miércoles, 14 de enero de 2009

Se fue Fernando Cabieses



Trató la historia como
literatura y rescató
la ciencia médica inca
Ahora siento que Fernando Cabieses, quien acaba de morir, es una persona, un individuo, un ser humano.
Pero siento que han muerto varios Cabieses: el historiador y literato, el científico e investigador de las plantas de nuestra cordillera y nuestra amazonia para no solo informar para qué sirven sino para sacar provecho de ellas y aliviar los males de los hombres, y también siento que ha desaparecido el médido genial de las intervenciones al cerebro y el institucionalista, director de Bibliotecas Nacional, y el fundador y director del Instituto Neurológico de Lima y del Instituto Nacional de Medicina Tradicional.

Antes no sabía por cuántos Cabieses se agrupaban en su cuerpo, ni cuál de ellos estaba sonriendo o declarando a los periodistas sobre las virtudes de las plantas medicinales de que el Perú es pródigo ni si estaba mentalizando una teoría histórica.

Era yo reportero del diario Correo cuando me tocó concurrir a una conferencia de prensa que Fernando Cabises, el médico, ofrecía con motivo de no recuerdo qué descubrimiento que acababa de hacer.

Nos habló de las virtudes de las plantas, entre ellas la coca, la maca y la sangre de drago (a la cual llaman sangre de grado), y al finalizar la rueda formal, como yo tenía por costumbre para sacar algo propio, lo ataqué preguntándole si no era mejor, en lugar de las cápsulas que se habían presentado en la conferencia, tomar hojas, semillas o cortezas y sonriente me respondió que eso estaba muy bien, “pero el paciente tendrá que comerse el árbol entero para sentir alivio”.

Doctor Fernando Cabieses, autor de Narración de una conquista




Años más tarde, cayeron en mis manos los volúmenes de historia, Narración de una conquista, que sucedió a un tomo publicado en 1972 bajo el título de Los dioses llegaron del mar, en cuyas páginas muestra su genio literario y el conocimiento profundo y emocionado que tenía de la historia peruana. La novedad, decía Cabieses, es que junto a la publicación de Narración de una conquista venía también un segundo tomo, donde acentúa "un poco de la emoción y de la tragedia que impregnó esa época desgarradora".

El primer tomo de Narración de una conquista termina cuando los españoles han desembarcado y están en Cajamarca a punto de encontrarse con Atao Huallpa (así lo llama) y el segundo, ya lo adivinó usted, de la conquista propiamente dicha, incluidas las canalladas de los conquistadores, las intrigas palaciegas de los incas que también las hubo y las heroicidades de los generales y soldados del imperio arrasado.

Al enterarme de su muerte, siento que he perdido algo personal, aunque sepa conscientemente que mayor es la pérdida del Perú, y me asalta una sensación que pocas veces me ha atacado cuando me he enterado de la desaparición de alguien, sobre todo de alguien a quien siempre vi de lejos y a quien tuve pocas oportunidades de tratar.

Me hubiera gustado hablar largamente con él sobre la coca y su personal opinión sobre la hoja y la droga. No he alcanzado a hacerlo.

Cabieses, el doctor Cabieses, fue un peruano nacido en Mérida, Yucatán, México, cuando su padre se hallaba allá como cónsul del Perú. En 1935 vino al Perú y luego de un curso de especialización en los Estados Unidos, comenzó aquí a practicar la entonces casi desconocida cirugía cerebral, de cuyo conocimiento hacía gala en las conferencias de prensa que convocaba y de lo cual dan fe los libros sobre neurocirugía que ha escrito. Escribió no solo libros de su especialidad sino artículos y notas sobre, por ejemplo, La trepanación en el antiguo Perú, Filosofía histórica y medicina tradicional y La medicina en el antiguo Perú.

Ahora debe haberse juntado a su abuelo, don Juan Francisco Medina, quizá el más versado historiador de la conquista de Yucatán, y de quien sin duda, heredó el gen que lo hizo vadear en la historia del Perú antes, durante y después de la conquistapara convertirla en el drama inmortal que será Narración de una conquista.

Aunque ya no esté físicamente entre nosotros, ¡larga vida a su espíritu y a su herencia literaria, don Fernando!

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