miércoles, 6 de junio de 2012

Ya no es la Roma de América

Los católicos son
de “arroz, agua y
tierra” en Arequipa

Con los pies puestos en el duro pavimento de la realidad, el vicario general de la iglesia católica, Javier Cárdenas, ha declarado en Arequipa que si bien el 90 por ciento de pobladores son bautizados, solo el 5 por ciento cumple con las obligaciones de un verdadero católico.

Esto quiere decir que Arequipa, a la que hasta el Papa Juan Pablo II llamó con satisfacción en el pasado “la Roma de América” ha dejado de serlo o se encuentra en ese camino.


Catolicismo dismiuye en Arequipa

Una información en la prensa de la Ciudad Blanca, suscrita por la periodista Yenny Quispe, contiene declaraciones del vicario quien ha dicho: “Se dice que son católicos de arroz porque solo asisten a la iglesia cuando los invitan a un matrimonio, de agua cuando solo asisten a bautizos y de tierra porque sólo van a la iglesia cuando se muere alguien”.

Según la información, el vicario Cárdenas añade una línea a esa clasificación, en la que se encuentran los “católicos de pólvora", es decir, aquellos que solo van a la iglesia cada vez que hay fiestas y se arman castillos (de fuegos artificiales)”.

Queriéndolo o no, el vicario ha puesto el dedo en la llaga, porque la opinión pública se preguntará a qué se debe esa drástica disminución de la cantidad y calidad del catolicismo en una de las ciudades más firmemente creyente del Perú.

Es natural pensar que esa disminución, que no ha sido sorpresiva sino progresiva, como todos los fenómenos sociales, se deba al comportamiento de las jerarquías y los oficiales y soldados de la iglesia, es decir, de sus obispos, monseñores de distintos niveles y curas de pueblo.

Escándalos de pedofilia descubiertos en Europa y encubiertos por el Vaticano durante mucho tiempo, en el Perú la suspensión de su ejercicio a un ejemplar sacerdote llamado Garatea por expresar ideas que se hallan en la mente y el corazón de las personas de hoy, católicas o no, el uso indebido del púlpito de un cardenal que lanza arengas políticas a favor de su candidata presidencial como si estuviera hablando en nombre de Dios, y la riqueza desmesurada de los templos frente a la pobreza milenaria de la gente en los lugares más apartados del Perú, podrían ser algunas de las causas que, se me ocurre, han drenado la fe.


Solo van cuando hay fiesta

La descripción de la gran mayoría de católicos de hoy, hecha por el vicario Cárdenas se suma a una reciente información, según la cual, en Arequipa, en los últimos años, la cifra de católicos practicantes ha caído estrepitosamente.

Hace un par de meses el arzobispo de Arequipa, monseñor Javier del Río Alba, admitió preocupado que el 85 por ciento de los arequipeños profesa la religión católica, pero solo el 25 por ciento de ellos participa de las actividades eclesiales.

El sociólogo Vladimir Huaranca, director de la Escuela de Formación en Derechos Humanos “Francisco Soberón Garrido”, opina que “la reducción de fieles también pasa por la afectación de la imagen de la Iglesia Católica, debido a los escándalos de pedofilia y falta al voto de castidad a nivel mundial, además del fuerte poder económico de otras iglesias”, informó al respecto el diario La República, edición de Arequipa, en abril pasado. Discrepo: quizá la Iglesia Católica sea a más rica del mundo.

El sociólogo mencionó, asimismo, que “el mensaje de la Iglesia Católica no se ha adecuado a los tiempos. No se ha modernizado. Mantienen fórmulas de hace muchos años y en ese ámbito ha perdido mucho terreno, principalmente con los jóvenes. Los militantes son fundamentalmente personas adultas”.

Como lo ha graficado el vicario Cárdenas, hay miles de católicos pero no todos son militantes y se mantienen en los registros de la iglesia, por así decirlo, debido a causa de su herencia familiar y del entorno social en que viven.

El Papa Juan Pablo II, quien visitó Arequipa en 1985, remarcó su título de Roma de América. De allí a estos días el agua que ha corrido por el Chili no ha favorecido a la iglesia y según se ve, por responsabilidad de sus altas jerarquías que no han entendido el tiempo en que vivimos.

Luis Eduardo Podestá

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