jueves, 13 de abril de 2017

La ciudad que se llevaron las lluvias

Le hizo un relato fantástico,
difícil de creer pero al
final le dijo “sí, lo creo”

Nota del editor – Este es un fragmento de la novela Un cuadrito de sol en la penumbra, del periodista y escritor Luis Eduardo Podestá, la tercera de su producción literaria que incluye testimonios y relatos cortos. Este, asimismo, es el cuarto de una serie de fragmentos que se publican aquí como un obsequio anticipado de lo que los lectores leerán en el libro que es distribuido mundialmente por empresas especializadas en ventas por Internet. Al final del fragmento se incluye la lista de las empresas encargadas de la distribución. Gracias por leerlo.


Pienso frecuentemente en que lo que alguna vez me dijo uno de los ancianos de la biblioteca, que para ellos solo existe el presente que puede ser tomado como este instante, mientras el día, la semana, el año que vivimos son solo etapas arbitrarias y convencionales,
porque el pasado ya se fue, se va constantemente no está con nosotros ni lo estará nunca más y el futuro tampoco existe porque no lo vivimos aún y por tanto no sabemos qué ocurrirá en el próximo segundo de nuestra existencia, de modo que el acontecer humano es solo una sucesión del presente, que únicamente es una delgada línea entre lo que ya ocurrió y lo que vendrá, una serie de momentos actuales por los cuales vale la pena preocuparse y tratar de pasarlos lo mejor que se pueda porque si no se disfrutan, se convertirán en un pasado que nunca volverá.

Bebió un sorbo de cerveza. A la legua se veía que estaba emocionado y Ricardo Begazo guardó silencio y también bebió del vaso que tenía entre las manos.

Luego de su silencio para humedecer la garganta, el desconocido prosiguió su relato con la mirada fija en la mesita de beber cerveza y con el mismo murmullo  dijo que en la escuela tenían laboratorios donde investigaban plantas y animales, los fenómenos de la naturaleza y del universo en observatorios cuyos telescopios estaban bajo tierra pero que se elevaban mediante ascensores hasta la superficie durante las noches sin nubes en que se dedicaban a observar las estrellas, todos los días tenían conferencias sobre cientos de temas diferentes que les servían de lección para vivir sin problemas entre ellos, y así, tenían infinidad de actividades que en las otras ciudades parecerían una fantasía…

–¿Y por qué se escapó de allí si pudo ser feliz también junto a todos ellos?

–No me escapé, señor. Llovió a mares durante muchos días y noches como no había ocurrido en ochenta años, decían, y se produjo una inundación. De pronto las calles se llenaron de agua hasta los techos de las casas y se convirtieron en ríos turbulentos, que arrastraban lo que encontraban a su paso, cientos de personas gritaban desde las ventanas de sus casas donde quedaron atrapadas o fueron arrastradas por las corrientes en direcciones diferentes, supongo hacia sectores desconocidos adonde ninguna de ellas se atrevía a ir. En miedo de toda esa destrucción, yo me sujeté a una plataforma de madera que imaginé procedía de alguna construcción y me dejé arrastrar por la corriente que daba
vueltas por el bosque, bajaba por quebradas y yo seguía aferrado a ese madero que era mi salvación, porque sabía que si me soltaba estaría muerto, y así estuve no sé cuántos días y noches hasta que quedé varado en una orilla, me quedé dormido y cuando desperté pude ver que la plataforma que me había salvado tenía una inscripción que decía Ciudad Felicidad, bienvenidos, y así me despidió aquella ciudad extraña que quizá desapareció por la gran inundación o quizá ha sido reconstruida por los sobrevivientes si los hubo, comencé a caminar hacia el sur, me moría de hambre y me alimentaba de lo que podía atrapar, hormigas, gusanos, hierbas, que me producían dolores de estómago, vómitos, escalofríos hasta que pude salir de la selva, encontré ríos de agua cristalina, árboles con fruta que conocía y me alimentaba para recuperarme. Allí, cuando viví en aquella ciudad misteriosa llegué a pesar setenta kilos y ahora debo pesar poco más de cuarenta, ¿no cree usted? y a veces, o muy frecuentemente, me pregunto si no fue un sueño, si no me quedé dormido debilitado por el hambre y soñé todo lo que le he contado, ¿cree usted? 

–Sí, sí, lo creo…

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