martes, 13 de noviembre de 2012

Bajo el vuelo del cóndor (II)

Periodista argentina
sorprendida por la
ingeniería andina

Nota del editor – Les obsequio esta segunda parte de un artículo publicado el 11 de noviembre por el diario argentino Página12, sobre el Cañón del Colca (3 400 metros de profundidad) escrito por la periodista Graciela Cutuli, quien visitó esa zona al norte del departamento de Arequipa. Merece leerlo y sorprenderse una vez más de ese lugar que Mario Vargas Llosa llamó alguna vez el Valle de las Maravillas porque es una nueva visión de una observadora extranjera.

Por Graciela Cutuli

VALLE DE INGENIEROS

Desde el mirador Antahuilque, la geografía parece salir de los libros para materializarse y dar una clase a cielo abierto: rodeados de laderas escalonadas, con la vista dirigida hacia la profundidad, se nos hace visible el lugar en que se va terminando el valle y comienza la inmensa falla geológica que es el Cañón del Colca.

En un punto del camino divisamos el Mismi, un coloso volcánico de unos 5500 metros de altura que se considera como el más lejano origen del Amazonas. En otro, la armoniosa silueta blanca de alguna iglesita perdida en el valle. Y desde la ruta misma, sobre la ladera que baja al serpenteante río del fondo, la “litomaqueta de Choquetico”, una piedra que revela la habilidad de los incas para diseñar acueductos y canales, sobre piedras que luego quedaban como referencia, en forma de maqueta lítica.

Admirada por la tecnología andina (Foto Cutuli)

“Los incas –subraya Alberto– tenían técnicas más avanzadas. No es difícil descubrir si una terraza fue realizada por pueblos anteriores o por los incas mismos, cuando llegaron al valle en torno del 1250 de nuestra era. Porque las anteriores tienen sólo piedra y tierra, mientras las que ellos construyeron ya revelan, en las sucesivas capas de tierra, pedregullo, arcilla y arena, su conocimiento del drenaje del suelo y los sistemas de riego".

Aquí mismo, pero a nuestras espaldas, se ve una serie de orificios en la piedra de donde sale un líquido rojizo: es aquí donde los arqueólogos que investigaron la zona encontraron una serie de fardos funerarios de momias preincaicas.

Una brújula nos revela rápidamente que son tumbas orientadas hacia el Este: significa que es un buen augurio para esos difuntos, ya que sólo se enterraba mirando hacia el Oeste a los indeseables, a quienes no se quería ver renacer.
Valle de maravillas (Foto archivo del blog Podestecuenta)

PUEBLO A PUEBLO

Los pueblos del valle parecen detenidos en el tiempo. No tanto en la plaza o la calle principal, que son los lugares donde paran los vehículos de turistas con su carga de visitantes, generalmente por un rato corto porque los tiempos siempre resultan escasos y las distancias, largas.

Pero basta salirse un poco de esos pocos metros concurridos para descubrir las manzanas silenciosas hechas de casas de puro adobe, donde algunas ancianas de rostro curtido miran impasibles a los recién llegados y los chiquitos juegan, ajenos al inexistente peligro de autos, en medio de las calles de tierra y piedra. Mientras tanto, la animación se concentra en la calle principal.

Como en Maca, que tiene una preciosa iglesia y toda una romería de puestos y puestitos de artesanía. Pero sobre todo tiene al aguilucho “Juan el bueno”, que llegó al pueblo hace 17 años con un ala rota, y desde entonces se convirtió en la mascota de pobladores y visitantes, que se hacen fotografiar por unos pocos soles con el ave en el brazo o la cabeza.

Varios pobladores del Colca parecen tener esta habilidad para domesticar rapaces, como en la plaza de Yanque: también allí un grupo de mujeres ofrece posar con un aguilucho andino a los turistas de paso, con la misma naturalidad con que ofrecen higos de tuna o sancayo, otro fruto de la zona.

Un poco más adelante, antes de volver para hacer noche en las Casitas del Colca, nuestro itinerario invita a un alto en Conocota, un pueblo que a media tarde parece detenido en el tiempo. Después de conseguir que se corra un burro obstinado que se nos cruza en el camino, avanzamos por una callecita en plena reparación y, guiados por una señora que suma a su atuendo tradicional una vistosa radio portátil colgada a la espalda, desembocamos en la iglesia.

Apenas se ve alguna persona en la calle. Es un día cualquiera, sin celebraciones especiales, un día de transcurrir cotidiano de parsimonia y silencio. Aquí todo cambia, sin embargo, en algunas ocasiones: si hay un casamiento, por ejemplo, un acontecimiento en el que participa el pueblo entero sin necesidad de invitaciones de por medio.

Y sobre todo durante los “pagos a la tierra”, que se realizan en febrero y en agosto, cuando, según las creencias, la Pachamama está más receptiva a las ofrendas –en particular carne de alpaca y maíz– que le organizan los pobladores.

Aguas termales junto al volcán (Foto Cutuli)

AGUAS QUE CURAN

Nuestro último alto del día es en los baños termales La Calera de Chivay, uno de los principales pueblos de la región. Como es la hora en que terminan las excursiones por el valle, ya varios turistas están llegando para darse un baño reparador en estas piletas cuyas aguas rondan los 38 grados. Son curativas, pero respetando los tiempos de inmersión muchos las utilizan para recreación.

La Calera está a unos 3600 msnm y recibe las aguas termales del volcán Cotallumi, donde afloran con una temperatura de 80 grados. Son parte de una oferta termal que Perú está potenciando y desarrollando en los últimos años, aunque la zona de Arequipa en particular –donde están también los conocidos baños de Yura– se vio algo afectada por el fuerte sismo que sacudió la región hace una década.

Hace pocas semanas la elección de Lima como sede de Termatalia, una feria termal nacida en España, puso de relieve la importancia de los Andes como destino para este tipo de turismo, que busca combinar el conocimiento del terreno y la exploración de los pueblos con el bienestar que brinda el agua.

En Chivay en particular, La Calera invita también a recorrer un pequeño museo sobre las culturas cabana y collagua, con buenas recreaciones de las ofrendas a la tierra, la vida rural, los trajes tradicionales y las viviendas originarias.

Además, en el camino se puede ver el puente de piedra conocido como Puente Inca, porque se dice que los jefes de las comunidades locales lo cruzaban continuamente para ir hasta los baños termales.
Hay fiesta en los pueblos (Foto archivo del blog Podestecuenta)

La gira del día termina en las Casitas del Colca, un complejo hotelero situado del otro lado del río, justo enfrente del Colca Lodge. La vista es inmensa: a los pies de cada “casita” –el diminutivo es sólo cariñoso, porque en realidad son construcciones de un inédito confort sumergidas en el bosque– se extiende sin fin la vista del curso de agua y el valle con sus terrazas.

De aquí no nos iremos sin antes haber saludado efusivamente a las mascotas del lugar, un grupo de deliciosas y hambrientas alpacas bebés que se alimentan con mamadera y nos regalan, con sus miradas mansas y sus pieles suaves, una de las últimas postales del viaje.

Nuevamente gracias, Graciela Cutuli, por tu provechosa visita a este Valle de las Maravillas.

Luis Eduardo Podestá

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