sábado, 7 de febrero de 2015

Los reporteros de “la pampa”

No solo buscaban
y encontraban la
noticia… la vivían

Nota del editor – Esta es la tercera entrega de una serie de evocaciones sobre el periodismo del siglo XX y de su transformación en lo que es hoy cuando la noticia es difundida con la velocidad de la luz. Quien escribe estas líneas trabajaba entonces en la corresponsalía del diario La Prensa, que dedicaba una página especial para las noticias del departamento de Arequipa, como lo hizo también con otros departamentos del país.


Nosotros, los reporteros, algunos nos llamaban "los periodistas de la pampa", recogíamos las informaciones en la calle. Yo llegaba a la redacción a las ocho de la mañana, muy puntual, los siete días de la semana –porque el periodismo no descansa– luego de visitar la comandancia de policía de la calle Jerusalén, Arequipa, donde tenía a mi disposición un resumen de los acontecimientos de todo el departamento.

A veces aburridos en salas de conferencias
Algunos llegaban con retraso de varios días y el actualizarlo para darle un fruto nuevo al lector, era tarea de titanes. A veces pasábamos por alto la fecha en que se produjo el suceso y solo poníamos que ayer u hoy informó la policía. Por supuesto, las noticias eran discriminadas meticulosamente y cribadas por su interés, actualidad y probable resonancia en la opinión pública.

Como se le enviaban a la redacción central muchas noticias policiales, se inventó una columnita, “Sucedió en Arequipa”, que en un solo párrafo resumía el hecho con lenguaje ágil, divertido, que tendía a alegrar a la gente. Diez noticias de menor importancia que en otras circunstancias irían al canasto, recibían los honores de la columna que se convirtió en poco tiempo, en favorita de los lectores.

Tutear o no tutear a las personas

También había investigación. Cuando una noticia merecía un trato especial, el reportero, o sea yo, iba a la comisaría a buscar al guardia que intervino, buscaba la dirección del o los protagonistas, conversaba con ellos, examinaba su forma de vida, el barrio de su residencia, les hacía tomar fotografías. Y si era posible, la noticia podía durar días porque no era abandonada hasta que se la daba por agotada.

En plena acción en la pampa
Nuestra biblia era un folleto cuyo título era impresionante: Manual de Estilo de La Prensa, que leía y releía para grabar en la memoria, las recomendaciones para escribir una información, la forma en que se escribían los número, las horas, la denominación de los días, las abreviaturas que en general, debían obviarse y un sinfín de consejos prácticos.

Ese librito aconsejaba ya no poner el señor o la señora fulana de tal. Se eliminaba le señor y señora y se ponía simplemente el nombre, precedido, eso sí, del título o cargo que el personaje desempeñaba, por ejemplo, el coronel fulano, el subprefecto zutano, la doctora mengana.

Años después, durante mi corta estada en el diario El Deber, el director, monseñor Erasmo Hinojosa, me haría volver al tratamiento de señor y señora para las personas.

El Deber  fue el decano de la prensa del sur
“Se ha hecho una costumbre perniciosa”, decía, “el tutear a las personas”. Todos los redactores de El Deber tomaron en cuenta esa amonestación.

Cuidado con ofender

Vivíamos con la noticia y hacíamos muchos amigos y también alguno que otro enemigo cuando la investigación tocaba algunos aspectos de la intimidad de los protagonistas descubiertos en pecado. Pero solo se publicaban las noticias que tenían algún interés público y se eliminaban las que implicaban temas personales o privados.

Un jefe policial me decía a propósito del homicidio de un gay: “Esto prueba que nuestra Arequipa no es tan pura como creemos y que estos hechos también se producen aunque la sociedad quiera ocultarlos”.

Así completaba su misión que, el reportero pensaba, merecería nada menos que la primera página de la edición nacional. Escribía dos carillas y cuando regresaba la noticia publicada, se encontraba con que los sabios de la mesa central, la habían reducido a tres o cuatro párrafos. Era consolador pensar que eso ocurría por motivos de espacio.

Años más tarde, como miembro de la mesa y como jefe de informaciones de Expreso –a la cocina la llamaban– o en cualquier cargo que me daba licencia para cortar, “capaba” (término que significaba cortar lo menos importante, no sé por qué), lo que yo creía conveniente y provocaba la misma reacción entre los autores de la nota. (Luis Eduardo Podestá).


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