martes, 30 de diciembre de 2008

Mesa Redonda, nuevo aniversario

Un poco sin quererlo, te regalo este cuento
que no es de navidad sino de aniversario
sangriento para que no se olvie, si eso es posible


Fuegos artificiales

Lamentablemente, las cosas han adquirido un nuevo y definitivo significado, escucha que le dicen o lee que le escriben, ya no puedo soportar más esta situación, escucha y no quiere escuchar porque sus diablos azules circulan a todo lo ancho del mundo, por debajo de la mesa donde diariamente ella le servía la comida, en los barrotes verticales como cárcel de su cama de hierro, danzan diablos azules y rojizos como exhalaciones de niebla y nunca pensé que un día podíamos llegar a este extremo en que te escriba o te diga que ya no puedo más, que la paciencia de todos estos años se acabó y que nunca, nunca, nunca, tres veces nunca, repetidas unas tras otras, pensé que todo iba a terminar de esta manera y la vio de pie, en medio de la habitación y los diablos azules, con la mirada perdida en mi cuerpo, en mis ojos que no tienen mirada sino para los diablos azules que se disfrazan y se arman con miles de rostros conocidos y desconocidos para hacerme temblar de miedo, para hacerme sentir solo, tan solo que pienso que no te encuentras allí, donde te encuentras y donde me hablas o me escribes y puedo escuchar el correr del bolígrafo sobre el papel y no me explico por qué los diablos no te hacen nada, pasan a tu lado sin rozarte, sin tocarte, sin contaminarte, y tú sigues tan pura, tierna, invisible y visible, como cuando nos amábamos, una vez ya muy lejana, tan distante que aparece distorsionada en el recuerdo y ya no sé si en realidad nos amamos o si nunca nos amamos y si sólo vivimos un espejismo que se repite a cada instante y revive diferente hasta causar la duda y convertirse en una mentira más a la que me estoy acostumbrando desde cuando vinieron a alojarse aquí todos los diablos azules que ha creado el mundo...
Me voy le dijo a su madre a comprar unos cohetecillos en Mesa Redonda para revenderlos y hacernos un sencillo para la navidad el año nuevo y la madre le dio cien soles y a las pocas horas todas las televisoras del mundo dibujaban las llamas de millones de fuegos artificiales en todo el barrio y la madre solo atinó a pensar mi hijo mi hijo está allá metido entre ese enorme fuego que estalla y no cesa de estallar pero él se iba lejos con los cien soles de la madre junto a ti en un asiento de autobús porque íbamos a amarnos lejos donde tú querías que nos amáramos y estuvimos lejos mientras la madre no encontraba sus restos ni sus hermanos encontraban sus restos para darles cristiana sepultura y se resignaron ocho días después a encender unas velas en una mesa donde doblaron la poca ropa limpia que tenías un pantalón desteñido y hecho hilachas en los bordes de los bolsillos y te lloraron y rezaron por ti mucho esa noche y tu madre lloraba mucho todas las noches recordando la horrible muerte que habías tenido en medio de los fuegos artificiales de todos los colores por el único afán de tener un sencillo para la navidad y el año nuevo y poder comprar unos regalitos baratos para los chicos de mis hermanas pero su forma de amar se renovaba cada vez en nuestras propias desnudeces en nuestras bocas que nunca se cansaban de besarse y estábamos lejos a mil kilómetros al norte adonde nos había dado la gana de irnos para amarnos aunque igual hubieras podido amarla en el vecindario donde vivía porque total ni su madre ni sus hermanos y hermanos se oponían a esa relación decían que ella era buena y podría ser la mujer adecuada para que formaras el hogar que nunca formarías porque estabas muerto entre los muertos de la gigantesca llamarada de Mesa Redonda donde algunos dicen juran que te vieron comprando cohetecillos en cantidad para revenderlo a las tiendas de tu barrio y te vieron correr para escapar del fuego pero que el fuego te alcanzó porque lo rodeaba todo y se trasladaba de casa en casa y de calle en calle para encerrar a los muertos que nunca fueron identificados y quedaron para siempre sin nombre y sin restos reducidos a solo un recuerdo en las mentes de las madres y los hermanos que escuchaban cómo habías muerto de manera tan atroz.
Lo más triste y espeluznante fue que a los cuarenticinco días de tu muerte, un poco más flaco de lo que te fuiste, apareciste en la puerta de tu casa y fue tu propia madre la que salió a abrirte y creyó encontrarse ante un fantasma, un resucitado y eso parecía en verdad porque estaba más flaco que cuando se fue aquella tarde de fines del año de la explosión y no sabía si llorar o cantar de felicidad al verte, hecho de carne y hueso, pero lo que nunca supo tu madre o quizá lo supo en silencio, fue que regresaste porque no tenías ningún lugar en el mundo adonde ir y entonces tus pies te llevaron hacia la casa donde vivías con tus hermanos y un día, mucho después de tu resurrección, descubrieron que estabas enfermo y que la delgadez no era solo porque habías padecido hambres fuera del hogar como siempre se padece cuando uno está fuera de su casa, sino porque la enfermedad te corroía por dentro, un médico de la posta dijo leucemia, y otro médico dijo cirrosis pero los diablos azules te corroían los ojos y la única forma de aplacarlos era metiéndote una botella de aquel trago que solías tomar con los palomillas del barrio y entonces el cielo gris aparecía azul y las luces de los focos aparecían como estrellas del fondo del universo que sólo conocemos en las películas que daba la televisión y que de cuando en cuando encontrábamos en las fotos de los periódicos y la madre y tus hermanas alguien lo ha contagiado para que se ponga así tan de repente y la cama estaba rodeada de diablos azules y frascos de medicina y restos de ampolletas hasta cuando les dijiste déjenme morir porque ya sé que no tengo remedio y vino tu tío Pedro y te miró a los ojos y lo primero que dijo fue sólo se mueren los cojudos, los que no tienen voluntad de vivir, pero si te quieres morir te voy a ayudar y te ayudaron los muchachos del barrio, los antiguos condiscípulos del colegio, las amigas de tus hermanas y los compañeros de trabajo de tus hermanos, hicieron cuotas y hasta organizaron una pollada sin música porque no se puede bailar en una fiesta destinada a recoger fondos para enterrar a un difunto que esta vez sí, por segunda vez, va a morir en unos cuantos días y en serio, a pesar de todas las explicaciones que dieron la madre, las hermanas y los hermanos sobre el viaje de amor que lo salvó de la primera muerte y cuando muchos se negaban a convencerse de que habían asistido durante una noche y un día al velorio de alguien que estaba vivo.
Pero al fin se convencieron de tanto verlo nuevamente por las calles del barrio dedicado a sus botellas para aplacar la enorme sed que le había dejado la hembra que se fue, que desapareció un día y lo dejó esperando en su cuartito de aquel conventillo de la ciudad desconocida adonde los llevaron los cien soles de la madre, y recuerda en medio de los diablos azules que sólo le dijo voy al mercadito de la esquina, ya vuelvo y él esperó hasta la noche que volviera y esperó hasta la otra madrugada que volviera y entonces salió a comprar un trago fuerte para disimular la espera y entonces la vio de regreso en medio de los diablos azules, le reprochaba que la dejara abandonada mientras se iba a la calle a emborracharse con los nuevos amigos del conventillo y pronunció las palabras definitivas y malditas ya no te puedo soportar más pero esa noche y el día siguiente todo siguió igual, los dos desnudos en la cama, prometiéndose amarse hasta la muerte hasta esa vez, dos o tres días más tarde, en que ella salió al mercadito y él se quedó solo con sus diablos azules y la esperó hasta cuando le dijeron que él también tenía que irse porque ya no lo iban a soportar más y no quiso darse cuenta durante mucho tiempo de que todo había terminado y entonces decidió armarse de botellas y emprender el camino de regreso a la casa, como un resucitado a contar la verdad de su primera muerte y a desmentir a todos los noticieros y a todos los periódicos que la habían dado por cierta y habían informado de ella en todos los colores y hoy, frente al tío Pedro, limpio de diablos azules, le cuenta, le confiesa y se arrepiente y sabe que va a morir porque todo el mundo le dice que debe morir y el tío Pedro bien, bien, si así lo deseas procuraré que tu entierro esta vez sí, sea digno y sea verdadero porque en realidad, pienso, que ya no tienes nada que hacer en este mundo.
Y, en realidad, sintió que para él, a los veintiocho años de vida, ya todo estaba terminado, ya todo estaba hecho y deshecho, he hecho jirones de mi vida, su hermana le recordaba que se escapaba a la calle contra el permiso de la mamá que quería tenerlo cerca, más protegido que cualquiera, pero fugaba en cualquier momento y entonces sintió que todo era nuevamente luminoso como cuando sus pies entraban en la playa del río, vamos a buscar oro al río, le decían y se pasaban horas enteras en el cernido de toneladas de arena con la esperanza de lograr un granito de oro y hubo un periódico que publicó algo sobre los buscadores de oro del río que no sacan ni para el té, pero hablaba sobre sus ilusiones y sacrificios, sus técnicas del lavado de la arena que no sabía dónde las habían aprendido y de sus planes para cuando encontraran el oro que buscaban, del amor que tenían a su familia a la que querían sacar de aquel túnel de miseria en que se hallaba y que era el motivo de todas sus penas, sus vicios y desventuras y al final, frustrados y cansados se echaban entre las rocas de la orilla, se bañaban en las aguas turbias del río, regresaban hambrientos a sus casas y, por supuesto, la mamá se ponía a llorar o a hablar interminablemente reprochándole su ausencia mientras le servía la comida y él callado, sin atreverse a decir nada, sólo pensaba, solo respondía en pensamiento era para construirte una casa, mamá, para que tengamos una casa real en lugar de esta, era para que cambiáramos de barrio, para irnos adonde no hubiera miseria y con estos pensamientos en la memoria sintió ahora en su lecho de enfermo como decían sus hermanas que el templo enorme donde se encontraba estaba pleno de luz, libre de los diablos azules y que nada le dolía en el cuerpo ni nada le dolía en el fondo del corazón donde nada duele pero duele, porque comprendió entonces, que toda su vida, desde la búsqueda de oro en las sucias playas del Rímac, hasta su huida y muerte había sido una sucesión de fuegos artificiales donde los diablos azules danzaban hasta morir o hasta extinguirse en medio de su sed desesperada.



No hay comentarios.: