martes, 9 de febrero de 2010

Algo más sobre el 5 de febrero del 75

Un mueble que salvé
contenía recibos de

adelantos de sueldo


El 5 de febrero de 1975, cuando hubo en esta capital saqueos por doquier, se recordó esta vez con mayor profusión, especialmente en Crónica Viva, a través de la pluma de mi colega Ernesto Chávez, quien trabajó conmigo en el viejo diario Expreso de la calle Orejuelas -así le decían cuando querían ofender-, es decir la sexta cuadra del jirón Ica.

Fue cuando Lima estuvo tres días sin ley, de acuerdo con el título que puso a una informada crónica nuestro colega Vladimir Terán Altamirano, quien precisamente, me preguntó si no era yo quien aparecía en una foto, junto a varios trabajadores de la Empresa Periodística Nacional, que salvaban un escritorio del incendio que devoraba las instalaciones de Correo y Ojo.

Los dos diarios se hallaban entonces en la cuadra 11 de Garcilaso de la Vega, donde hoy están los complejos comerciales dedicados a la venta de elementos informáticos.

El 5 de febrero de 1975, respondí a Vladimir Terán, en efecto, junto a otro colega, salvamos un mueble, pero se trataba de un archivador de metal, de esos que parecen roperos, que guardaba nada menos que los recibos de adelantos de sueldo de los trabajadores, según pudimos comprobar después.


Correo incendiado visto desde Garcilaso de la Veg

Soporté buenas reprimendas en broma y en serio en las semanas siguientes, luego de que el cajero Azcárate descontara en la quincena los adelantos de sueldo y entregaba un recibo en gran parte chamuscado pero donde se leía claramente la cantidad y el nombre del trabajador.

Yo acababa de cumplir –como ya lo conté en una crónica más detallada, en el aniversario de esa fecha hace dos años– una misión en radiopatrulla, cuyas puertas fueron destrozadas por los tanques de Velasco.




Y bueno, salvamos el archivador y lo depositamos en un enorme canchón de la calle Jacinto López, en lo que hoy es el CentroLima y que entonces pertenecía a la aplanadora de la dictadura, el recordado Sinamos.

Cuando volvimos al local del periódico, las llamas ya habían cumplido su tarea. La sección prefabricada donde se hallaban el restaurante y parte de las oficinas, estaban convertidas en cenizas.

El segundo piso donde se encontraba la redacción de Correo en un ala y la de Ojo en la otra, aún ardía y las llamas salían por las ventanas en un espectáculo difícil de creer en esa soleada tarde.

Unas dos horas después, llegaba el director, el sociólogo Hugo Neira Samanez, hoy director de la Biblioteca Nacional, quien nos dijo, en el mismo patio del periódico que no pensáramos que nosoros íbamos a ser el problema más importante del gobierno, como quien dice, “tienen que arreglárselas como puedan”.

Las instalaciones del diario en llamas


Hugo Neira llegó a Correo -nombrado director- junto a un grupo de jóvenes “revolucionarios” que no se cansaban de gritar "Chino, contigo hasta la muerte", la mayoría de ellos sociólogos o estudiantes de sociología u otras disciplinas, a quienes el humor popular bautizó como “ociólogos”, usted ya sabrá porqué.

Efectivamente, nos las arreglamos solos. El diario Correo no dejó de salir. Fue editada una edición extraordinaria al día siguiente, profusamente ilustrada con fotografías tomadas la víspera por los reporteros gráficos en distintos lugares de Lima, algunas de las cuales sirvieron para identificar a presuntos incendiarios.

La redacción de correo fue alojada en el salón de actos de la Federación de Periodistas del Perú y desde allí se cumplieron las misiones periodísticas, bajo la batuta de Julio Higashi, jefe de Redacción, hasta que la empresa alquiló unos pisos en la cuadra 10 de Garcilaso de la Vega y regresamos al barrio.

He recordado este episodio, picado por la curiosidad periodística de Vladimir Terán y la mía propia, ya que en la nota que escribí hace dos años, no me pareció relevante hablar del mueble salvado ni de las sabias palabras del que fue nuestro director en aquella época.
Luis Eduardo Podestá

(Fotos Crónica Viva)

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