lunes, 17 de marzo de 2014

Cuando las reporteras eran minoría

En la década de los 80s se
produjo la ‘invasión’ femenina

Un reciente artículo de Max Obregón Rossi, decano del Colegio de Periodistas de Lima, titulado “La mujer en el periodismo”, me trae la evocación de un tiempo en que las periodistas o eran aves ausentes o tenían una mínima presencia en las redacciones de los diarios, por lo menos en aquellas en donde tuve el honor de trabajar.

Redacción de La Crónica, 1950, no hay ninguna mujer
Hacia el final de la década de los años 50, el diario El Pueblo de Arequipa, tenía una sola periodista en la redacción, frente a unos 15 del sexo macho. Era Marcela Barriga Quintanilla, hija de nuestro jefe de Redacción, Juan José Barriga Gonzales.

Ella desempeñaba funciones de redactora de sociales –informaba de matrimonios, cumpleaños y otras reuniones, personales o institucionales– y, además cumplía funciones de secretaria porque como permanecía casi todo el día en la redacción, atendía el teléfono y anotaba los mensajes para los demás redactores.

En los primeros tiempos del diario Correo de Arequipa, hacia finales de febrero de 1963, hubo allí solo dos redactoras: Roxana Bilbao, también cargada de la sección sociales y Martha Montes de Oca, reportera de locales. Las chicas comenzaban a salir a cumplir misiones en la calle.

El Pueblo elevó poco después su personal femenino con Emilia Valenzuela y el diario Eco, de corta duración, tuvo a Rosa Echecopar de Diez Canseco. Como se ve no había muchas colegas, pero ya comenzaba su presencia en las redacciones.

La gran ‘invasión’

Por lo menos en lo que yo vi, la gran ‘invasión’ femenina se produjo en el diario Correo de Lima, donde trabajaba entonces, a comienzos de la década de los 80s. Durante varias mañanas, llegaron a la redacción, dirigida por Julio Higashi, por lo menos una decena de chicas de distintas universidades que, de acuerdo con disposiciones emitidas con anterioridad, iban a acompañar, como practicantes, a los redactores en sus comisiones.

Redactores de Correo a finales de los años 70
En esa hornada, con diferencia de días o semanas, llegaron Betty Aquije, quien años más tarde contrajera matrimonio con el jefe de Informaciones Óscar Cuya Ramos, Elena Aguilar Semino, Aurora García, Lourdes Gómez Cotaquispe, Denis Merino, Lily Bustamante Carrera, Gladys Grimaldi, quien se inclinó por el deporte, Rosario Mannarelli, comentarista de cine, Delfina Becerra, quien tuvo destacada trayectoria que la llevó a la dirección del diario oficial El Peruano, luego de dirigir otras publicaciones del ámbito de la Empresa Periodística Nacional.

Es posible que el tiempo haya ocultado involuntariamente en mi memoria a algunas colegas de de aquella época. Para ellas, mis disculpas, por esta falla de memoria.

Por ese tiempo, los reporteros comenzábamos a encontrarnos en conferencias de prensa y en misiones de la calle con mayor número de muchachas de la televisión y de otros periódicos.

Los noticieros de la televisión mostraban la imagen de chicas reporteras cuyo número iba en aumento. No es necesario examinar las emisiones de la televisión de hoy para comprobar que la cifra de reporteras es significativamente mayor que la de sus colegas hombres.

Reporteras gráficas en acción 
Y, doblemente significativo es comprobar que no son exclusivas de los colegas hombres, las llamadas misiones peligrosas. Vemos en la televisión y en los periódicos que ellas compiten con éxito en misiones de riesgo en cuyo cumplimiento se encuentran no pocas veces con protagonistas de la noticia que no dan crédito a lo que ven o que se sienten con derecho a maltratar a las “mujeres indefensas” que solo van armadas con un micrófono o una libretita de apuntes en la mano.

Si la sorpresa nos impidió hace varias décadas darles la bienvenida como se lo merecían, creo que hoy debemos rendirles el homenaje profesional que enaltezca su esfuerzo, su eficiencia, su valentía frente a situaciones inusitadas y sobre todo, porque han pintado de color y de belleza, un oficio que hace medio siglo era privativo de ternos oscuros y un cierto aire de solemnidad innecesaria. (Luis Eduardo Podestá).


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