lunes, 3 de abril de 2017

Cómo tratar a un violador

Y el hombre juró por
su santa madre que
no lo volvería a hacer

Nota del editor – Este es un fragmento de la novela Un cuadrito de sol en la penumbra, del periodista y escritor Luis Eduardo Podestá, y es la tercera que produce. Este, el primero de una serie de fragmentos que aparecerán en los próximos días se publica aquí como un obsequio anticipado de lo que los lectores leerán en el libro que es distribuido mundialmente por empresas especializadas en ventas por internet. Al final del fragmento se incluye la lista de las empresas encargadas de la distribución. Gracias por leerlo.


Al día siguiente don Crisanto se aprestó a salir como todos los sábados, se puso una camisa limpia y corbata, aunque fuera contra su costumbre, Sara había vuelto y él se sentía feliz pero pensó que debía hacer algo antes de ir a reunirse con sus amigos y se fue al centro, el tranvía lo dejó en la calle San José, se dirigió al gran almacén del que Sara le había hablado tanto y descrito con tanta precisión que lo ubicó muy pronto, y vio las largas hileras de ropa lista para usarla, de hombre y de mujer y al fondo alineadas las cocinas, los
aparatos de radio, equipos de sonido que parecían muebles de salón, lo atendieron chicas muy agradables, preguntó por el administrador y le dijeron que estaba en su oficina y hacia allí se dirigió, ah, dijo luego de cerrar la puerta detrás de sí, cogió una silla y la trancó para que no pudieran abrirla desde afuera, ¿es usted el administrador, el violador de mujeres indefensas?, preguntó con voz enérgica y el hombre, en impecable camisa blanca y corbata se puso pálido y comenzó a levantarse lentamente de su asiento, exhibía aún las marcas de las uñas de Sara, y don Crisanto Ludeña lo tomó del cuello, lo sacudió como para estrangularlo, le aplicó bofetadas que le removieron las cicatrices de los arañazos de Sara, le golpeó la cabeza contra la pared, le enrolló la corbata y se la puso en la boca, mierda elegante, le dijo al oído, te voy a arrancar los huevos para que nunca vuelvas a abusar de las mujeres y, en efecto, mientras lo acogotaba con el codo y la mano izquierdos, con la otra le atrapó el bulto de la entrepierna y sin hacer caso de los gemidos de su víctima apretaba cada vez más y más hasta cuando vio que el rostro del
administrador se ponía lívido, le aplicó un cabezazo en la frente, le dio un puñetazo que le puso un ojo morado, esto es en nombre de mi hija, desgraciado, y ella felizmente supo defenderse, ¿quieres llamar a tus empleados para que te defiendan?, hazlo, mierda, hazlo y te arrastro hasta la comisaría para entregarte como violador de mujeres, y de allí te enviarán a la cárcel donde ¿sabes cómo reciben a los violadores?, responde, mierda, ¿sabes cómo los reciben?, los invitan a una cama tras otra, pasan de una celda a otra hasta que el más macho te convierte en su mujer, ¿sabías eso, mierda? y don Crisanto Ludeña le sacó la corbata de la boca, puso el oído cerca de la boca de su víctima, habla, mierda, ¿quieres que te arrastre a la comisaría y te denuncie? y recién escuchó la angustiada voz del administrador, no, señor, no, por favor, perdóneme, perdón por lo que he hecho, no me denuncie, por favor, tengo familia, esposa y dos hijos pequeños, le ruego que no lo haga,
había lágrimas en sus ojos, y don Crisanto Ludeña, no estás perdonado, pedazo de mierda, me debes una, desgraciado, te vigilaré, tú no me vas a ver nunca, pero yo estaré cerca de ti y si me entero de que has hecho algo con alguna de las mujeres que tienes a tu cargo, debes olvidarte de tu esposa, de tus hijitos, porque te entregaré a mis amigos de la policía y ellos te pondrán ante un juez y directo a la cárcel, y algunas de tus empleadas tendrán mucho que contar, jura que no atentarás nunca contra ninguna de ellas y el hombre, con la cara ensangrentada, un ojo oscurecido, sí, señor, lo juro, por Dios, por mi santa madre, lo juro, señor, pero deje de golpearme, se lo ruego.

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