sábado, 7 de marzo de 2009

Alan I y Catalina la Grande



La solemne entrega
de la clínica para viejitos
de Bamba-marca



A la clínica geriátrica San Isidro Labrador, han debido llamarla clínica del Milagro de Bamba-marca, con el respeto que me inspiran los pueblos chicos y las creencias religiosas de cualquier naturaleza.

Como usted recordará, la clínica situada en el 3 y medio de la carretera central, distrito de Santa Anita, fue inaugurada con bombos y bocaditos hace aproximadamente un mes, con la real presencia de su majestad Alan I.

La recién inaugurada clínica para los viejitos





Se presentaron hasta pacientes, aquellos “pobres viejitos” cuyo eslogan sirvió para que un Barrón Cebreros se encaramara sobre el sueldo de congresista por varios periodos, hasta que le descubrieron en la Blanca Ciudad que tenía una oficina de atención al cliente que cobraba a los pobres viejitos parte de su mísera pensión con la promesa de hacerles gestiones en Lima para mejorarles el ingreso.

Ahora también, Alan I se acordó de los pobres viejitos en la inauguración de la clínica de Bamba-marca y se despachó un speech en que las flores cubrieron de rubor al presidente de EsaSalud quien, ruborizado cual doncella sorprendida, no hallaba dónde meter la cara por sabe Dios qué razones.

Recordará usted a Catalina la Grande (1729-1796), zarina de todas las Rusias entre los años 1762 y 1796, a quien su funcionario y amante Potemkin –¿o se trató de su primer ministro Yuri Simonov?- llevó a una gira para hacerle ver el desarrollo del gran país que estaba construyendo.

Desde el barco que recorría el río Don le hacía ver coloridas y modernas construcciones en donde había habido pueblos miserables, cuyos habitantes salieron a la orilla para gritar loas y alabanzas a la soberana y reventarle cohetes y fuegos artificiales.

Lo que no sabía la zarina era que durante los meses anteriores, un ejército de artesanos, artistas y la portátil que su Potemkin había inventado, se ocupaban de levantar cartones, pintarlos y, en fin, preparar la ciudad-bamba que la soberana debía ver para convencerse de que su gobierno estaba haciendo una obra realmente espectacular a favor de los más pobres.

Cualquier similitud con cualquier gobierno de cualquier país del siglo XXI en el mundo en desarrollo ¿es pura coincidencia?

Pero sigamos adelante. Se especula con algunas sospechas que su majestad Alan I no sabia que le estaban entregando una clínica-bamba cuya real inauguración, con pacientes reales y no traídos para la ocasión, con equipos reales y no en prueba, debía realizarse dentro de tres meses por lo menos.


Solemne inauguración





Entre sus patinadas, su majestad dijo que eso era lo que necesitaba el país, celeridad para entregar las obras y amenazó -¡sí, señor!- con inaugurar clínicas iguales cada veinte o treinta días en el futuro diferente que se avecina. Clínicas y hospitales iguales. ¡No podemos ser castigados así!

Queda la sospecha también de que pudo haber estado enterado y por mantener incólume su discurso del día no dejó de ir a inaugurar la clínica para los pobres viejtos. Porque en política no hay que ser ingenuos, recuerde usted.

Las preguntas del millón: ¿Qué pasará con los funcionarios que inventaron semejante tinglado? ¿Se quedarán a observar si su majestad reacciona en alguna forma, ya que hasta la fecha no lo ha hecho? ¿Su majestad hablará sobre el asunto o guardará respetuoso silencio por los viejitos a quienes dijo querer favorecer? ¿Inaugurará su majestad otro hospital igual dentro de 20 o 30 días como lo prometió?

Lea usted el próximo capítulo de este interesante telemisterio en alguno de los periódicos independientes que aún quedan.



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