jueves, 1 de mayo de 2008

Las palmeras eternas de Yungay

Desde lejos, y mejor aún, desde lo alto de la colina donde se encuentra el cementerio en cuya cumbre un enorme Cristo blanco abre sus brazos protectores, se pueden ver las cuatro palmeras emblemáticas cuya estatura de edad desconocida sobresale sobre la exuberante vegetación que 38 años atrás fuera barrida por el más catastrófico alud que haya sufrido el Perú.
Cristo blanco que custodia la ciudad sepultada
Allí están las cuatro palmeras que muestran el lugar donde estuvo hasta las 3.27 de la tarde del domingo 31 de mayo de 1970, la plaza de armas de la ciudad de Yungay, ahora rodeadas de un extenso parque fúnebre, en que florecen rosas de todos los colores y donde el silencio de 50 mil muertos se mantiene bajo los reverdecidos jardines.

Cuatro palmeras que persisten el recuerdo
Desde arriba, al oeste, el Cristo blanco extiende su mirada al final de una extensa escalera de piedra, en cuyos tramos han sido instaladas galerías de nichos donde solo reposa el recuerdo de los seres amados, porque sus cuerpos se encuentran abajo, sepultados desde hace 38 años, por una gruesa capa de tierra que hoy la naturaleza ha vuelto a convertir en un jardín.



La vida ha vuelo a florecer
Las cuatro palmeras de la plaza de armas de la desaparecida Yungay no se encuentran solas.


Alrededor de ellas han florecido otras palmeras que no tienen su historia ni su estatura y ha crecido una vegetación tan agresiva como la misma violencia que enterró la ciudad aquella tarde de la más grande catástrofe que haya sufrido el continente.
Tres de las viejas palmeras se resisten a morir y muestran tallos ennegrecidos por el tiempo. Solo una de ellas exhibe orgullosa un penacho de hojas verdes que agitadas con el viento parece que intentan contagiar con ese aliento vital a sus vecinas.

La nueva Yungay


La ciudad debió ser trasladada a unos dos kilómetros al norte de donde se levanta el actual monumento. La nueva Yungay se encuentra protegida de un posible derrumbe del cercano nevado Huascarán por contrafuertes andinos.

La ciudad es el punto inicial de los visitantes que quieren pasar algunos ratos a las orillas de la laguna de Llanganuco o navegar por sus tranquilas aguas en pequeños botes. También es el punto inicial de los turistas de aventura que desean intentar una ascensión al Huascarán, cuya cumbre se alza a 6,768 metros sobre el nivel del mar.


Cerca de esta ciudad se halla el cerro Pan de Azúcar donde el 20 de enero de 1839 se libró la batalla de Yungay junto al río Áncash, que puso fin al intento unificador denominado Confederación Peruano-Boliviana. El general boliviano Andrés de Santa Cruz fue derrotado por el llamado ejército restaurador comandado por el general chileno Manuel Bulnes y los generales peruanos Ramón Castilla, Juan Crisóstomo Torrico, Juan Bautista Eléspuru y Juan Francisco Vidal. Luego de este suceso, el departamento que se llamaba Huaylas, cambió de nombre y se denominó Áncash.

Desde el Huascarán
De ese mismo Huascarán que enseñorea la región y es el atractivo de miles de visitantes y andinistas, se desprendió una enorme cornisa que cayó con fuerza descomunal sobre la cercana, idílica laguna de Llanganuco, la tarde del 31 de mayo de 1970, a consecuencia de un terremoto de grado 8 Richter, y originó el torrente que arrasó varias ciudades a su paso, entre ellas la sepultada Yungay que visité hace dos semanas.
Los materiales del alud, alrededor de 10 mil metros cúbicos de hielo y rocas del Huascarán, convertidos en un torrente de un kilómetro de ancho y kilómetro y medio de largo, corrieron montaña abajo a una velocidad de unos 200 kilómetros por hora, se dividieron en dos direcciones y arrasaron las ciudades de Yungay y Ranrahirca.
Fue el mayor desastre ocurrido en Sudamérica que dejó solo 3 000 sobrevivientes que aquella tarde de domingo, tras el terremoto se dirigieron en busca de sus hijos y familiares al circo que daba una función en un promontorio, al otro lado del cementerio.

El cementerio en cuya cima se encuentra Cristo fue un refugio
El camposanto también se convirtió en un refugio, cuando numerosos pobladores corrieron a sus alturas, luego de escuchar el ruido atronador del aluvión, “como el de cien aviones juntos”, unos diez minutos antes de que llegara a la ciudad.

Desde allí fueron testigos de la avalancha que como un río de fuego se dirigía hacia el río, arrasando cuanto hallaba en su camino.

Fue el tercer desastre
No fue el único desastre de que la región ha sobrevivido.
El día de los reyes magos, 6 de enero de 1725, recuerda la historia, se celebraba el cumpleaños del alcalde Melchor Puyán, cuando cerca del mediodía ocurrió un violento terremoto que produjo un deslizamiento de nieve del Huandoy. Desapareció el pueblo de Áncash a cuatro kilómetros de Yungay y murieron 1 500 personas.
Más cerca de nuestro recuerdo, el 12 de enero de 1962 a las 6.30 de la mañana se produjo un desprendimiento de hielo y rocas en la pared norte del Huascarán. Desaparecieron los pueblos de Ranrahirca, Armapampa, Sashcash y Uchucoto bajo unos seis millones de toneladas de materiales que sepultaron a unas 3 000 personas.
El de 1970 fue el tercer desastre que recuerda la historia. Desde aquel año quedan los testimonios mudos de grandes peñascos que hasta el 31 de mayo de 1970 estuvieron en las cumbres de la cordillera Blanca, pocas huellas en la tierra, pero muchas en la mente de la gente.
La vida ha reverdecido en lo que fue un manto de lodo endurecido y muestra la generosidad de sus colores en rosales, palmeras nuevas y macizos de hierba sobre la memoria colectiva de una enorme tumba silenciosa.

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