viernes, 24 de septiembre de 2010

El libro y la brigada familiar

Presentes y ausentes pusieron su
grano de arena en presentación
de El señor de los temblores

¿Qué es necesario para que una ceremonia cultural, como la presentación de un libro, salga del agrado de quienes concurrirán a la ceremonia? ¿Y cómo colabora la familia? Esta es una crónica de cómo se moviliza una familia cuando el compromiso es de uno de sus miembros. Todo para bien y en demostración de solidaridad.


César Terán, presentador, Bernardino Rodríguez, presidente de la Federación de Periodistas y el autor

A la presentación van algunas personas por la amistad que tienen con el autor del libro, otras porque además de amigos, son amantes de la literatura clásica o nueva (o la que haga el autor), otros por curiosidad (¿será cierto que ha sido capaz de escribir otro libro?), algunos otros porque se trata de un encuentro con colegas, amigos comunes que se pasan la voz uno al otro (“tendremos la ocasión de encontrarnos con la collera y apurar una copa sin que la mujer se interponga”), y finalmente, los familiares que escucharán quizá por esta única vez, elogios para el autor que puede ser el papá o el abuelo de la familia.

Bueno, pero todo eso requiere de una preparación estratégica y logística que debe escoger el escenario de la batalla, la preparación de los materiuales en bebida y bocaditos para los invitados, un salón adecuado y muebles cómodos.


Pavel y Roxana Podestá

Y por supuesto, hay que tener en cuenta varios otros factores. Si el acto se realizara en la noche se podrá ofrecer unas ruedas de piscosauer y de vino y bocaditos calientes como anticuchos de pollo o de pescado, sanguchitos de pollo y mayonesa y una variedad sin fin de bocaditos o entremeses como los llaman algunos de nariz respingada, de jamones o mortadelas.

También se puede romper la tradición con un trago que caliente el cuerpo.


Rita y el ex legislador Javier Díaz Orihuela

Si la cosa es al mediodía y hace calor, serán preferibles tragos frescos y por allí deslizar, aunque (algunos dicen) es poco elegante y de efectividad plebeya, unas ruedas de cerveza en vasos elegantes, largos y de cristal delgado. De ninguna manera en vasitos de plástico pues te criticarán aventando la especie de que “esto parece una pollada para la construcción de una casa en pueblo pobre”.

Pero detrás de todo hay una brigada de colaboradores que, por lo general, no aparecen en el reparto.

Allí por ejemplo, están mi esposa, la mamá Delia y mi hija Roxana, comprando y preparando ese menjunje de pollo deshilachado con mayonesa que es tan socorrido en ceremonias a las que se quiere dar un toque de elegancia. Luego llega mi nuera Ana Gutarra, esposa de Sergio, quien convierte en una obra de arte, los rectangulitos de pan de molde con esas salsas que convierten el pan en un trozo de algo que se deshace en la boca.

Meten la mano también las nietas Ana Gabriela y Alejandra Michelle, siempre dispuestas a ayudar. (Derecha: las primas Allison y Alejandra junto a Ana, esposa de Sergio).

Gonzalo se ofrece a proporcionar el equipo de filmación y la ultramoderna digital Canon, porque en los tiempos actuales, una ceremonia que no guarde para la posteridad las palabras y la imagen de las personas presentes, no valdrá ni lo que un periódico de ayer. Para ejecutar la tarea de filmación está Luis, que ya sabe que no aparecerá en las fotos ni en la película porque siempre estará detrás de la cámara. El gran ausente de esa fecha fue mi nieto Sergio quien, por no perderse clases en la universidad, tendrá que esperar que su abuelo escriba y presente un nuevo libro.

Se ofrece también Rita, esposa de Gonzalo, quien no puede dejar a la pequeña Allison, estará a cargo de la caja, mientras la niña, de escasos cuatro años, será quien, de propia inspiración y con buena voluntad, llame a los indiferentes con un exigente “libros, libros, compre libros” (izquierda), para animarlos a sacar un billete del bolsillo.

Todos ellos dejan sus ocupaciones habituales, el periodismo, la universidad, el cuidado de la casa y de los chicos, para dedicar buenas horas de tiempo al gran acontecimiento. Y concurren quitándole tiempo a sus obligaciones, Roxana (“me he escapado quince minutos pero debo volver para la próxima clase”), y Pavel, quien abandona su descanso sabatino, para sumarse a los aplausos al autor y abrazarlo después del acto formal.

Los únicos ausentes contra su voluntad, están en el extranjero –advirtió con humor César Terán, el presentador del libro–, Beatriz en Alemania y Álvaro y su hijo Áxel en Arequipa, pero igualmente se sintieron partícipes del acontecimiento... en espíritu.

Pero todo esto necesita de algunos días de gestiones previas y, en el caso de la última presentación de El señor de los temblores, fue mi hermano Olgger quien se hizo cargo de aquellas ante la presidencia del Club Departamental Arequipa, donde tuvo lugar la reunión. Mil agradecimientos por eso, a él y al presidente del club, Alejandro Pino Gutiérrez.

Pero como casi siempre, a última hora uno se da cuenta de que hace falta algo, y se encuentra con que, todo estaba previsto, menos el maestro de ceremonias. ¡Qué hacer! Si no ocurre algo, uno mismo tendrá que asumir la doble responsabilidad de presentar a los expositores, de pie, como un soldado, y luego tomar asiento para cumplir la parte del programa que le corresponde.

Providencialmente entre los invitados acabo de ver a Raúl Vargas Bouquesne (derecha), ex presidente de la Asociación de Locutores del Perú, quien tiene una experiencia bárbara en esos menesteres. Le ruego que desempeñe él la doble función de invitado y de maestro de ceremonias. Y Raúl, con esa generosidad y permanente ánimo de colaboración, dice “¡encantado, Luis Eduardo!”.

En esa forma, señoras y señores, se lleva adelante un acto cultural, en este caso la presentación de un libro llamado El señor de los temblores con todas las de la ley. Y que estos breves párrafos sean como una lección, absolutamente gratis, de cómo preparar un acto público sin ofrecer flancos a la crítica.


Luis Eduardo Podestá

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