domingo, 11 de marzo de 2012

García Márquez, un cuento de hadas

Un periodista cuenta lo
que nadie sabía del autor
de Cien años de soledad

Es posible que ya usted haya leído lo que me permito repetir, debidamente “volteado” como decimos los periodistas, porque no se han apagado aún los ecos de la celebración macondiana del cumpleaños número 85 de Gabriel García Márquez, llamado “Gabo”, autor de la fabulosa Cien años de soldad y premio Nóbel de Literatura 1982.

El domingo comenzaron los festejos

Él periodista colombiano Juan Gossaín, escribió en el diario El Tiempo de Bogotá tres sabrosas historias sobre García Márquez que, imagino, pocos conocíamos y que redescubren “la curiosa relación del Nóbel con el dinero”.

Gossaín dice que “hace veinte años, la pregunta que más le hacían a un colombiano, en cualquier parte del mundo, era esta: "¿Cómo es Gabriel García Márquez?". Los tiempos han cambiado. La tabla de valores también. Ahora lo detienen a uno en las esquinas para preguntarle: "¿Cuánta plata tiene García Márquez?".

El periodista cuenta que ha tenido “la fundada sospecha de que García Márquez sabe escribir pero no sabe sumar. Jamás le he visto un billete en la mano. Ni una billetera. Su mujer es la que ha manejado siempre los asuntos financieros de la casa”.

Añade que Gabo le confesó alguna vez que “desde el primer día comprendí que Mercedes es mujer y árabe: son los únicos seres humanos que saben para qué es la plata”, por lo que cuando se encerró para escribir Cien años de soledad, ella le advirtió: “Tú no estás aquí para preocuparte por plata. Tú dedícate a escribir, que del resto me encargo yo”.

Gabo dijo a Gossaín que “nunca supo cómo hizo ella para mantener la casa en pie mientras él pasaba seis meses sin empleo, encerrado, peleando a trompadas con las palabras”.

Cuando por fin llegaron los tiempos de bonanza, García Márquez abrió una cuenta corriente a nombre de Mercedes, en un banco de Los Ángeles y dio la orden de que consignaran en ella las cifras redondas porque los centavos debían ser trasladados a una cuenta secreta que abrió en México, a su nombre pero con Mercedes como beneficiaria.

Gabo escondió la libreta bajo el colchón, y usaba esa plata para gastos personales como una botella de vino con los amigos. Hasta que un día se enteró de que el banco mexicano había quebrado.

Tras días de angustia, decidió confesarle a Mercedes lo sucedido y ella lo dejó hablar sentados en la misma cama donde se suponía estaba escondida la libreta.

Pero entonces, Mercedes, a quien sus amigos llaman la “Gaba” lo detuvo: “Para ahí -le dijo-. Si me estás hablando de una libreta de ahorros que estaba debajo del colchón, yo la saqué el mes pasado y retiré toda la plata”. Gabo se arrodilló y le prometió que nunca más le ocultaría un centavo, cuenta Gossaín.

Pero quizá lo más emotivo es aquello que subtitula como “Un cuento de hadas”, que viene a continuación.

“Corría el año de 1965. En esa época el futuro ganador del Nobel se rebuscaba la vida trabajando en una agencia de publicidad. Vivía en Ciudad de México con Mercedes y sus hijos, Gonzalo y Rodrigo, que eran unos niños.

“Se acercaban la navidad y la familia estaba sin un centavo. Casi tan pobre como en los tiempos en que el escritor cantaba vallenatos a grito pelado en los trenes de París, para que le regalaran unas monedas, mientras terminaba de escribir una novela titulada Este pueblo de mierda.

Gabo visto con humor

“Se la mandó a su amigo Guillermo Angulo, que estaba en Bogotá, para que la presentara en el concurso Esso de Novela.

“Los jueces la escogieron ganadora, pero el padre Félix Restrepo, académico de la Lengua que presidía el jurado, dijo que se negaba rotundamente a premiar un libro con semejante título. Llamaron a Angulo, que se dedicó a buscarlo de urgencia, hasta que lo localizó en un hotelito francés de mala muerte y le contó el problema en que estaban metidos.

“Gabo le contestó que le pusieran el nombre que más les gustara. ‘Yo lo único que quiero son los dolaritos del premio. Los necesito tanto’… le dijo.

“Fue el mismo Angulo quien le puso La mala hora.
“Pasaron como quince años. Volvamos a aquella Navidad de 1965 en México.

“-Este año no habrá regalos -les anunció el padre, con el corazón en la mano.

“Gonzalo, que esperaba una bicicleta de aguinaldo, y algo de ropa, se puso a llorar.

“-Pero un día de estos -prosiguió Gabo- llegará a casa un señor con una maleta llena de plata que nos sacará de problemas. No lo olviden.

“-Tú pareces escritor, papá -lo regañó Rodrigo-. Las bolsas de plata solo existen en los cuentos de hadas.

“-Así es -respondió él-. Nuestra vida será un cuento de hadas.

“Dos años después, en marzo del 67, se publicó Cien años de soledad, con su estruendo de terremoto en el mundo entero. El 23 de diciembre estaban en Barcelona y Gabo recibió una llamada telefónica del banco donde había abierto una cuenta.

“-Le está llegando dinero de todas partes -le dijo el gerente-. Sus derechos de autor.

“Sin pensarlo mucho, y sin preguntar siquiera cuánto era el saldo, le pidió un favor.

“-Convierta todo eso en pesetas, haga comprar de cuenta mía una maleta grande, meta en ella todo el dinero y mañana por la noche la manda a mi casa.

“El banquero se quedó en silencio. ‘Estos escritores son muy extraños’, debió pensar. ‘Y sudamericanos, además’.

“Al día siguiente, mientras la familia se hallaba reunida para la cena navideña, un mensajero del banco, disfrazado de Papá Noel, llamó a la puerta. Lo hicieron pasar. Puso la maleta en una silla.

“-Ábrala -le pidió Gabo.

“Mercedes ocupaba la cabecera. Los niños miraban la escena con curiosidad, pero sin entender qué era lo que pasaba. Los fajos de billetes formaban unos montoncitos atados con cintas de caucho. Gabo despidió al mensajero con una propina. Entonces puso una cara de solemnidad, fingió que era un mago que hacía un truco, y exclamó:

“-Yo se los dije: un día de estos llegará a la casa una maleta llena de plata.

“Rodrigo recordó de inmediato la historia que había ocurrido dos años atrás, en aquella Navidad de pobres, y se levantó de su silla. Dando un rodeo por la mesa, fue adonde estaba su padre y le dio un beso en la frente.

“-Papá -le dijo-, tú eres nuestro cuento de hadas.

Gracias, Juan Gossaín, por las historias que nos recuerdan episodios de la vida de García Márquez.

García Márquez en 2009 en Washington

En efecto, se han gastado ríos de tinta para recordar el cumpleaños 85 de García Márquez, porque como parte de la celebración, se anunció que Cien años de soledad estuvo desde ese día, el 6 de marzo, en formato digital.

La fiesta adelantada fue en el barrio San Angel, al sur de México y se desarrollaba la tarde del domingo 4. La llamaron “la Fiesta de los Piscis” porque asistieron seis amigos de ese signo. Gabo había anunciado que pasaría el 6 con su familia, pero el 4 celebraría con sus amigos.

El dueño de casa, el arquitecto José Luis Cortés, quien puso a disposición del festejo su residencia, también cumplía años, de modo que fue celebración múltiple. La casa está a unos pasos de las de Carlos Fuentes y de donde vivía Octavio Paz.

"Al que celebramos el domingo fue a Gabo, el resto sólo fuimos comparsa", dijo Cortés, en el ofrecimiento y quien escogió el menú con todo lo que le gustaba al escritor.

"Trajimos toda la comida del estado de Sinaloa. Pescados, mariscos, pulpo, camarones. Fue una gran sinfonía. A Gabo le fascinan los mariscos", dijo.

Y como también dicen que a Gabo le gustan las burbujas, corrieron ríos de champaña en aquella reunión inolvidable.

Luis Eduardo Podestá

(Con datos de la prensa colombiana)

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