martes, 4 de febrero de 2014

El febrerazo, la rebelión olvidada (I)

Nunca se supo cuántos
muertos produjo la brutal
represión de la dictadura

Nota del editor – Esta es la primera de dos partes en que se ha dividido un artículo evocador del sangriento episodio del 5 de abril de 1975, durante la dictadura de Juan Velasco, por quien muchos juraban “chino, contigo hasta la muerte”, juramento que duró hasta cuando Francisco Morales Bermúdez le dio golpe de estado el 29 de agosto de ese mismo año, conocido también como el “tacnazo”.

Por Luis Eduardo Podestá

Hace 39 años, el 5 de febrero de 1975, se produjo en Lima una de las grandes convulsiones sociales del país, alrededor de la cual, aun  hoy en tiempos de democracia, se guarda silencio como si con él se quisiera marginar un hecho como ese, del sitio que le corresponde en la historia.

Las turbas queman vehículos en las calles
El siguiente es un testimonio personal de lo que yo viví en aquella fecha, como reportero del diario Correo que, como toda la prensa peruana, estaba controlada por la dictadura del general Juan Velasco.

La noche anterior había llegado de Arequipa, donde pasé mis vacaciones y ese día, 5 de febrero como hoy, de hace 39 años, debía reintegrarme a mi trabajo en el diario Correo.

Eran las 9.30 y estaba en un paradero de autobuses de la avenida Alcázar, del distrito del Rímac, al norte de Lima, para abordar el vehículo que me llevara a la avenida Garcilaso de la Vega donde se hallaban las sedes de los diarios Correo y Ojo. Normalmente el viaje duraba entre 10 y 15 minutos.

Me detuve a mirar las portadas de los periódicos en un quiosco situado frente al paradero. No vi nada extraordinario, pero noté la curiosidad de las personas que hacían lo mismo. Una de ellas exclamó de pronto: ¡Hace dos días que los tombos están en huelga y estos mierdas no dicen una palabra!

Saqueos ante la ausencia policial
Los tombos eran, si no lo sabe, los policías y los mierdas los periódicos que no publicaban una letra. Eran tiempos difíciles para el periodismo libre. La prensa en su totalidad estaba amordazada por el régimen del general Juan Velasco.

La gente decía de los periódicos que estaban ‘parametrados’, ya que uno de los ideólogos del movimiento militar que gobernaba el Perú había dicho antes que “se permitía la libertad de prensa dentro de los parámetros” que lo permitieran los fines de la revolución.

Así, pues, cuando se produjo una huelga policial en reclamo de mejores haberes, la prensa en general, en acatamiento de aquel parametraje guardó silencio pues cualquier información podía dañar los fines de la revolución velasquista.

Mal que bien, pude abordar un ómnibus y supuse que el comentario del anónimo lector había sido una exageración. Una huelga de policías con las consecuencias que ello pudiera acarrear no podía silenciarse. ¿O sí?

Óscar Cuya Ramos, a cargo de la mesa de Correo
Cuando llegué al centro de Lima, al crucero de las avenidas Tacna y La Colmena, había una descomunal congestión vehicular, a tal extremo que preferí bajar del ómnibus y hacer a pie las cuatro cuadras que faltaban.

Óscar Cuya Ramos, el jefe de informaciones, entrañable periodista hoy desaparecido, me vio llegar y casi dio un grito de emoción:

–¿Vas a trabajar?

–Claro, para eso estoy aquí – le respondí.

–Creí que seguías de vacaciones.

Tomó el teléfono, llamó a fotografía y ordenó que un fotógrafo me esperara en la camioneta, que ya estaba lista para salir. Con el mismo tono emocionado me exigió, corre, hermano, hay un tiroteo en Radiopatrulla.

Tanquetas del ejército patrullaban las calles
Radiopatrulla está en el distrito de la Victoria y era uno de los cuarteles más grandes de la desaparecida Guardia Civil, rama uniformada de la Policía que, con las otras dos fuerzas policiales, la exGuardia Republicana y la Policía de Investigaciones, forman lo que hoy es la Policía Nacional del Perú.

En el camino, el fotógrafo Jesús Revilla me enteraba de lo que había ocurrido. Una huelga policial había sido sofocada la noche anterior por tropas de la división blindada del ejército, que empleó sus tanques para derribar las puertas de Radiopatrulla, pasar por encima de los coches patrulleros estacionados en el patio principal y ametrallar a los policías que les hacían frente con sus armas cortas.

A las aproximadamente 10.15 de la mañana, cuando nos acercábamos a Radiopatrulla, se escuchaban tiroteos en las zonas adyacentes de esa dependencia.

Tanque del ejército frente a cuartel policial
Al llegar a la plaza Manco Cápac, a unas ocho cuadras del cuartel policial, grupos de manifestantes lanzaban consignas amenazadoras. “¡Abajo la dictadura!”, “¡Viva la Guardia Civil!”.

Cuando vieron la camioneta del periódico donde yo estaba con el fotógrafo, vinieron amenazantes hacia nosotros. Me di cuenta de que era un vehículo peligroso. Era un jeep con todo el color y la apariencia de un vehículo militar.

Bajé del coche y esgrimí mi libreta de apuntes. ¡Periodistas, periodistas!, grité sin mucha fe porque sabía que abundaba la gente a la que le gustaría hacernos pasar un mal rato.

Felizmente, alguien entre los exaltados entró en razón y gritó, déjenlos tranquilos, ellos no tienen la culpa. Al parecer distinguía entre los trabajadores de la prensa que éramos nosotros, los que hacíamos calle, y los dueños y directores, inclinados hacia el gobierno militar.

El chofer Palomares, quien vivía en el puerto del Callao, al oeste de Lima, me dijo que se iba a llevar el vehículo porque si lo veían en cualquier sitio del centro eran capaces de quemarlo. Le hice una señal de asentimiento y nos encaminamos, el fotógrafo y yo, hacia donde parecía librarse una batalla interminable.

Un piquete de soldados en la avenida 28 de julio a dos cuadras de la plaza Manco Cápac nos impidió el paso. Fingimos acatar sus órdenes. Revilla me dijo que se iba por su cuenta, y luego de separarnos, yo tomé una calle lateral para acercarme, luego de dar un rodeo, a un bloque de viviendas cercano a donde se libraba el tiroteo.

Al parecer, unos policías habían logrado escapar de la arremetida militar y hostilizaban a los soldados desde distintos lugares elevados, ocultos en edificios y casas de las inmediaciones de Radiopatrulla.

En cierto momento, luego de acercarme para ver qué ocurría, debí lanzarme al suelo de un jardín, junto a otras personas que formaban pequeños grupos de curiosos, porque los soldados comenzaron a disparar ráfagas de ametralladoras en nuestra dirección.  (Continúa mañana).

(Imágenes de archivo y medios de la época)


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