como lo hubiera aconsejado la prudencia, no, te acercaste más y cuando él te tocó los senos lo dejaste hacer mientras le acariciabas los cabellos, te metió la mano por debajo de la falda y lo aceptaste sin decir una palabra y esa noche, de pie, arrimada a una pared en la calle silenciosa dejaste tu virginidad convertida en sangre que te ensució las piernas y él, con mucha ternura, ¿te hice daño, amor? y ella no, no, te voy a querer mucho, vas a ser el amor de toda mi vida, y sus encuentros posteriores continuaron, hasta que una vez te decidiste y le dijiste que todo esto era muy incómodo, que si a algunas personas se les antojara pasar por aquella nocturna calle solitaria, el mundo entero se enteraría de lo que existía entre los dos, le dijiste que el sábado estarías sola en tu casa y lo invitaste vienes a visitarme y él, que siempre estaba cerca de ti, obedeció como siempre y todo comenzó o terminó aquella mañana del día, cuál día, estúpida, de ese sábado en que te dejaste sorprender y creíste que tu madre no volvería hasta dos horas más tarde, pero no llegó ni a
la esquina del tranvía cinco cuadras más abajo y tú ya estabas desnudándote mientras lo besabas y él también se desnudaba y era una sensación muy especial, Gacela, sentir la cercanía de su cuerpo en un lecho mullido y no en el precario apoyo de una pared oscurecida, lo besaste en la boca, te besó en la boca, te pegaste a él, te besó en el cuello, te acarició las orejas, te dejaste acariciar y besar los senos sin decirle una palabra, sin decirle no seas atrevido como otras veces, cuando te besaba en la puerta de tu casa y esta vez no, y luego te escuchaste decir estamos solos en la casa, mi mamá ha ido al mercado central, no volverá hasta el mediodía, pero ella volvió y todo se te puso negro, incluido el ojo donde tu madre te aplicó aquel sopapo que no solo te dolió en la carne sino en el alma porque nunca, nunca, nunca, pensaste que aquello habría de pasar y mientras te abofeteaba y gritaba enloquecida eres una puta, el chico, Mauricio, salía a la carrera con su ropa en la mano y tú, tú, no supiste sino tratar de cubrirte con las manos mientras tu madre te pegaba en la cara, gritaba como si sufriera un ataque de histeria y, finalmente, sin sentir los golpes caíste simplemente, te derrumbaste, no tuviste la fuerza necesaria de defenderte y gritar, de decir algo, no me pegues, no me pegues, simplemente te caíste y luego de darte muchos puntapiés en donde te cayeran, tu madre cansada y agitada salió del cuarto con un golpe en la puerta que estremeció toda la casa.

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