sábado, 16 de mayo de 2009

El hombre que atravesó el infierno

Recorrió los caminos
más violentos en los
peores años del terror




Mientras vamos de carretera en carretera, luego de salir de una Moyobamba humedecida por una lluvia torrencial que ya lleva 16 horas, Cristóbal Sandoval Inoñán (foto), el conductor de la camioneta, mira el apacible paisaje de la selva inmediata y dice: “Pensar que hace pocos años nadie podía transitar por aquí”…

Le pregunto por qué.

-Porque cuando no eran los terroristas de MRTA eran los helicópteros del ejército o la policía.

Me pica la curiosidad por saber cómo soportó este hombre de 51 años, profesión chofer, padre de dos niños en la época del terror y ahora de cuatro, aquellos años terribles en esta zona, que se disputaban los maoístas de Sendero Luminoso y los procubanos del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), cuyos máximos líderes purgan ahora extensas penas de prisión.

Voy a su lado, en el asiento del copiloto y detrás de mí me habla de vez en cuando Deysi Tuesta, periodista de Imagen del Poder Judicial en el departamento de San Martín y detrás de Sandoval, mira el paisaje el reportero gráfico Carlos Torres, con quien estamos en misión periodística.

Le hago unas preguntas y Cristóbal señala la carretera Fernando Belaunde Terry, una extensa cinta que corre de arriba abajo la selva peruana y a la que muchos de los lugareños llaman hasta ahora “la marginal” nombre que le dio el presidente Fernando Belaunde cuando con pensamiento de visionario hablaba desde su primer gobierno de los años 60s de cómo las carreteras traen el progreso y el bienestar de la gente y ponía gráficos ejemplos como el "camino de la seda" en Asia.


Un derrumbe bloquea parte de la vía

“Cuando esta carretera no estaba asfaltada, los asaltos eran frecuentes y los del MRTA castigaban con la muerte a los delincuentes que agarraban, así como castigaban a las mujeres y a los hombres adúlteros a latigazos”, recuerda.

Junto a Carlos Torres, Cristóbal colabora con la cámara


A él, conductor de un taxi que hacía colectivo para el Comité 1 en la ruta Tarapoto-Moyabamba-Yurimaguas –una ruta de unos 180 kilómetros que se convertían en 300 por el mal estado de la vía–, le dieron el encargo una vez, en época de elecciones, de llevar un sobre al jurado electoral de Moyobamba.

“Apenas llegué entregué el sobre y un policía de investigaciones me detuvo, me preguntó quién me había dado el sobre, le respondí que un hombre de unos 25 años a quien nunca había visto, y que no tuve dudas porque el sobre estaba dirigido al jurado electoral y pagó por servicio. No me creyeron, me tuvieron toda la noche detenido, pero menos mal, me soltaron cuando se convencieron de que solo era un chofer que trabajaba para una empresa conocida”, contó.

Otra vez un grupo de hombres armados, presuntamente del MRTA detuvo a toda una caravana de vehículos en las cercanías de Pacayzapa. Algunas veces pedían una “colaboración para la causa”, pero en general, hablaban de la revolución. Esta vez buscaban a alguien en los vehículos detenidos. Cuando escucharon el ruido de un helicóptero desaparecieron.

“Cuando el helicóptero estuvo sobre nosotros comenzó a ametrallarnos. Tuvimos que correr a escondernos entre los árboles, en las cunetas. Había muchas mujeres y niños, pero continuaron disparando desde arriba”, refiere, “y tan pronto como se fue, subí a mi carro y me alejé”.

Cristóbal es natural de Chiclayo pero vive 30 años en Moyobamba. Ahora es chofer del Poder Judicial. Él condujo la camioneta que nos llevó durante dos días a Jepelacio, un distrito a 10 kilómetros al sur de Moyobamba, a Naranjillo en la vecina provincia de Rioja, localidad que yo recordaba por las incursiones terroristas que allí se producían en los años 80 y sobre las cuales recibía despachos periodísticos, a Pacayzapa, unos 40 kilómetro al sureste de Moyobamba y a la comunidad nativa de Awajún, a 60 kilómetros al oeste de la capital departamental.

Las huellas de la lluvia se veían en los lodazales de tierra roja, se sentía en la humedad de la tierra y el aire y en la brillante pista de la carretera Fernando Belaúnde, de donde había que salirse en frecuentes desvíos porque se trabajaba en la rehabilitación de la vía.

El quebrado puente sobre el río Gera

En cierto momento, Cristóbal nos mostró el puente de Gera sobre el río del mismo nombre, partido por la mitad por una violenta creciente del caudal luego de copiosas lluvias meses atrás.

Cristóbal recordó, a instancias mías, a sus compañeros de trabajo del Comité 1 y de otras empresas de transporte que debieron hacer frente a los peligros que en aquellos momentos significaban las bandas de terroristas que aparecían en cualquier camino y las investigaciones policiales que trataban a todo trance de vincular a inocentes con hechos o elementos subversivos.

“Doy gracias a Dios que me cuidó”, dijo Cristóbal cuando subíamos por la maltratada trocha de Jepelacio, “porque muchos de mis compañeros murieron abaleados por los terroristas o desaparecieron luego de ser detenidos por el ejército o por la policía. Doy gracias a Dios que todo eso acabó y que ahora podamos transitar sin riesgos por estos caminos”.

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