lunes, 14 de abril de 2008

El cronista César Vallejo que poco conocemos (II)




70 años de inmortalidad


Esta es la segunda entrega de una serie de cuatro artículos en homenaje al poeta César Vallejo en el septuagésimo aniversario de su muerte.
Algunos periodistas recordamos en febrero de 1992 los cien años del nacimiento del poeta. Hoy, vamos a evocar los 70 años de su tránsito hacia la inmortalidad.


Entonces como ahora, recordaremos sus versos torturados y torturantes “Aparta de mí este cáliz”, sus “le daban duro con un palo y duro también con una soga”, sus “Y el hombre, pobre, pobre” y finalizado que hubo ese martirio, vemos su imagen rodeada por la gloria de su eternidad.
Una delegación de la Universidad Nacional de Trujillo, donde Vallejo estudió, recordará este martes 15 de abril con un Coloquio Internacional. Entre las destacadas figuras que hablarán de Vallejo estará el francés André Coyné, el pionero de los estudios vallejianos. Las ceremonias no se circunscribirán al alma máter de Vallejo sino que marchará hacia la sierra, a Santiago de Chuco la tierra natal del Cholo Vallejo, que nos dio tanta poesía, con tanta ternura, con tanta dureza, con severo escarnio, para enseñarnos que de esa masa está hecho el hombre.
Como nos hemos propuesto hacer conocer al Vallejo periodista, les entrego hoy La flama del recuerdo, una crónica de la llama votiva que los franceses encendieron cuando los rescoldos de la primera guerra se enfriaban pero nadie creía en la paz duradera. Próximamente tendrán ante sus ojos En la Academia Francesa y La vida como match, que guardaba en mi archivo y de donde deben salir para no solo sumarme al homenaje que el Perú rinde al poeta, sino para dar a conocer una faz de su actividad que quizá no era conocida por muchos compatriotas. He incluido algunas notas, la procedencia y las fechas en que tales crónicas fueron publicadas en el Perú.





París, noviembre de 1923

La flama del recuerdo


Son las siete de la tarde de un domingo de otoño. Vengo de las calles, donde dejo gallardetes, música, cívicas gusaneras, clanes de escarapelas, a los que les crece, de alarmante manera, un órgano undécimo: la espada. Vengo, pues, salpicado de patriotismo hasta el propio cuello de mi abrigo, torno dejando en las calles a "Juan Jacobo en hacerío, y a las burlas tirándole de su soledad, como a un tonto".
Afuera, en la plaza de l' Etoile, dejo a los franceses celebrando el aniversario del armisticio de 1918, uno de los tantos espasmos, que no el último, de la guerra eviterna entre los hombres. En aquella plaza ha quedado, cosechada sólo el día de hoy, una era botánica frondosa, amontonada por la piedad, hermana de la injusticia. Forastero efecto me ha producido, no sabría decir por qué, tal era vegetal, gigantesca, casi pétrea a pesar de las flores, pero no. Antes bien, tanta rama fresca acaso logra ahí deshumanizar un poco las ceremonias patrióticas en lo que éstas segregan de lágrimas y de bilis, de malicia e hipocresía.
En aquella plaza queda también, desde hoy, encendida La Flama del Recuerdo, luz simbólica que arderá en mecha viva, día y noche, a la cabecera de la tumba del Soldado Desconocido, figurando el alma de Francia que, en la memoria de sus héroes, vela por el porvenir de un mundo mejor. Gabriel Boily puede estar satisfecho de que tal haya tomado limo objetivo su épica idea asaz poética. Ahí arderá esa llama, cebada de un aceite de paz y de amor, aunque vigilante y, a la larga, barbada de tinieblas. Su lámpara será una corona de laureles, y su corte en la vigilia misteriosa, será un señorío de espadas, cuyas empuñaduras se acuestan iay! en la boca abierta de un cañón. ¡La Flama del Recuerdo!
Francia constata en esta llama, la llama de su fe en un mundo mejorado por su esfuerzo. Tiene razón. Ello fluye del espectáculo mismo de esa vela hierática ardiendo; de esos huesos recogidos al azar en los predios malditos; de esas flores, de esos aceros dormidos, que acuestan sus empuñaduras en la boca abierta de un cañón, como en la almohada hecha de una esfera de sombra. Ello también fluye de los últimos cinco años de prueba; de los nuevos barrotes rotos en las jaulas; de los totemenes (sic) detractados; de los rebeldes prejuicios; de la sorda función biliosa irreductible; de cuanto Francia pone ahora en combustión, en la flama de un recuerdo de rencor. Su fe en un mundo mejorado por su esfuerzo, late en todo eso, invívita y sagrada, y en la figura casi nazarena de M. Raimundo Poincaré. El mundo, en especial América, aguarda, pues, mucho de amor y paz futura, fija la mirada en esta flama del recuerdo, en este ojo quemante del pasado. ¡Vaya con el aceite pío lampadario, cómo humea!
(El Norte, 18 de febrero de 1924).

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