jueves, 4 de junio de 2020

El hombre que se burlaba de sus captores

Javier Alva Orlandini, fundador
de Acción Popular, murió a los 93
años y dejó intensa huella de rebeldía

Nota del editor – La siguiente nota pertenece a una evocación muy oportuna, del periodista Bernardino Rodríguez Carpio, sobre una faceta del fundador del partido Acción Popular, Javier Alva Orlandini, quien dejó este mundo hace dos días a la edad de 93 años. Eterno luchador burlón de los esbirros de las dictaduras, se recuerda -aparte de la anécdota que nos entrega Rodríguez- que alguna vez los agentes policiales ingresaron a su estudio del Paseo Colón y ante la inminencia de su captura, solo les pidió unos minutos para ir al baño. Allí descerrajó una ventana que daba a un inmueble vecino y se lanzó afuera sin medir el riesgo que corría. Aburridos de la espera, los agentes abrieron el baño y Alva había desaparecido. Hay que recordar que era constante personaje de las crónicas del genial humorista Luis Felipe Ángell, Sofocleto, quien lo apodó Lechuzón. A Javier Alva no le desagradó el apodo y tenía en su escritorio una caricaturesca escultura de una gran lechuza, regalo de uno de sus correligionarios de Acción Popular. Coincidentemente, Alva murió el pasado 1 de junio, una semana antes de que se cumplieran 64 años de la fundación de Acción Popular, acto en que participó junto al arquitecto Fernando Belaunde Terry. el 7 de julio de 1956, en la localidad de Chincheros, Apurímac. (Luis Eduardo Podestá).

Un pasaje con Alva Orlandini

Por Bernardino Rodríguez Carpio

El autor
La desaparición de Javier Alva Orlandini nos trae un recuerdo. Era un domingo 2 de junio de 1974. Gobernaba Velasco. Caminaba en Arequipa rumbo al diario “Correo”, a trabajar. En un puesto nos llamó la atención una noticia de “La Prensa” de Lima. Intentaron deportar a este personaje y no pudieron.

Presentó tenaz resistencia al pie del jet. Julio Alzola, amigo nuestro, periodista del referido diario, fue el único que presenció los hechos y tomó fotos.

Irritados los agentes por su fracaso, que seguramente los puso en investigación en su instituto policial, la emprendieron contra el periodista. Lo hicieron rodar por el suelo y le hicieron trizas la máquina.

Con la lampa, símbolo de Acción Popular
Leímos más. Retiraron la escalinata del avión. Metieron a Alva en un montacarga y la plataforma lo puso en la portezuela y, siempre resistiendo de su parte, lograron introducirlo. Se cerró la puerta. La nave no partía.

Parecía raro. Hasta que se abrió la puerta, pusieron la escalinata y bajaron los policías con Alva.

¿Qué pasó? Decía la nota periodística que el detenido exigió con escándalo hablar con el comandante de la nave. Le recordó que la legislación aeronáutica prohíbe llevar a un pasajero contra su voluntad. Si lo hace sería pasible de denuncia. La deportación había fracasado.

Esa mañana, en Arequipa

Leído esto, este servidor siguió su camino. Ya en el diario, encontró un mensaje del doctor Enrique Soto León Velarde. En el texto me avisaba haber visto esta mañana a Javier Alva Orlandini en el “Le Petit”, avenida Goyeneche, frente a la sede de la PIP.


En su estudio del Paseo Colón

Controlado por cuatro policías, se servía café y un sándwich. Soto quiso saludarlo y lo neutralizaron. Estaba maltrecho. “Presiento que lo están deportando”, terminaba diciéndome.

Informados de lo que había ocurrido en Lima, entendimos de la dimensión de la noticia y con la velocidad que dan los 25 años, fuimos a la PIP.

Obviamente no íbamos a preguntar ingenuamente si lo tienen detenido. Nuestro plan sería solicitar incidencias policiales recientes, demorarme allí y poner ojo a los movimientos internos y oído a las conversaciones.

Al ingresar vimos en una oficina a Soto León Velarde, “Kiko” Mendoza Núñez y otro dirigente acciopopulista. Me llamaron presurosos para decirnos que Alva estaba preso en un calabozo y enseguida se lo llevan a Bolivia. Que lo difunda.

“No te hagas el cojudo”

No me dijeron más, cuando una mano de atrás me golpeó en el hombro. “¿Qué haces acá?”. Alegué que vine por información policial y entré a saludar a los señores. “Ellos están detenidos y ahora tú también”.

Y me sacaron de allí entre dos, tomado de los dos brazos y me metieron en otra oficina. ¿Pero qué he hecho? “No te hagas el cojudo”. Cerraron la puerta con llave.

Servidor de la democracia
Escuché al rato el ruido del trajín de muchos zapatos y la voz inconfundible del líder acciopopulista ¡Exijo que venga el jefe regional de la PIP! Se lo estaban llevando.

No niego que al comienzo estuve asustado. Cuando no rige el estado de derecho, todo puede pasar. Me puse a razonar: Me detienen para que no difunda que Alva Orlandini estaba en Arequipa.

Quizás me suelten de noche, tarde, cuando ya no se pueda publicar nada en la edición de mañana. De repente no, hasta que pase al lado boliviano, para que nadie se vaya a enterar en Puno y haya nuevos inconvenientes.

Pero lo ideal para ellos es desaparecerme; no pueden hacerlo porque Soto diría que me vio cuando me tomaron detenido Pero sí podrían golpearme para amedrentarme y me calle.

Cumplir como periodista

¿Y los dirigentes? ¿Qué será de ellos?
Resolví fugarme del problema jugando 3 en 1 en mi fiel libreta de reportero.
Trece a catorce horas después, sin agua, pero sin sed ni hambre, vinieron a liberarme. No sin meterme una reta como si algo malo hubiese hecho.

Recio luchador en el Senado
Me dijeron que me conocían bien y me lo demostraron. Quedé advertido que nunca había estado en la PIP. “¿Entendiste? ¡Nunca! Si no, la vas a pasar mal”.

Era medianoche, ¡Al diablo! igual, me fui a casa del director del diario, Carlos Meneses Cornejo. De su casa llamamos al presidente del Centro Federado de Periodistas Lucio Calderón, quien se botó de la cama y se vino.

Al subsiguiente día se publicó lo sucedido, con una protesta de la entidad gremial.

Lucio fue a solicitar explicaciones al prefecto. Este nos reunió con el jefe PIP. Dijo que en el informe del operativo no existía mi nombre ni mi detención. Solicitó excusas e informó que quienes habían cometido este hecho, estaban arrestados.

Pasaron los años y estábamos en campaña electoral en 1980. Alva Orlandini, llegó a la ciudad blanca. Fuimos a su conferencia de prensa y el exdiputado y candidato a senador Javier Díaz Orihuela, al presentarlo nos saludó y narró aquel pasaje.

Alva, un señor, salió de la mesa para darnos la mano.

-Así que involuntariamente lo arrastré a ser víctima de un maltrato. Lo lamento. Acepte mis disculpas.
-No señor, usted cumplía con su deber de demócrata frente a una dictadura. Yo, con mi deber de periodista.

(Imágenes de Andina, RPP, Generación.com, El Comercio)

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