viernes, 31 de julio de 2015

Cuatro bocinazos en 5000 kilómetros

Parecerá mentira pero
en las carreteras
europeas reina el silencio

Conté minuciosamente los únicos cuatro bocinazos a que se vio obligado por maniobras ajenas, Erik, mi yerno, conductor del coche que nos llevó a mi hija Beatriz y a mis nietas Ana Gabriela y Alejandra –en el cercano junio– a través de ocho ciudades de tres países de Europa.

Bocinazo frente a camión que abandonó su carril
Dos bocinazos fueron emitidos en la carretera que nos llevaba de Munich al Lago DiGarda, Italia. Uno causado por la maniobra intempestiva e ilegal de un camionero que debía mantenerse en su carril derecho e invadió el central, por donde es permitida una velocidad de 140 kilómetros por hora. Ahí, cuando circulábamos por un trozo de Austria, escuché el primer bocinazo.

El segundo ocurrió cuando una señorita en un elegante coche negro, se salió violentamente y sin aviso previo, del carril izquierdo donde iba, para introducirse el carril central para adelantar a otros vehículos que le impedían avanzar a la velocidad que ella quería.

Profusión de señales en las carreteras
La tercera vez fue, contra el silencio reinante en todas las avenidas, en plena ciudad de Munich, debido a que un conductor apresurado se cruzó en el camino de Erik en forma imprudente porque, seguramente, estaba apresurado por llegar a su destino.

La cuarta vez fue en las inmediaciones de la frontera checa por el mismo motivo: una imprudencia ajena de un conductor que quería avanzar sin respetar las normas de silencio reinantes en las carreteras europeas.

Al final, en Munich, Erik hizo un balance de los kilómetros que habíamos recorrido, a partir de esa ciudad que era nuestra base de operaciones, para visitar las ciudades que nos habíamos propuesto: Görlitz, Praga, Berlín, Munich, Peschiera del Garda en la orilla sur del Lago di Garda, Venecia y Verona, en Italia y nuevamente Munich.

A orilla del Lago di Garda
–Completamos 5,000 kilómetros –dijo cuando nos llevaba al aeropuerto de Munich, desde el cual debíamos dirigirnos a Madrid y luego de un par de trasbordos, a Lima.

¡Habíamos hecho una distancia equivalente a dos viajes y medio a Arequipa!

De nuevo en Lima, la bulliciosa ciudad de los virreyes, nos reencontramos con el bullicio del tránsito. No solo los bocinazos de quienes quieren llegar más pronto a su destino sino los pitazos de los policías de Tránsito, que allá –qué horrible comparación– no se escuchan.

Esperar en silencio que se deshaga el nudo 
Aquí es una lástima –y no es para que me digan entonces vete a vivir allá, sino en un intento de provocar un propósito de enmienda–, que el más macho haga lo que le da la gana y que en este rango estén las autoridades, de suboficial policial para arriba, hasta ministros y congresistas, que debieran dar el ejemplo de respeto a las normas, sean las primeras en romperlas animados por el supuesto privilegio que les da el haber sido elegidas o nombradas.

O, ¿no ha visto cómo las comitivas ministeriales y congresistas van precedidas por “liebres” –policías en motocicleta– que les abren el camino y paralizan el tránsito por donde pasan, sin respetar semáforos rojos para llegar a su escritorio a cumplir sus obligaciones?
   

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