lunes, 3 de julio de 2017

Vivir el otoño 86

Aunque parezca mentira
hay lugar para el optimismo
y hacer planes para el futuro

Nota del editor – El autor cumplió años en mayo, en pleno otoño del hemisferio sur, y lo pensó 86 veces antes de publicar el siguiente artículo, dedicado a la gente que en el mundo entero debe ser de la misma “promoción”. La demora en ser publicado se debió a naturales dudas del autor sobre si la nota tenía el debido interés periodístico -público o privado- y merecía o no ser difundida entre los lectores de esta página. Ustedes lo dirán.  

Por Luis Eduardo Podestá

No todos los otoños deben ser tristes como árboles sin hojas

Eliminar la tristeza del otoño
Por el contrario, pienso, deben considerarse como una búsqueda de la renovación, del anticipo de una vida que se renueva y, con alguna dosis de confianza, hacer planes para un futuro que, con sinceridad, no deberíamos atrevernos a mirar con demasiado optimismo porque en el fondo de nosotros mismos sabemos que será corto.

Llegar a los 86 es haber vivido un par de vidas y si el cerebro no nos falla, nos recordará los acontecimientos más hermosos que han marcado nuestro tiempo en la tierra.

En mi caso, la memoria me trae desordenadas evocaciones de mi tarea profesional, buenas, regulares, malas, graciosas, que en conjunto han construido el edificio de lo que se llama una vida dedicada a la verdad.

Porque la verdad es la razón del periodismo que es nuestro oficio, ¿no colegas?

Y bien, he sido reportero de calle, de aquellos que venían a la redacción con terno y corbata y a las dos horas estaba caminando por los arenales de Lomo de Corvina, para informar cómo comenzaba a tomar forma lo que más tarde sería Villa el Salvador,

Entrevista a juez en la selva
O te ibas en ropa de verano, sábados y domingos, y leías en el cuadro de comisiones que tenías que ir a una elegante conferencia de prensa ofrecida por una también encorbatada organización profesional.

Prohibido el ingreso… a periodistas

Te dabas el lujo de rabiar cuando veías que todos entraban a cualquier lugar adonde tú no podías ingresar porque se te notaba a la legua que ibas a contar todo lo que verías.

Pero también podías hacer -sin ser santo- el milagro de entrar donde pocos entraban, gracias a tu guayabera blanca y a tus nacientes canas en la sien, pasándola por médico, junto a algunos altos militares, al recontravigilado pabellón donde Juan Velasco se reponía de la amputación de una pierna.

Luego, descubierto y expulsado, te enterarías de que -si la memoria no me es ingrata- el entonces ministro Faura le planteó al enfermo, quizá por encargo de los demás miembros de la Junta Militar: una renuncia por motivos de salud.

Velasco marcha junto a su remplazante
Y para aumentar tu frustración, te pasarían el dato confidencial de que Velasco dio una respuesta histórica, que nunca sería publicada debido al parametraje de la prensa revolucionaria, que no debía publicar nada que indicara disensiones en el gobierno, pero que sí hablaba de la decisión del dictador frente a sus pares:

-Mira, Pedrito, a mí me han cortado la pierna, no los huevos…

La libertad a golpes

Infiltrado estuve algunas otras veces. Y cuando me descubrieron me fue de distinto modo.

Te cuento: En una reunión sobre los derechos a la libertad -en tiempos de otro dictador militar llamado Manuel Odría- que organizaron los estudiantes de derecho de la Universidad de San Agustín, fui descubierto y expulsado.

Me sacaron a golpes del aula en que se llevaba a efecto la reunión.

Lozada: defensa de la libertad
Y cuando mi jefe de la corresponsalía de La Prensa, Samuel Lozada Tamayo, vio mis moretones hizo una nota en mi defensa que fue publicada con el fin de demostrar cómo quienes hablaban de libertad en una dictadura no eran muy afectos a que se divulgara lo que hablaban.

Una tercera vez, en Iquitos, me sacaron de buenos modos del congreso del partido Acción Popular.

Aunque estaba en la galería del cine donde se desarrollaba la cita, el presidente del partido, Javier Alva Orlandini, a quien Sofocleto apodaba “Lechuzón”, me localizó y me pidió retirarme junto al reportero gráfico René Pinedo. Nos retiramos ante el gentil pedido.

También se viven cosas divertidas, como cuando sigues un curso de corresponsal de guerra en el Cuartel General Salaverry de Arequipa y te explican que tus informaciones tendrán que pasar por el filtro del G2 y recién te enteras de qué significan esa y otras siglas militares para controlar la verdad.

Corresponsal de guerra
Gracias a ese curso podrías lucir el uniforme del ejército de la patria y participar como un soldado desconocido, en maniobras sobre unos arenales, las Pampas de Clemesí, que son exactamente iguales, decían los oficiales a cargo, a otras existentes más al sur.  

En la panza de un tanque

Serías testigo de que el reportero gráfico que te acompañaba, Benito Guzmán Canazas, pediría permiso para cubrir la información desde el interior de un tanque Sherman.

-¡Permiso concedido!

Luego te contaría que para estar en la barriga de una máquina de hierro como esa, tendrías que ir con máscara porque la arena de la pampa se filtraba y te ahogaba. ¡Gajes del oficio!, diríamos.

Como tenías un brazalete que te distinguía de la tropa tenías ciertos privilegios, como moverte con libertad entre las unidades participantes en una batalla contra un supuesto enemigo.

Y podrías descubrir, tarde en la noche. muerto de sed, el banquete del estado mayor, al que no te invitaron, pero al que llegaste gracias a que sabrías driblear, junto al inseparable reportero gráfico, a los numerosos centinelas que no permitían alma viviente en las calles de esa ciudad de carpas.

Mirar los juegos de guerra
Y al final de cuatro días de misión, recibirías como “regalo del general”, un par de borceguíes que te servirían durante muchos años después, para misiones periodísticas en las cordilleras y la selva porque tenían las virtudes de no permitir filtraciones de polvo, humedad ni materiales que sí afectarían zapatos “civiles” normales.

Bueno, estos son algunos recuerdos y otro día rescataré otros, pero vale la ocasión para algunas observaciones que uno comprueba a los 86.

Es la tendencia, quizá instintiva, no lo sé, de hacer las cosas que debes hacer sin ayuda -ducharte, comer, beber, caminar en la calle- con la cabeza levemente inclinada, como si tu columna no fuera lo suficientemente resistente.

Me he rebelado a esa situación y cuando me descubro inclinado, me doy un carajo silencioso, y levanto la cabeza, porque los años no tienen la obligación de inclinarte la cerviz, se diría.

Quizá alguna otra enfermedad sí produzca ese fenómeno, pero si no la padeces, levanta la frente y pon los ojos como los faros de un coche, hacia adelante.

Vida renovada a pesar del otoño
Hay otras recomendaciones para los hombres y mujeres de la tercera edad, que viven sus otoños con resignación, pero esos no son válidos -por lo menos en lo que a nosotros respecta- para quienes no queremos aceptar el “trato preferencial” que desean brindarnos, sino vivir como todo el mundo.

Y, ahora sí, promesa hecha, otro día les cuento algunos episodios de mi vida periodística, la antesala a lo que significa vivir el otoño 86 con dignidad, sin arrepentimientos, y sin abandonar el optimismo y la alegría de vivir.

(Imágenes del archivo personal e Internet)

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